Esa mujer. La vida íntima de Wallis Simpson
Editorial Lumen. Barcelona, 2012
En la crónica rosa del siglo XX todavía sigue conmoviendo la historia de un rey, Eduardo VIII, que renunció a su trono por amor a una mujer divorciada, Wallis Simpson, con la que las convenciones sociales le impedían casarse. Pero la verdadera historia poco tiene que ver con la edulcorada leyenda.
La verdadera historia, tal como nos la cuenta Anne Sebba, con una rigurosa y en muchos casos novedosa documentación (y algún ligero lapsus, como escribir que el conde Ciano fue fusilado por los antifascistas), constituye, sin pretenderlo, una eficaz diatriba contra esa antigualla que, incomprensiblemente, continúa gozando de buena salud: la monarquía.
El príncipe de Gales, el heredero de la corona de Inglaterra y del imperio británico, nunca superó el nivel intelectual de los catorce años. Sus amantes le llamaban Peter Pan y “el hombrecillo”. Mientras fue príncipe sus únicas ocupaciones eran viajar de un país a otro e ir de fiesta en fiesta. En las revistas populares su imagen resultaba tan habitual como la de cualquier estrella de cine.
Wallis Simpson era una mujer ambiciosa y voluntariosa, y quizá no enteramente una mujer: parece que había nacido genéticamente varón, aunque con apariencia femenina. Anne Sebba no se muestra concluyente al respecto, aunque ciertas operaciones no bien explicadas y la incapacidad de tener hijos apuntan en esa dirección.
Tras un primer matrimonio poco afortunado, residió algún tiempo en China, primero en Shanghai y luego en Pekín. La leyenda sobre sus especiales habilidades sexuales que la harían irresistible viene de aquella época. En los años veinte, Shanghai tenía más prostitutas que ninguna otra ciudad del mundo, “con una jerarquía bien definida que figuraba en las guías”. Anne Sebba las enumera: “En lo alto de la jerarquía estaban los cantantes de ópera varones, que eran los más caros; después venían las cortesanas de primera clase, seguidas de las cortesanas corrientes, las prostitutas de las casas de té, las prostitutas callejeras, las que estaban en los fumaderos de opio, las de las casas de manicura que ofrecían sexo de pie y las prostitutas de los muelles, a veces llamadas ‘hermanas del agua salada’, que trabajaban con marineros y estaban en el peldaño más bajo de la escala”.
Anne Sebba se esfuerza en liberar a Wallis Simpson de los prejuicios antifeministas propios de la época. Lo cierto es que, en aquellos años, cuando todavía la capacitación profesional no estaba extendida entre las mujeres, el único medio que tenían para ascender en la escala social era el matrimonio, y el más eficaz medio de enriquecerse una discreta y adecuada selección de amantes. No era guapa, pero sí de personalidad fuerte y manejaba con destreza todas las artes del halago.
Cuando Wallis conoció al príncipe de Gales estaba casada con Ernest Simpson y había ascendido mucho en la escala social. Tenía casa en Londres y sus fiestas frecuentes estaban consideradas entre las más elegantes y divertidas. Wallis era amiga de la entonces amante del príncipe y, junto a su marido, comenzó a ser invitada a su residencia para amenizar las veladas. No tardó en hacerse dueña de la situación. La amante oficial tuvo que ausentarse unos días y cuando volvió no tardó en darse cuenta de que sobraba. El príncipe de Gales encontró en Wallis la mujer que necesitaba: le peinaba, le reñía a menudo, se burlaba de él en público y en privado, mientras seguía oficialmente casada –y quizá enamorada– de su marido. “El hombrecillo”, como le llamaba, no era más que un buen negocio, el mejor con el que se había encontrado nunca: en cuanto la veía enfadada le regalaba una suntuosa joya, especialmente diseñada para ella por Cartier o por algún otro afamado joyero.
Ser príncipe de Gales perpetuo habría sido el ideal de aquel tarambana que gustaba de ser castigado como un niño travieso. Pero murió su padre y de pronto se convirtió en el rey Eduardo VIII, con todas las obligaciones y responsabilidades que el cargo traía consigo. No pudo soportarlo. Su empeño en casarse con Wallis Simpson, que ya estaba casada, parece motivado por el deseo de escapar de aquel embrollo. Escapó antes de las solemnes ceremonias de la coronación, previstas para comienzos de 1937.
Las leyes del divorcio eran especialmente complicadas y absurdas en Inglaterra. El divorcio solo se concedía a solicitud de uno de los cónyuges, si se demostraba que el otro había cometido adulterio. El marido de la adúltera Wallis tenía que fingir un adulterio para que ella quedara libre y pudiera casarse con el rey.
Una absurda historia aquella historia que pone de relieve la hipocresía social de la época, pero sobre todo el absurdo de una institución, la monarquía, capaz de entregar la jefatura del Estado a quien el ciego azar decida, sin importar que tenga las mínimas condiciones para el cargo o no.
