jueves, 11 de agosto de 2011

José Antonio Moreno Jurado: El libro de la miseria del hombre



José Antonio Moreno Jurado
Aracne
Paréntesis Editorial. Sevilla, 2011. 


Deja un sabor amargo este recuento de una vida al que José Antonio Moreno Jurado, quizá nuestro mejor conocedor de la literatura neohelénica, ha querido poner bajo la advocación de Aracne, uno de los personajes de las Metamorfosis ovidianas.
La primera parte, la más lírica, se publicó en 1989, y evoca, en breves capítulos que a ratos quieren acercarse al poema en prosa, una infancia andaluza. Recuerdan, inevitablemente, al Platero juanramoniano y al Ocnos cernudiano, aunque no haya ningún fácil mimetismo. El tono cambia en el resto del libro, escrito veinte años después. En 1989, Moreno Jurado era, si no un triunfador, un hombre que, con su esfuerzo personal y su talento, había llegado, o estaba a punto de llegar a donde quería, tanto en el plano personal como en el literario. Tras obtener el premio Adonais en 1973, su poesía tenía una resonancia cada vez mayor; el Nobel concedido a Odysseas Elytis, un autor al que él y pocos más conocían en España, contribuyó a darle cierta popularidad. Y después de duros años en la enseñanza privada, ya catedrático en la enseñanza secundaria, llegaba como profesor asociado a la Universidad.
            Lirismo y narratividad, reflexión y sátira alternan en las páginas escritas cumplidos los sesenta años, cuando se vislumbra el manriqueño “arrabal de senectud”. El lirismo aparece, sobre todo, en los capitulillos que se refieren al Amor (Moreno Jurado lo menciona siempre así, con mayúscula), que insinúan unas relaciones poco convencionales (e incluso escandalosas para la época) que el autor no se decide a desvelar de todo. El día en que conoció a uno de sus amantes, al que llama Bertolamo  (“Me llevaba exactamente diecisiete años y yo contaba entonces treinta y seis”), terminaron “en un garito cuyo nombre recordaré cuando me atreva a contar por escrito la otra cara de esta Sevilla hipócrita y bullanguera, más entregada a los santos y santas que a la verdad y al conocimiento”.
            La sátira se refiere, fundamentalmente, al mundillo literario. Pero es una sátira casi infantil, que refleja un muy escaso conocimiento de ese ambiente. Cuenta la anécdota que le ayuda a entender el éxito de unos poetas y el fracaso de otros, como él mismo. Tras terminar un libro de poemas, del que está particularmente satisfecho, va a Madrid, invita a comer a Jesús Munárriz y a su mujer y “a la primera oportunidad –son sus palabras—, les hablé durante la comida, con más o menos ardor o vehemencia, de las bondades de mi nuevo libro”. Para su sorpresa, el editor de Hiperión no mostró ningún entusiasmo; peor aún, sin siquiera ningún interés en su lectura, dijo no estar dispuesto a publicarlo, ya que los anteriores libros de Moreno Jurado se habían vendido poco. Lo que ocurrió seguidamente le serviría de lección: “A los pocos minutos apareció por allí García Montero que venía de Granada. Jesús le saludó afectuosamente, alzando los brazos y levantando la voz. El granadino le compró en aquel momento doscientos libros suyos para no sé dónde, pueblos, universidades, centros educativos, en verdad no me acuerdo, y yo, enmudecido, comprendiendo cuanto se podía comprender, me despedí lo más amablemente que pude, y, con la lección de los dineros bien aprendida, me volví a Atocha a pie y pensativo”. O sea que, si García Montero vende mucho, y se lo disputan sus editores, es porque se compra sus propios libros. Qué cosas…
            Pero no es el único caso en que Moreno Jurado deja claro tanto su resentimiento como su no excesiva inteligencia emocional. Durante un tiempo dedicó sus tardes a los poetas que empezaban: “El primero de ellos fue Juan Lamillar, a quien corregí, leí, expliqué cuanto pude, durante días y meses, pues había sido alumno mío en la Universidad Laboral y, al menos, teníamos entre nosotros ese mínimo vínculo común. Aunque Manolo Jurado solía llamarlo Mamillar, a mí no me hacía gracia. Sucedió, entonces, que en el proyecto de su primer libro me había dedicado un poema. Algo después, cuando hojeé uno de los primeros ejemplares de la obra, publicada en Renacimiento, la dedicatoria había desaparecido. ¿Fue imposición del editor, Abelardo Linares, que me aseguró, años después, que aquel chico había sido su gran descubrimiento? ¿O algún temor oculto de los que no pueden salir a la luz? Por otra parte, Abelardo Linares había proporcionado a Lamillar un puesto de trabajo en su librería. Sea como fuese, todo acabó en ese preciso momento porque me pareció, sencillamente, un acto de cobardía. Y ¿por qué no? de traición”.
            Otro poeta que presuntamente le traicionó, y se traicionó, fue Javier Salvago. Tras un primer libro prometedor, y que el propio Moreno Jurado presentó, “abandonó inmediatamente su primer comportamiento poético y se pasó por orden de Fernando Ortiz, aunque fuera una orden estética, desde aquella poesía de futuro prometedor a otro tipo de poesía de fácil contenido irónico, sin fuerza, de rima envejecida, anclada en Manuel Machado y otros poetas menores que nada aportaron con sus poemas a la aventura humana del pensamiento y la razón”. Antes, para congraciarse con el maestro, le habría contado todas las confidencias de Moreno Jurado: “No había pasado ni veinticuatro horas y toda mi vida se la había ofrecido Salvago en bandeja a Fernando Ortiz”.
            Con Fernando Ortiz, con otros poetas sevillanos, está obviamente obsesionado el autor de Aracne. A ellos les atribuye la conjura que llevó a su marginación literaria. No deja ni anotar ni una sola de las afrentas que le hicieron sufrir. Por ejemplo: “En un congreso de poesía en Córdoba, lo recuerdo bien, Fernando Ortiz y Aquilino Duque, que había estado muy atentos a los poemas de quien me precedía en la lectura, se levantaron de pronto, empujados por un extraño resorte interior, en el preciso instante en que el presidente de la mesa me daba entrada para mi intervención. Si dijera que nada sentí ante ese desplante, engañaría con toda seguridad”.
            La puerilidad adolescente, el provincianismo de estos recuentos de la vida literaria nos hace a veces sonreír. Lo mismo que ciertos apuntes de sociología erótica. La mayor parte de los homosexuales están casados (cuando eso suponía estarlo con una mujer), son buenos padres y buenos maridos: “El noventa por ciento. No es exageración. Y, curiosamente, todos ellos prefieren ser penetrados. Los célibes, rara vez”.
            ¿Vale la pena, ante tanta puerilidad, leer estas páginas escritas “para vengarse y reírse mil veces de la miseria del tiempo”? Sí, porque en ellas hay dolor y verdad. Y el desolado final vale para todos, para los que han aprendido las reglas del juego literario o académico, para los que se han estrellado contra esas normas no escritas o para los que, encogiéndose de hombros, se han dado la vuelta y han seguido otro camino: “Como hombre entre cuatro paredes, sin experiencia viva, solitario y aburrido, aprendí de los libros cuanto había de aprender. Pero no sé absolutamente nada. Ni siquiera el hombre que sabe, sabe para siempre. Un simple Alzheimer, una demencia senil, un fuerte golpe en la cabeza o en el corazón te abandonan al no conocimiento. Da igual si leías o no leías. El hombre termina en las manos aburridas del tiempo. El tiempo se aburre de nosotros”. 

