jueves, 27 de septiembre de 2012

Curzio Malaparte: Un genio fascista y narciso


Maurizio Serra
Malaparte. Vidas y leyendas
Traducción de Juan Manuel Salmerón
Tusquets. Barcelona, 2012


La vida de un escritor acaba formando parte de su obra. La de Curzio Malaparte, tan bien contada por Maurizio Serra, está a la altura de sus dos obras mayores, Kaputt y La piel. Fue un fascista de primera hora, amigo de la violencia, cómplice en uno de los casos más turbios que llevaron a Mussolini a afianzarse en el poder: el asesinato de Matteotti. Tras las elecciones de 1924, ganadas por la “lista nacional” mussoliniana, un diputado veneciano, Giacomo Matteotti, presenta en el parlamento pruebas de fraude electoral y  malversaciones, pruebas que implican directamente al ministro del Interior. Pocos días después es secuestrado a la salida de su casa; su cadáver aparecerá meses más tarde. Gran escándalo internacional, hay una investigación que lleva hasta una de las “squadras” del partido fascista, dedicadas a amedrentar adversarios y obreros díscolos. Dirigidas por personas de la máxima confianza del Duce, la investigación del asesinato cada vez se acerca más a su persona. Y en ese momento interviene Malaparte –un llamativo pseudónimo que encubre su origen alemán: el apellido real era Suckert–, que se presenta a declarar voluntariamente. Según él, la misma noche del crimen, el principal acusado, Amerigo Dumini, un matón con el que mantenía cierta amistad, le confesó que su intención era darle una lección al diputado, no matarlo, que su muerte fue accidental. Dumini, que hasta entonces lo había negado todo, se acoge a esa versión, ya que la pena por homicidio involuntario no podía ser demasiado grave. Se le prepara además un atenuante, con la intervención también de Malaparte. Poco antes había sido asesinado en París, por un anarquista, un diplomático italiano; de ese crimen se acusa con pruebas falsas a Matteotti: la “lección” que quiso darle Dumini estaría así justificada por la indignación que le causó ese crimen. Mussolini puede respirar aliviado y los contrarios al fascismo saben desde ese momento a qué atenerse.
Curzio Malaparte no recibió el premio que esperaba por sus servicios –un alto cargo en la política o en la diplomacia– y desde entonces guardó un cierto resquemor hacia Mussolini. En contra de lo que dijo a partir de 1943, nunca fue antifascista mientras el fascismo estuvo en el poder. Cierto que en 1931 se le confinó a la isla de Lipari, pero por su enfrentamiento personal con uno de los capitostes del fascismo, Italo Balbo, y los cinco años que decía haber pasado en el destierro fueron poco más de un año.
            Muchos puntos negros hay en el comportamiento de Curzio Malaparte, siempre atento a sus intereses, siempre dispuesto a venderse al mejor postor, y Maurizio Serra no perdona uno y con paciencia y buena documentación va desmontando todas las mentiras con las que el escritor adornó o directamente falsificó su vida.  El libro, sin embargo, está escrito desde la simpatía. Y el lector acaba sintiéndola también. Curzio Malaparte atrae y repele al mismo tiempo. Exhibicionista y a la vez lleno de secretos, practicaba el culto a la virilidad, pero eso no le impedía utilizar un discreto maquillaje. Agresivamente homófobo, se le tildó de homosexual, pero el único hombre del que estuvo enamorado –si no tenemos en cuenta su relación de amor-odio con Mussolini– fue él mismo. Tampoco parece que estuviera nunca enamorado de ninguna mujer, aunque muchas lo estuvieron de él y una de ellas, la actriz norteamericana Jane Sweigard, llegó hasta el suicidio por amor. A las mujeres las trató con una displicencia que a veces se confunde con los malos tratos. Aparte de a sí mismo, parece que solo amó a los animales, especialmente a sus perros, con los que gustaba de pasear a solas.
            Era un dandy y un monje, un insaciable acaparador de elogios y honores y un escritor dedicado obsesivamente a conseguir la verdad de cada página. Fue el cronista de los horrores del siglo XX, un cronista que siempre presumía de haber estado allí, de haberlo visto todo con sus propios ojos. Mentía, mentía continuamente, como periodista y como escritor, pero solo era para mejor decir la verdad, para hacerla más verdadera. Más de una vez le descubrieron fechando todavía sus reportajes en el frente cuando ya llevaba meses viendo en Roma o en Capri.
            Sus dos obras mayores, Kaputt y La piel, nos hablan de los desastres de la guerra. Se trata de dos inmensos e inolvidables reportajes alucinados. En Kaputt acompaña, como enviado especial de un periódico italiano, a los soldados alemanes en su ocupación de Polonia y la Unión Soviética. El periodista Lino Pelegrini, que le acompañó entonces, y al que Maurizio Serra entrevista en su biografía, ha puesto en cuestión alguna de las anécdotas que Malaparte cuenta en Kaputt. Importa poco. Lo que se le puede reprochar a un periodista no se le puede reprochar a un escritor. Lo que le han contado, aquello de lo que se ha enterado por otros medios, lo cuenta como si hubiera sido testigo presencial; consigue así que la eficacia sea mayor, y a veces también la verdad.
            Los napolitanos tardaron en perdonarle a Malaparte el retrato que de ellos hizo en La piel, un libro que es a la vez el retrato más fiel de la ciudad en los días terribles de la “liberación” y una onírica pesadilla.
            Mucho de tragedia grotesca, de comedia a la italiana, tuvo el final de Malaparte, los largos meses que pasó en una clínica romana tras habérsele detectado cáncer durante un viaje a China. Todos sus amigos y sus enemigos, todo el que era alguien en la Italia de entonces, fue a visitarle y él, a pesar de los terribles dolores, estaba encantado de haberse convertido en lo que siempre quiso ser: el centro del mundo. Poco antes de su muerte le entregaron, con mucho ruido mediático, el carnet del partido comunista (con los comunistas había coqueteado desde que se quedó huérfano de Mussolini), pero murió, según se anunció también estruendosamente, convertido al catolicismo. Eran tiempos, años cincuenta, en que en Italia como en España (recordemos el caso de Ortega y Gasset) había clérigos especializados en aprovechar los momentos de debilidad de los agonizantes ilustres para lograr que volvieran al redil de la fe. Los padres jesuitas que lograron la “conversión” de Malaparte explicaron a los periodistas que, en su presencia, había roto el carnet del partido comunista que le habían entregado poco antes. Pero ese carnet, que todavía se conserva, apareció intacto escondido bajo el colchón. Malaparte, que solo se quería a sí mismo, jugó hasta el último momento a dejarse querer por unos y por otros.
            La biografía que le dedica Maurizio Serra lleva el subtítulo de “vidas y leyendas”. No solo de esas vidas, raramente ejemplares, y de esas leyendas, que aún no han perdido su capacidad de fascinación, se nos habla en este libro; también de la compleja historia de Italia en la primera mitad del siglo XX y de la obra literaria, muy minuciosamente analizada, de una de los nombres fundamentales de su tiempo.
            Una biografía ejemplar, a pesar de alguna inexplicable desidia de los editores (como ofrecernos la lista íntegra de las traducciones de Malaparte al francés y solo tres o cuatro traducciones recientes al español), de un seductor que no habría sido el gran escritor que fue sin haber sido la persona a menudo poco ejemplar que también fue.

