martes, 3 de abril de 2012

José-Carlos Mainer: Barojianas paradojas


José-Carlos Mainer
Pío Baroja
Taurus. Madrid, 2012


Pocos escritores han concitado, casi desde sus inicios, el aprecio constante de los críticos más exigentes y de los lectores de toda clase y condición, un aprecio que se ha mantenido a lo largo del tiempo y que llega hasta los nuestros, como Pío Baroja. Pero pocos también han tenido tan fiel cohorte de apasionados detractores. Pedro Salinas consideraba que su libro de poemas Canciones del suburbio era el peor que se había escrito nunca, un ultraje a la lengua española. Y en Mis conversaciones con Pío Baroja (1945), del apócrifo D. Benaudalla, prologadas y anotadas por otro apócrifo, Francisco de Vélez, se caricaturiza su biografía a la vez que se hace recuento de todos sus verdaderos o presuntos dislates sintácticos (detrás del libelo se encuentra Luis Ruiz Contreras, que también le denostó con su propio nombre). Más reciente es la “biografía no autorizada” Baroja o el miedo del nada apócrifo Eduardo Gil Bera, tan virulenta y sarcástica que parece producto de una ofensa personal. Incluso el dolor del escritor, un “hombre de más de sesenta años”, por la muerte de su madre le parece “algo repelente”. Como nos parecen a nosotros, entre otras muchas, sus burlas por la operación de próstata a que fue sometido Baroja.
            A José-Carlos Mainer, siempre ponderado y bien informado, no se le ocultan las limitaciones de Baroja, acentuadas con la edad, y no se ocupa de disimularlas, pero no le importan demasiado, como no nos importan a nosotros, porque hay una cualidad que el escritor nunca pierde, ni siquiera en la más inhóspita vejez: el encanto.
            La biografía de Baroja se ha contado muchas veces, por él mismo y por otros, y a su obra se han dedicado ya estudios fundamentales. ¿Qué nos puede decir de nuevo Mainer? El lector apresurado puede pensar que se trata de un encargo realizado con solvencia, pero sin mayor interés. Y ciertamente las primeras líneas del prólogo no animan demasiado a seguir leyendo: “La presente biografía de Baroja se atiene a la pauta fundamental de la colección en que ve la luz: pretende explicar, a través del curso de una vida fecunda, las razones por las que su protagonista alcanzó el atributo de la eminencia”. El título de la colección, “Españoles eminentes” (copiado de los Victorianos eminentes, de Lytton Strachey, pero sin su ironía) parece remitirnos a otra época, los años cuarenta, de mayor fervor ejemplarizante y nacionalista. La verdad es que nos importa poco la razón por la que Baroja merece el calificativo de “eminencia”, y utilizar más de cuatrocientas páginas para averiguarlo resulta excesivo. Y no acabamos de encontrar justificado que, por el hecho de que Baroja naciera durante una guerra civil (la segunda o la tercera guerra carlista) el biógrafo se embarque en un recuento de todas las guerras civiles ocurridas en el mundo durante el siglo XIX.
            Mainer tarda algo en encontrar el tono y no ofrece nuevos y sorprendentes datos biográficos; a él lo que de verdad le importa de la vida de Baroja es la relación con su literatura, y de ambas con una época conflictiva y apasionante: el final de un siglo, el XIX, y la primera mitad del siguiente.
            José-Carlos Mainer no es solo un estudioso que combina minuciosa erudición con apuntes sociológicos y atrevidas síntesis de historia de la cultura; es también uno de los prosistas más notables de nuestro tiempo, un ensayista que –como Ortega ayer o Savater hoy (aunque no por sus novelas)– forma parte de la historia de la literatura.
            Minuciosa, asombrosa erudición la de Mainer, que parece haberlo leído todo y es capaz de compendiar cada trabajo con unas pocas palabras (por esos sus bibliografías están hechas para leerse y no solo para consultarse). Y ningún mérito resta a su trabajo que –acá o allá–  el lector puntilloso pueda detectar un error de fecha o un fácilmente corregible lapsus.
            Entre los críticos del Baroja inicial destaca Mainer (y resulta un acierto por su parte) la figura del catalán-argentino Juan Mas y Pi; subraya la importancia de las páginas que dedica al novelista en Letras españolas y añade que, tras ese volumen, “saludó con entusiasmo el futurismo, compiló otro importante volumen olvidado –Ideaciones, Letras de América: Ideas de Europa (1913) y murió trágicamente cuando, de regreso a Europa, su barco  –el Príncipe de Asturias–  embarrancó en la costa de Brasil en 1916”. Pero Ideaciones es de 1908; uno de los capítulos se dedica a “Las poesías de Miguel de Unamuno”, aparecidas el año anterior, y otro, el más emocionante, “Un libro viejo”, a un escritor que le había fascinado en la juventud y ya era para entonces un olvidado: Leopoldo Alas Clarín. Son páginas que merecían reeditarse.
            En 1923 la Revista de Occidente se abrió, tras la declaración de intenciones del director, con unas páginas de Baroja, “La feria de Marsella”, “anticipo –escribe Mainer– de su novela La feria de los discretos, que, como sabemos, salió a finales de año”. Pero la novela cordobesa de Baroja había aparecido bastantes años antes; la novela anticipada es El laberinto de las sirenas, como ha indicado en líneas previas.
           De Pío Baroja, reducido a tres o cuatro novelas siempre reeditadas y a un puñado de anécdotas y tópicos, creíamos saberlo todo; Mainer nos descubre cuánta complejidad esconde su aparente sencillez. Y lo hace con tan ameno rigor, con tan ponderada sabiduría, que el escepticismo con que comenzamos este retrato de un “español eminente” pronto se cambia en apasionada lectura que no desearíamos llegara a terminarse. Y que no termina: cerramos la biografía del escritor, escrita con la pasión que da el conocimiento, y volvemos a los tomos de sus obras completas: abiertos por cualquier página, juntan al placer de lo consabido el de la inagotable novedad.  

1 comentario:

  1. Leía atento la biografía de Hitler, tras una demorada ducha, una demorada sesión de ordenador y, en definitiva, una demorada vida. Sobre la gran mesa del salón descansaban dos tomos de la vida de Stalin, obsequio para el ya talludo retoño. Asqueados de la globalización, los nostálgicos querían cambiar el mundo.

    © MTGL

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