José Miguel Viñas
Los cielos retratados
Viaje a través del tiempo y el
clima en la pintura
Crítica. Barcelona, 2024.
“Los
pintores son notarios de la historia”, se afirma en este libro, redactado con cierta
ingenuidad, pero tan lleno de sugerencias. Y no
solo lo son –ni fundamentalmente-- en los grandes cuadros de historia que estuvieron
de moda en el siglo XIX. José Miguel Viñas, físico y meteorólogo, quiere demostrarnos
que los pintores fueron coleccionistas de nubes y testigos del cambio
climático. Y no cabe duda de que lo son, o lo fueron hasta que las vanguardias
desprestigiaron la pintura realista. Antes de la invención de la fotografía, solo
dibujantes y pintores podían dejar constancia de la apariencia del mundo.
Comienza Los cielos retratados con
“Unas pinceladas sobre las nubes”, apretada síntesis de lo que sobre ellas
debemos saber. Las nubes no son “vapor de agua”, como suele creerse, sino agua
en estado líquido o sólido, “minúsculas gotitas de agua o directamente
cristales de hielo microscópico”. Su clasificación se debe a un farmacéutico
inglés, Luke Howard, que la pública en una famosa conferencia celebrada en
1802. Fue entonces cuando se definieron por primera vez los tres tipos
fundamentales de nubes –cirros, estratos,
cúmulos-- y sus combinaciones.
José Miguel Viñas se inició como
divulgador meteorológico en un programa radiofónico, No es un día
cualquiera, de Pepa Fernández, y en seguida nos damos cuenta de que no ha
perdido los modos orales de comunicación. Así se despide de los lectores: “Mis
últimas palabras son para contarles que la publicación de este libro es un
sueño hecho realidad. Ha sido uno de los mayores retos a los que me he
enfrentado como divulgador científico. Tuve que adentrarme en el mundo de la
pintura, del que soy un simple aficionado, no un estudioso como algunas de las
personas en las que me he apoyado. Desde que en el otoño de 2022 se dio luz
verde al proyecto editorial, la ilusión ha sido mi principal fortaleza frente a
los momentos de flaqueza, que no faltaron durante el largo y laborioso trabajo
de escritura”.
Que José Miguel Viñas está lejos de
ser un estilista ya queda manifiesto en el anterior párrafo. Tampoco es, como bien
indica, un especialista en pintura, y de ahí que los adjetivos ponderativos
sustituyan con frecuencia a los análisis precisos de los cuadros de los que
trata. Algunos de ellos se reproducen en el libro; la mayoría, se nos invita a
buscarlos en Internet. En realidad, Los cielos retratados, más que un
libro, parece el guion de un documental televisivo sobre el tiempo atmosférico
tal como se refleja en la pintura. Pero sus insuficiencias no le quitan interés.
Después de leerlo, no volveremos a visitar los museos de la misma manera. El
telón de fondo de los cielos pasará a primer plano. Nos fijaremos así en “las
nubes de algodón”, que aparecen sobre las figuras y bajo los brazos de la cruz,
en La piedad de Rogier van der Weyden (también en el interior de la
paloma que se recorta en el cielo de El regreso de Magritte); en las
curiosas pareidolias del San Sebastián de Mantegna; en las atmósferas azuladas
de Patinir…
La “pequeña edad de hielo”, que se
extiende entre mediados del siglo XV y mediados del XIX, explicaría los
paisajes nevados de Brueghel y de otros pintores flamencos y holandeses. En
1608, el invierno fue especialmente riguroso; ese mismo año pintó Hendrick
Avercamp su Paisaje invernal con patinadores. La manera que tiene José
Miguel Viñas de comentarlo resulta muy representativa de su estilo divulgativo:
“Merece la pena buscar la pintura en el Rijksmuseum, en Ámsterdam, o en su
defecto localizar en Internet una imagen de la misma en alta resolución. Bajo
un cielo blanquecino, característico de los días fríos en que nieva, aparecen
infinidad de personas sobre la capa helada que se extiende hasta la lejanía. La
escena recuerda cualquiera de los conocidos dibujos de ¿Dónde está Wally? Resulta
muy entretenido dedicar un tiempo a fijarse en lo que está haciendo cada
personita. A pesar del intenso frío, la vida no solo no se detiene, sino que
está en plena ebullición”.
Uno de los capítulos se titula
llamativamente “Platillos volantes en el Quattrocentro”, pero por supuesto no
hay tales “platillos volantes”, sino el tipo de nubes que Piero de la Francesca
puso en el cielo de varios de sus cuadros -- altocúmulos lenticulares--, que
vagamente recuerdan la forma de los que muy posteriormente, ya en el siglo XX,
se conocerían con ese nombre.
Fue un inglés el primero en
clasificar científicamente las nubes y fueron pintores ingleses –Constable,
Turner-- los que con más asiduidad y precisión las llevaron a sus cuadros. No
se olvida José Miguel Viñas de dedicarle un capítulo a Caspar David Friedrich,
con su emblemático “Caminante sobre un mar de nubes”, ni otro a los famosos
cielos velazqueños. Para Javier Marías, según cita Viñas, tal calificativo es
un disparate. El autor de Todas las almas señala, con su peculiar prosa,
que se trata de “una inversión o perversión que tuvo que decirse inicialmente,
a saber: que los cielos pintados de Velázquez parecían cielos en verdad
madrileños”. No parece haberse dado cuenta Marías de la verdad paradójica de
Oscar Wilde: la naturaleza imita al arte. A menudo no vemos en la naturaleza
más que lo que el arte nos ha enseñado a ver. Solo después de que Velázquez
fijara en sus cuadros ciertos aspectos del cielo de Madrid nos fijamos nosotros
y le damos nombre.
Los cielos retratados nos
enseña a ver, no solo los cuadros, también la realidad de otra manera. Los
cielos de Turner o de Tiepolo existían antes de que los pintaran, pero nadie
reparaba en ellos. Las nubes, las maravillosas nubes de que hablaba Azorín, se
vuelven menos evanescentes cuando aprendemos a llamarlas por su nombre, pero no
menos hipnóticamente seductoras.
Interesante el libro, como casi todos los que comenta JLGM (por eso lo leo). Hablando de nubes, me he acordado del poema "El extranjero" de Baudelaire. Maravilloso, como las nubes...
ResponderEliminarSe pueden contemplar los cielos grises asturianos sobre las carnavaladas de Evaristo Valle, además de aprender una lección de etnografia digna de Caro Baroja.
ResponderEliminarTambién el "tratamiento de la luz" en Sorolla. En los niños que juegan en la playa nos damos cuenta de que es el Mediterráneo. Todo un maestro, Joaquín Sorolla.
Todo eso gratis, damas y caballeros, en el Museo de Bellas Artes de Oviedo.