7 comentarios:

  1. Es un buen Poeta Moreno Jurado, y mi comentario no va dirigido a él ni a ti, José Luis, sino a la sociedad literiaria en general. Lo que roza el paroxismo, el absurdo, es hablar-muchos lo hacen- de traiciones. Se puede llegar a odiar por cosas terribles de la vida, pero por publicar poesía, novela, lo que sea, hablar de traiciones, es además de infantil, ridículo a no poder más. Luchar por ganarse el pan, por unos hijos, si me apura, por el bien común de un nación, pero por asuntos literarios, jamás lo comprenderé. Desgraciadamente sigue sucediendo y yo he conocido eso odio hacia otras personas, algo realmente clínico. Nada más hermoso que no conocer el odio, y has de conocerlo desgraciadamente que sea por algo gordo, pero estas cosas, en fin.. Yo calificaría a estas personas como casos de tontura contagiosa en tránsito y remate.

    Un saludo

    Isabel

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  2. José Luis, no es conocer las reglas no escritas, tan infantiles como las que indica la anterior comentarista. Suelen ser siempre temas personales.
    Lo importante es no tener nada que ver con todo eso y reforzar lo mejor de este libro.

    Un cordialísimo saludo

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  3. Para la sociedad literaria encargo a un sociólogo a un relaciones públicas. ¿Qué reglas, qué hay que saber señor Martín?. Lo que hay que saber es escribir y cultivar la generosidad y la amistad. Y ante la enfermedad está la ayuda de amigos y familia y la medicina. En esta vida algunas veces desearía uno ser un tonto. Qué felicidad.

    Gran Salud y amor para todos.

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  4. Una anécdota que se cuenta por Sevilla y que la propia víctima certifica. Se cruzan una mañana, hace más de 30 años, Fernando Ortiz y Moreno Jurado. El primero le da los buenos días, a pesar de la enemistad notoria que le profesa el segundo. Moreno Jurado le replica "¿Buenos días? Serán buenos para ti, hijo de puta".
    A eso lleva a algunos, según parece, el estudio del helenismo.

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    Respuestas
    1. Vaya, esa " simplificación" es francamente estulta...y estoy siendo tremendamente eufemístico .

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  5. Hoy como ayer, siguen llenando su ego, engreidos, algunos en torre de marfil, con su poesía del silencio infantil, se comeran sus fragmentos, los imposibles, en sus pedestales, en su gloria.

    Isabel

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  6. Me encantan los comentarios de Isabel, tan digna ella, tan buena psicóloga, tan humilde, tan razonable...¡Ah, si todo el mundo fuera como Isabel!
    Por si acaso, me mantengo al margen de la sociedad literaria.

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