miércoles, 10 de julio de 2024

El humor, la poesía

 

 

Jaime García-Máiquez
La humana cosa
Prólogo de Luis Alberto de Cuenca
Renacimiento. Sevilla, 2024.

Jaime García-Máiquez es un poeta paradójico: muy de escuela, con claros y reconocidos maestros, y a la vez muy personal. Emocionante hasta la lágrima fácil y divertido hasta el humor gamberro, añade resonancias insólitas a la poesía española contemporánea.

            “Creo que tengo más tonos que temas”, ha escrito en el lúcido epílogo –algo poco frecuente-- a La humana cosa (título poco afortunado, aunque lo tome de Dante), antología de su obra édita e inédita. Esa variedad de tonos es la que le ha llevado a “jugar en serio” (así se titula uno de sus libros) a la invención de heterónimos.

            Como en Pessoa, el Pessoa fundamental, los suyos son tres: Fernando López de Artieta, que algo tiene de caricatura del tópico poeta de los ochenta; Rodrigo Manzuco, poeta minimalista, y Pascual de Blanes, heredero de cierto Antonio Machado. Pero no necesitaba Jaime García-Máiquez de esa novelería de creador de poetas, con biografía incluida, para dar variedad a su poesía. Así parece haberlo reconocido él mismo y por eso firma con su nombre Libro de viejo, el último de los suyos, el más original y arriesgado, que parece una enmienda a toda su poesía anterior.

            Jaime García-Máiquez comienza con Vivir al día (1999) como un poeta primoroso, ingenioso, confesional. “Fe y simpatía” parece ser su lema. La tradición métrica (como las otras tradiciones) no tiene secretos para él. Se trata de versos bien peinados, sin un acento fuera de sitio ni una rima disonante. Muchos son poemas de escuela (“Septiembre”, tan Felipe Benítez Reyes; “Alegría”, tan Aquilino Duque; “Los renglones torcidos”, tan Miguel d’Ors), pero escritos por un alumno que fuera el primero de la clase. A ratos, se entretiene en reescribir poemas ajenos: “Oh, mundo” le da la vuelta a “El poeta declara su nombradía”, un texto que Borges le hace firmar a uno de sus apócrifos; “Canto a la pintura española” repite, con no demasiada fortuna a mi entender, la fórmula del “Canto a Andalucía” de Manuel Machado (el apodíctico “Y Sevilla” final es sustituido por “Y Velázquez).

            Comenzamos a leerle con cierta prevención; seguimos leyendo y muy pronto dejamos de preocuparnos por lo que pueda haber de ejercicio y homenaje. Si al principio abundan los poemas que podría haber escrito cualquier otro poeta de su línea que fuera un excelente poeta, enseguida nos encontramos con otros que solo podría haber escrito Jaime García-Máiquez. El escatológico y teológico “Mojón”, por ejemplo.

            Los poemas atribuidos a Fernando López de Artieta no pasan, en la mayor parte de los casos, de un entretenimiento menor, como para ser recitados entre risas amicales. El humor salva la misoginia de alguno de estos textos, como “Despedida de soltero”, pero quizá no la del titulado “Belén”, que termina con un verso de Rubén Darío convertido en chiste: “y hacia Belén… ¡la caravana pasa!”. Le salvan poemas como “Remordimiento intelectual”, con su rotundo gerundio final, o “Mierda de artista”.

            De Rodrigo Manzuco, sorprende la evolución, quizá no muy coherente.  De la poquedad expresiva, pasa a poemas como “La merienda y el mundo”, una sátira a lo Ángel González de la educación elitista en ciertos colegios privados y del grupo social que representan.

            Pascual de Blanes es el más prescindible de los, en algún modo, prescindibles heterónimos. Escribe en endecasílabos asonantados, con la excepción de un soneto que juega con los antónimos “todo” y “nada,” como el tan famoso de José Hierro que cierra Cuaderno de Nueva York.

            Jaime García-Máiquez es un poeta confesional, pero para todos los públicos. No oculta sus creencias religiosas, y a veces las exhibe con conmovedora ingenuidad (como en el poema “28 de marzo”), pero escribe para todos, no solo para el círculo de fieles, y nunca pretende hacer proselitismo.

            En el ya citado epílogo, escribe: “He pasado de los temas un poco más impersonales y tópicos de mis primeros libros a lo enraizado con mi biografía de los últimos; he descubierto la emoción de lo biográfico”. Ha aprendido que en todas las cosas –no solo en la rosa y en la luna, a las que dedica espléndidos ejercicios retóricos-- hay poesía, “de la de verdad, la auténtica, pero para ver su brillo hay que pasar un dedo mágico que quite el polvo o suciedad de lo mundano, otorgarle una magia que tenía como olvidada dentro”. Él encuentra esa poesía lo mismo en la recepción de un hotel, en la estación de Valdepeñas o en la ropa tendida (“Ahí están, a la vista de todos los vecinos, / gigantes calzoncillos cerveceros, / breves bragas y tristes / calcetines, sostenes destetados…”) que en una fiesta familiar, en su trabajo en el Museo del Prado (pocas veces el arte se ha tratado como él lo hace) o en la celebración de la divinidad y del continuo asombro de estar vivo. O dicho de otra manera: “Una canción por sí sola, / puede valer… lo que valga, / pero nunca valdrá tanto / como el hecho de cantarla”.

3 comentarios:

  1. Me gusta. Lo poco que he leído de él parece interesante, así que lo compro. Hay otro poeta, que es de Murcia pero vive en Jerez, que se apellida igual.No sé si serán hermanos.

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  2. Son hermanos. Enrique García-Máiquez vive en El Puerto de Santa María.

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