De haberse llevado a cabo los deseos del rey, en los años duros de la Guerra Mundial, Wallis Simpson, gran admiradora de Hítler, habría sido, no la reina consorte de Inglaterra, sino la verdadera reina: el rey no tomaba un vaso de agua sin mirarla antes para pedirle su aprobación. Inglaterra no habría entrado entonces en guerra con Alemania, Estados Unidos tampoco, la Unión Soviética habría sido derrotada, en Francia, en Italia, en España tendríamos regimenes totalitarios, Alemania sería la locomotora de Europa… No habría judíos en el mundo.
La dependencia y la sumisión que Wallis Simpson despertó en el rey de Inglaterra le jugó una mala pasada. Ella habría sido feliz toda la vida siendo la amante del rey, coleccionando joyas, y conservando a su marido, con el que nunca rompió del todo. Pero el rey se obsesionó con convertirla en reina, aunque para ello hubiera que forzar las leyes del divorcio.
Esa obsesión cambió, para bien, la historia de Europa. El epílogo, tras la abdicación, duró casi cuarenta años. El duque de Windsor vivió obsesionado con conseguir para su mujer el título de Alteza Real y ella con acumular joyas y fortuna. Sus intervenciones políticas durante la Segunda Guerra Mundial siempre favorecieron, directa o indirectamente a Alemania y perjudicaron a su país.
Curioso sistema político la monarquía, un sistema que permite que pueda ocupar la más alta jefatura del Estado un pelele infantiloide. Claro que los ingleses no le veían así: la censura y la autocensura de los medios de comunicación hacía que lo tuvieran por un simpático estadista. Es otro de los rasgos de ese curioso sistema político. Que, sin embargo, y a pesar de los Eduardos y las Wallis, parece que incomprensiblemente todavía funciona.
Tal como aquí se expresa JLGM respecto a las posibles consecuencias de la existencia de un rey incapaz o equivocado, parecería que semejante desgracia habría de determinar, sin posible apelación, el rumbo del país. Eso, que ni siquiera era del todo cierto en la época de las monarquías absolutas, está desde luego lejísimos de serlo en las parlamentarias. Por lo que respecta a la nuestra, cito algunas cosas que puede leer en el Título II, que es el relativo a la Corona:
ResponderEliminar"Sus actos estarán siempre refrendados [por el presidente del Gobierno y, en su caso, por los ministros competentes], careciendo de validez sin dicho refrendo [salvo en lo relativo al nombramiento de los miembros de su Casa, que no lo necesitan].
En la misma Constitución se habla de la posibilidad de incapacitación del Rey.
Que, como es obvio, JLGM no sea partidario de la monarquía no debiera arrastrarle, como aquí parece ocurrir, a dar de ella una imagen (más bien,una caricatura) que tiene tan poco que ver con la realidad. Y, por cierto, le recuerdo (y termino) que la Alemania hitleriana, a la que tan justamente execra, no era precisamente una monarquía. Ni, dicho sea de paso, la Rusia de Stalin. La monarquía, como cualquier otro sistema político, es discutible; pero no, creo yo, mediante las imaginaciones más o menos desatadas con que aquí se nos obsequia, sino con argumentos. No me parece que éste sea el caso.
Comento un caso concreto. El rey de Inglaterra,Eduardo VIII, era un rey incapaz, algo patente para todos los políticos que trataron con él y para todos los que le conocían (no así para sus súbditos, debido a la censura y autocensura que entonces aplicaban los medios de comunicación). Pero solo su obstinación en casarse con una mujer casada (en trámite de divorcio, pero entonces no se concedía si lo solicitaba alguien que cometía adulterio) le llevó a dejar la corona. En fin que la monarquía es un curioso régimen político que deja la jefatura de un Estado fuera de la decisión de los ciudadanos y a merced del azar biológico. No se me oculta que en algún caso puede ser un mal menor. Pero no por eso deja de ser curioso.
ResponderEliminarAhora bien, el argumento de que otros regímenes no era monarquías y sin embargo eran peores que las monarquías no me parece que sea de recibo. Avergonzaría a un aprendiz de lógica. En una democracia los votos deciden qué políticos quieren los electores que los representen. Puede que no siempre sean los mejores (sobre todo a juicio de quienes no los han votado), pero siempre son los que prefiere la mayoría. Eso es todo. Claro que puede haber un dictador más eficaz que ciertos políticos elegidos. Pero eso no justifica la dictadura. Como no justifica la monarquía que, veces, un rey pueda actuar mejor que el presidente de una repúbublica. Al presidente, si defrauda, se le manda a casa. Al rey cuesta un poquito más.