5 comentarios:

  1. Hola:

    Querría hacerle una pregunta no relacionada con su última entrada. Tal vez haya un mejor espacio para ello, pero no lo encuentro. En todo caso, mis disculpas por adelantado.

    Estoy buscando una antología de la poesía de la Guerra Civil para un curso universitario. ¿Podría ayudarme a elegir entre la de Jorge Urrutia o la de Akal?

    Mil gracias.

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  2. Pues no me atrevería a decidir. Ambas están bien. Y hay otras. Lo mejor es poder consultarlas todas en una buena biblioteca.

    JLGM

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  3. Cuando leí "Kaputt" quedé horrorizada con su lectura. Las atrocidades cometidas por lo alemanes son narradas con tanta frialdad que me resultaba a veces insoportable su lectura. "La piel" también me impacto (mujeres vendiendo niños a los soldados, enanos desorientados, disquisiciones sobre la presunta supremacía estética de los cadáveres de hombres negros...) Pero al describir aquellas atrocidades lo hace de una manera tan soberbia,tan
    convincente que aún provocando el horror no pude dejar de leerlo. Y no te digo nada de la película...

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  4. A mí también me impactó La piel. La leí de muy, muy joven (no creo que tuviera 15 años). Y luego la he releído en alguna ocasión. Quizá el autor fuera una malísima persona, no lo sé (tampoco juzgo la literatura de nadie según sus buenas obras). Yo recuerdo que de aquellas páginas se desprendía una brutal compasión.

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