domingo, 14 de julio de 2024

Colección de nubes

 

José Miguel Viñas
Los cielos retratados
Viaje a través del tiempo y el clima en la pintura
Crítica. Barcelona, 2024.
 

“Los pintores son notarios de la historia”, se afirma en este libro, redactado con cierta ingenuidad, pero tan lleno de sugerencias. Y no solo lo son  –ni fundamentalmente-- en los grandes cuadros de historia que estuvieron de moda en el siglo XIX. José Miguel Viñas, físico y meteorólogo, quiere demostrarnos que los pintores fueron coleccionistas de nubes y testigos del cambio climático. Y no cabe duda de que lo son, o lo fueron hasta que las vanguardias desprestigiaron la pintura realista. Antes de la invención de la fotografía, solo dibujantes y pintores podían dejar constancia de la apariencia del mundo.

            Comienza Los cielos retratados con “Unas pinceladas sobre las nubes”, apretada síntesis de lo que sobre ellas debemos saber. Las nubes no son “vapor de agua”, como suele creerse, sino agua en estado líquido o sólido, “minúsculas gotitas de agua o directamente cristales de hielo microscópico”. Su clasificación se debe a un farmacéutico inglés, Luke Howard, que la pública en una famosa conferencia celebrada en 1802. Fue entonces cuando se definieron por primera vez los tres tipos fundamentales de nubes  –cirros, estratos, cúmulos--  y sus combinaciones.

            José Miguel Viñas se inició como divulgador meteorológico en un programa radiofónico, No es un día cualquiera, de Pepa Fernández, y en seguida nos damos cuenta de que no ha perdido los modos orales de comunicación. Así se despide de los lectores: “Mis últimas palabras son para contarles que la publicación de este libro es un sueño hecho realidad. Ha sido uno de los mayores retos a los que me he enfrentado como divulgador científico. Tuve que adentrarme en el mundo de la pintura, del que soy un simple aficionado, no un estudioso como algunas de las personas en las que me he apoyado. Desde que en el otoño de 2022 se dio luz verde al proyecto editorial, la ilusión ha sido mi principal fortaleza frente a los momentos de flaqueza, que no faltaron durante el largo y laborioso trabajo de escritura”.

            Que José Miguel Viñas está lejos de ser un estilista ya queda manifiesto en el anterior párrafo. Tampoco es, como bien indica, un especialista en pintura, y de ahí que los adjetivos ponderativos sustituyan con frecuencia a los análisis precisos de los cuadros de los que trata. Algunos de ellos se reproducen en el libro; la mayoría, se nos invita a buscarlos en Internet. En realidad, Los cielos retratados, más que un libro, parece el guion de un documental televisivo sobre el tiempo atmosférico tal como se refleja en la pintura. Pero sus insuficiencias no le quitan interés. Después de leerlo, no volveremos a visitar los museos de la misma manera. El telón de fondo de los cielos pasará a primer plano. Nos fijaremos así en “las nubes de algodón”, que aparecen sobre las figuras y bajo los brazos de la cruz, en La piedad de Rogier van der Weyden (también en el interior de la paloma que se recorta en el cielo de El regreso de Magritte); en las curiosas pareidolias del San Sebastián de Mantegna; en las atmósferas azuladas de Patinir…

            La “pequeña edad de hielo”, que se extiende entre mediados del siglo XV y mediados del XIX, explicaría los paisajes nevados de Brueghel y de otros pintores flamencos y holandeses. En 1608, el invierno fue especialmente riguroso; ese mismo año pintó Hendrick Avercamp su Paisaje invernal con patinadores. La manera que tiene José Miguel Viñas de comentarlo resulta muy representativa de su estilo divulgativo: “Merece la pena buscar la pintura en el Rijksmuseum, en Ámsterdam, o en su defecto localizar en Internet una imagen de la misma en alta resolución. Bajo un cielo blanquecino, característico de los días fríos en que nieva, aparecen infinidad de personas sobre la capa helada que se extiende hasta la lejanía. La escena recuerda cualquiera de los conocidos dibujos de ¿Dónde está Wally? Resulta muy entretenido dedicar un tiempo a fijarse en lo que está haciendo cada personita. A pesar del intenso frío, la vida no solo no se detiene, sino que está en plena ebullición”.

            Uno de los capítulos se titula llamativamente “Platillos volantes en el Quattrocentro”, pero por supuesto no hay tales “platillos volantes”, sino el tipo de nubes que Piero de la Francesca puso en el cielo de varios de sus cuadros -- altocúmulos lenticulares--, que vagamente recuerdan la forma de los que muy posteriormente, ya en el siglo XX, se conocerían con ese nombre.

            Fue un inglés el primero en clasificar científicamente las nubes y fueron pintores ingleses –Constable, Turner-- los que con más asiduidad y precisión las llevaron a sus cuadros. No se olvida José Miguel Viñas de dedicarle un capítulo a Caspar David Friedrich, con su emblemático “Caminante sobre un mar de nubes”, ni otro a los famosos cielos velazqueños. Para Javier Marías, según cita Viñas, tal calificativo es un disparate. El autor de Todas las almas señala, con su peculiar prosa, que se trata de “una inversión o perversión que tuvo que decirse inicialmente, a saber: que los cielos pintados de Velázquez parecían cielos en verdad madrileños”. No parece haberse dado cuenta Marías de la verdad paradójica de Oscar Wilde: la naturaleza imita al arte. A menudo no vemos en la naturaleza más que lo que el arte nos ha enseñado a ver. Solo después de que Velázquez fijara en sus cuadros ciertos aspectos del cielo de Madrid nos fijamos nosotros y le damos nombre.

            Los cielos retratados nos enseña a ver, no solo los cuadros, también la realidad de otra manera. Los cielos de Turner o de Tiepolo existían antes de que los pintaran, pero nadie reparaba en ellos. Las nubes, las maravillosas nubes de que hablaba Azorín, se vuelven menos evanescentes cuando aprendemos a llamarlas por su nombre, pero no menos hipnóticamente seductoras.

           

2 comentarios:

  1. Interesante el libro, como casi todos los que comenta JLGM (por eso lo leo). Hablando de nubes, me he acordado del poema "El extranjero" de Baudelaire. Maravilloso, como las nubes...

    ResponderEliminar
  2. Se pueden contemplar los cielos grises asturianos sobre las carnavaladas de Evaristo Valle, además de aprender una lección de etnografia digna de Caro Baroja.
    También el "tratamiento de la luz" en Sorolla. En los niños que juegan en la playa nos damos cuenta de que es el Mediterráneo. Todo un maestro, Joaquín Sorolla.
    Todo eso gratis, damas y caballeros, en el Museo de Bellas Artes de Oviedo.

    ResponderEliminar