JLGM
No sé si mi argumento debe avergonzarme; no soy aprendiz de lógica. En todo caso, enviar "a casa" a Hitler costó lo suyo: unos cuantos millones de muertos, concretamente. Lo que quiero decir es que la imagen que en el texto se da de las monarquías, y que ni siquiera se toma el trabajo de distinguir entre absolutismo y monarquía parlamentaria, es inexacta y caricaturesca. No supongo que tenga que avergonzar a nadie (no me gustan los argumentos "ad hominem"), pero desde luego no es un prodigio de objetividad. Lo cierto es que, le guste o no (y lo entienda o no), en la Europa que pasa por más avanzada hay tanto repúblicas como monarquías (recordemos sólo las nórdicas, la holandesa o la inglesa). Y también es cierto que ha habido y hay, entre las repúblicas, ejemplos bastante lamentables. El Chile de Pinochet lo era, por ejemplo. Es verdad que, además, era una dictadura, y usted parece estar hablando, aunque no lo diga, específicamente de repúblicas democráticas. Tanto más lamentable es que no recuerde que, como ya he señalado, también hay democracias entre las monarquías; y algunas, francamente envidiables en no pocas cosas. Repito, y termino: tiene todo el derecho a no apreciar la monarquía. Acaso tiene un poquito menos a olvidar deliberadamente que hay monarquías cuya condición democrática no parece discutible, y a olvidar igualmente que hay repúblicas que nada tienen de democráticas. Comparar, digamos, los mejores hombres con las peores mujeres (o viceversa), es no hacerles justicia ni a unos ni a otros.
ResponderEliminarLa preferencia por la república frente a la monarquía que yo declaro es, obviamente, en regímenes democráticos. Un dictador o un monarca absoluto me resultan igualmente deplorables.
ResponderEliminarJLGM
Y no es argumentar "ad hominen" (difícil cuando el "hominen" se esconde tras un anónimo) indicar que un razonamiento --sacar a Hitler a relucir cuando se trata de que la jefatura de Estado sea electiva o hereditaria-- resulta inadecuado y fuera de lugar.
No, naturalmente que argumentar "ad hominem" no es eso; argumentar así, como me imagino que sabe, es responder a los argumentos, mejores o peores, que uno aporte no con otros argumentos, sino con alusiones personales como la de que una determinada afirmación "avergonzaría a un aprendiz de lógica". Si yo defiendo, un suponer, que dos y dos son cuatro, y usted afirma que en ciertos casos pueden ser cinco (o viceversa), nada pinta en la discusión una afirmación como "usted es tonto". Sobre constituir un ataque personal que nada justifica, aunque uno u otro fuera efectivamente tonto no es eso lo que se discute; el tema es otro (cuántas son dos y dos). No verá que yo prescinda de argumentos para acusar sus presuntas limitaciones personales (todos las tenemos). Me parece injustificado e inelegante.
ResponderEliminarY me gusta que aclare lo de que su planteamiento se refiere a regímenes democráticos. Me gusta sobre todo porque, como ya señalaba en mi primera nota, la caricaturesca descripción que en su texto hace de la monarquía para nada tiene en cuenta las limitaciones al poder de decisión del monarca que operan en las democracias; ni más ni menos que si no existieran. El resultado es que compara implícitamente las repúblicas democráticas con las monarquías que no lo son. Planteamiento, como también señalaba y para decirlo con suavidad, nada justo.
Lamento interrumpir la discusión, que podéis seguir tranquilamente porque yo no requiero respuesta. Sólo comentar que al gobierno inglés le vino de perlas la obcecación de Eduardo por Wallis Simpson, ya que así tuvieron una estupenda excusa para deshacerse de él. No sólo porque, como bien comentas, era un tarambana y un incapaz, sino porque sus manifiestas simpatías por la Alemania nazi eran como tener al enemigo en casa. En varias ocasiones le pasaron, como prueba, falsos secretos de estado que al día siguiente eran detectados en las comunicaciones alemanas. Hacia al final le ocultaban las deliberaciones del consejo de ministros. Incluso ya apartado de la corona, tuvo que intervenir el servicio secreto para evitar que desertara a Alemania, con el subsiguiente golpe propagandístico para los nazis. En fin, una joyita. Lo del impedimento de casarse con una plebeya divorciada fue una cortina de humo. El trasfondo era mucho más serio. Un abrazo.
ResponderEliminarRespuesta a anónimo: Si di la impresión de que comparaba las repúblicas democráticas con las monarquías que no lo son me expliqué mal. Cuando yo digo que me parece más adecuado (y por supuesto más democrático) en general el sistema republicano que el monárquino no me parece adecuado argumentar que a veces puede haber un mal presidente y un buen monarca (ya lo sé) y me parece una pésima manera de razonar, impropia siquiera de un aprendiz de lógica. ¿Esto son argumentos "ad homimen"? Pues lo siento, yo no lo veo así. Decirle a quien se empeña en afirmar que dos y dos son cinco que no sabe sumar no es lo mismo que llamarte tonto.
ResponderEliminarEn una cosa me parece que estaremos de acuerdo. Los cambios de régimen hay que hacerlos con tiento porque nunca son fáciles. Así que, si tenemos una monarquía, dejémosla estar mientras funcione. Pero si un rey falla no pongamos otro, aprovechemos para el cambio a un sistema más razonable y democrático (las democracías con monarquía siempre tienen que hacer muchos disntingos con la corona).
JLGM