Miguel d’Ors,
Sociedad limitada ,
Renacimiento, Sevilla, 2010.
Miguel d’Ors es un poeta paradójico: emocionante e irritante, tradicional y experimental, bien humorado y cascarrabias, con frecuencia uno de los mayores poetas de nuestro tiempo y en no raras ocasiones un sectario versificador.
“Un poco más de confianza en el trato con la poesía” afirma en el prólogo que le han dado los años —pronto hará cuarenta— que lleva publicando libros de versos. Esa confianza a ratos parece excesiva. ¿A qué poeta de hoy se le ocurriría iniciar un libro rimando “degustar” con “Aznar”, “coplero” con “Zapatero” y “mirlo blanco” con “Franco”? Y no le importa despedirse, nada solemne, con un soneto en que no duda en utilizar la interjección “plaf” y en el que la poesía se presenta inopinadamente “del mismo modo que (según se cuenta) / una noche grisácea de los años 50 / se presentó Ava Gardner ante Mario Cabré”.
Él mismo manifiesta sus dudas, en el inteligente prólogo (dos páginas muy suyas que valen por todo un tratado), a propósito de “À une passante”, variación sobre un famoso poema de Baudelaire que cuenta con infinitas variaciones, pero seguro que ninguna parecida a la suya: “Mira que es ordinaria y gorda. ¡Y esa falda!”.
La poesía de Miguel d’Ors solo parece coloquial y directa al lector apresurado: pocos poetas tan ingeniosos, tan preocupados de eludir el tópico, tan minuciosamente artesanales. Con cada poema se propone un nuevo reto, darle otra vuelta a sus obsesiones de siempre. El lector que descubre el punto de partida del texto y los problemas que plantea y cómo se van resolviendo con rara pericia disfrutará doblemente.
“Desde mi ventana”, el poema que menciona a Aznar y Zapatero, contrapone el tiempo de los hombres y el tiempo de la naturaleza, historia e intrahistoria, lo pasajero y lo eterno (detrás está Keats y está Unamuno) y lo hace jugando, como sin darle importancia. Sabiamente el poema con que comienza el libro: es toda una poética.
“Tantísimas tontísimas preguntas” se titula el poema siguiente, que reescribe una oda de Fray Luis (“¿Cuándo será que pueda / libre de esta prisión volar al cielo…?”), incluye una greguería de Gómez de la Serna y termina parafraseando el famoso final de “Lo fatal”, de Rubén Darío. El resultado es Miguel d’Ors de cuerpo entero: “¿Cuándo será que pueda explicarme por qué / el llamarse Guillermo predispone / a la desobediencia y a las pecas, / qué pasa entre la luna y el piano, / por qué razón tan poco razonable / hay semanas que sólo tienen lunes…?”
Con “Belinha (1958-2005)” el poeta se pone por primera vez serio. En esa conmovedora elegía ya no habla solo el poeta, también el creyente, pero sigue hablando para todos los lectores. Las creencias de d’Ors casi nunca son certezas catequísticas, están llenas de dudas, e incluso a ratos se permite juguetear con ellas, como en “Un poco más de lógica teológica”, donde razona su preferencia por un dios “tirano caprichoso” frente a otro que es “la misma Justicia”.
A Miguel d’Ors le gustan los poemas paradójicos, darle la vuelta a las obviedades, llevarle la contraria a los tópicos de la sociedad contemporánea, que él detesta porque es una “sociedad limitada” —de ahí el título del libro— “incapaz de levantar la vista por encima de lo físico, lo racional, lo útil y lo rentable”. En esa crítica no duda en incurrir en el más descarado sofisma. Hoy en día “Los placeres prohibidos”, nos dice en el poema de cernudiano título, son los más elementales —una copa de Rioja, fumar “un lento distraído cigarrillo”—, pero el placer mayor es el de ser “gracias a Dios, exactamente / todo lo que aborrece esa canalla”. Y el lector piensa que, hombre, tampoco es para ponerse así, que a un poeta se le pueden permitir muchas cosas pero indignarse porque se prohíbe el vino de Rioja (cuando lo único que se persigue es conducir borracho) o fumar un cigarrillo (cuando lo único que se veta es hacerlo en lugares públicos para proteger la salud de otras personas) parece excesiva licencia poética. Pero, aunque nos burlamos de la moraleja, admiramos la gracia versificadora.
Para admirar a un poeta no necesitamos, como es bien sabido, compartir sus creencias religiosas ni sus ideas políticas. Admiramos a Pablo Neruda, a pesar de sus cantos a Stalin, y no dejamos de admirar a Miguel d’Ors porque, ya jubilado, se atreva a confesar lo que siempre hemos sospechado (aunque él afirme lo contrario) que, si la ocasión se presenta, sería de los primeros en echarse al monte “con el cetme en la mano, / detrás de la bandera rojigualda, / el Crucifijo al cuello, / disparando con toda la intención / y gritando Por Dios y por España”. Claro que esas sinceras confesiones (que le aproximan tanto a otros peligrosos patriotas abertzales y creyentes más o menos afganos) le suelen sentar al poema como a un Cristo dos pistolas.
Algo hay de deliberadamente irritante en este libro, en el que su autor se ve a sí mismo como un militante contra el Sistema, como un valeroso y solitario detractor de lo políticamente correcto (ignora que su nombre es legión, que lo que escasea en la sociedad contemporánea es la racionalidad, no la fe en este o en aquel Dios más o menos respetable o en cualquier poco respetable superchería).
Pero cuántos poemas memorables encontramos en Sociedad limitada, cuántos poemas en los que de pronto el reiterado artificio (las enumeraciones, los pequeños detalles exactos, la adjetivación precisa y sorprendente) se convierte en inédita emoción y magia: “Made in Pakistan” es uno de los más conmovedores poemas sociales que se hayan escrito nunca; “La gratitud del campo” salva para siempre “una perfumada mañana vegetal”; “Más misterios” convierte la primera mirada de un recién nacido a su abuelo (algo tan proclive al peor ternurismo) en una inolvidable reflexión sobre los enigmas de la existencia… Quien es capaz de escribir estos y otros poemas (“En mí”, que reescribe de original manera “Para que yo me llame Ángel González”, “A dos sombras de 1874” donde tras el evidente homenaje a Borges se esconde una reescritura de “In memoriam”, de Víctor Botas), merece toda nuestra gratitud y que nos hagamos los distraídos cuando se olvide de su talento para contar un chiste xenófobo o proclamar contundentemente y al margen de la verdad del poema sus verdades religiosas o su acrítica crítica del mundo contemporáneo.
jueves, 3 de junio de 2010
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Me estaba empezando a desengañar porque he pedido el poemario para estas navidades... tanta política, y ese sectarismo no me van; pero si hay buenos poemas como dices, me compensa...
ResponderEliminarque feo estas re porqueria
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