Francis Stonor
Saunders
La CIA y la guerra fría cultural
Traducción de Rafael
Fontes
Debate. Barcelona,
2013
Tendemos a ver el mundo en blanco y negro, y esa tendencia
se agudiza en los casos de conflicto –o ellos o nosotros– como un mecanismo
necesario para la supervivencia del grupo. Acabada la segunda guerra mundial,
“ellos” dejaron de ser los nazis para ser sustituidos por los comunistas que
hasta entonces, y tras la invasión por Hitler de la Unión Soviética formaban parte
del “nosotros”, de los luchadores por la libertad.
Ese nuevo
enfrentamiento, conocido como guerra fría, fue fundamentalmente ideológico, no
bélico. De ahí la importancia que tuvieron en él escritores y artistas. La Unión Soviética , además de
controlar férreamente a los intelectuales del interior, mostraba una
sorprendente capacidad de seducción para atraer a los del resto del mundo. Con
sus congresos por la paz, apoyados por los nombres más brillantes del momento,
muchos de ellos no comunistas, parecía haber ganado la batalla de la
propaganda. Y fue entonces cuando los Estados Unidos deciden crear el Congreso
por la Libertad Cultural ,
una ambiciosa organización, que tenía sedes en multitud de países, y que se
dedicó a publicar importantes revistas culturales, llevar a los escritores de
un lado a otro en bien pagadas conferencias, financiar multitudinarios
encuentros. Frente al dirigismo del otro bloque, apoyaba la libertad de la
cultura, como su nombre indicaba, y tenía predilección por los antiguos
comunistas que habían abjurado de sus antiguos errores.
¿Quién
financiaba todas esas actividades? Aparentemente diversas fundaciones privadas,
en realidad la Agencia Central
de Inteligencia de los Estados Unidos, esto es, la CIA,
la misma organización implicada en atentados, golpes de Estado y múltiples
actividades ilegales.
Durante dos
décadas, aproximadamente entre 1947 y 1967, la
CIA funcionó como un gran Ministerio de Cultura dentro de los Estados
Unidos –donde nunca hubo Ministerio de Cultura–
y en el resto del llamado “mundo libre”.
Su patrocinio no se limitó al
mundo literario. Los congresistas de Estados Unidos, y en esto coincidían con
sus rivales soviéticos, detestaban el arte moderno, para ellos también “arte
degenerado”, como para los nazis. Y fue el Congreso por la Libertad Cultural ,
esto es la CIA, quien se encargó de
promoverlo y de promocionarlo en el extranjero. El expresionismo abstracto es
hoy considerado como la gran aportación de Estados Unidos a las artes plásticas
en aquellos años, pero ni esa corriente ni una de sus figuras más destacadas,
Jackson Pollock, habrían sido posibles sin el apoyo de la CIA.
Tom Braden,
que ocupaba un alto cargo en la
Agencia en aquellos momentos, declaró que la mayoría de los
congresistas no podían soportar el arte moderno, pensaban que era una farsa,
que era pecaminoso, y por eso la promoción del arte en el extranjero tuvo que
hacerse “de forma encubierta; tenía que hacerse así porque hubiese sido
rechazado si se hubiese sometido a votación. Para favorecer la libertad de
expresión teníamos que hacerlo todo en secreto”.
Las
actividades culturales de la CIA tuvieron
que hacerse en secreto por esa razón y por otra más importante porque la
propaganda solo es eficaz cuando disimula su carácter de propaganda. Pero fue
un secreto que no tardó en ser un secreto a voces. Todo el mundo sabía quien
estaba detrás de aquellas actividades, aunque los que participaban en ellas
fingieran creer que solo se trataba de rumores.
Con
minuciosa, y a ratos algo tediosa información, Frances Stonor Saunders nos
cuenta esta historia llena de secretos y mentiras, sin asesinatos, pero con
numerosos complots y algún que otro suicidio, que daría para más de una novela
de espías.
El
dirigismo cultural de la CIA no tenía,
por supuesto, un fin principalmente cultural, sino de apoyo a la política
exterior de los Estados Unidos, pero también tuvo benéficos efectos culturales.
Y esa es la paradójica moraleja que podemos extraer de esta historia.
De la misma
manera que la poesía de Pablo Neruda no queda invalidada por su explícito estalinismo
y por la supeditación de toda su actividad pública a las directrices del
partido comunista, tampoco la de Stephen Spender queda invalidada por los
muchos años en que dirigió la revista Encounter
fingiendo no saber quién la financiaba ni quién pagaba su sueldo. Ni la
denuncia anticomunista de Arthur Koestler en El cero y el infinito queda devaluada porque el Foreign Office
comprara miles y miles de ejemplares para distribuirlos gratuitamente.
A principios
de 1963, quienes dirigían en la sombra a los intelectuales del Congreso por la Libertad Cultural
se enteraron de que Neruda era un firme candidato para el premio Nobel.
Inmediatamente comenzaron la campaña contra él, en la que tuvieron parte importante
escritores españoles como Julián Gorkin, un antiguo comunista, o Salvador de
Madariaga. Neruda no conseguiría el Nobel hasta 1971 cuando a la CIA ya no le preocupaban las cuestiones
culturales, sino otras más importantes, como apoyar a los golpistas contra el
gobierno de Salvador Allende, del que Neruda era entonces embajador en París.
Frances
Stonor Saunders encabeza cada uno de los capítulos de su libro con una cita
literaria. La del último, “Mal negocio”, que trata del fin de aquellas
actividades en 1967, tras ser descubiertos por la prensa los mecanismos de su
financiación ilegal, está firmada por Campoamor. Son sus versos más famosos y
resumen bien la moraleja que se puede extraer de tan precisa y bien documentada
investigación: “En este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira, / todo es
según el color / del cristal con que se mira”.
Manipular
escritores que se creían libres para atajar los avances del comunismo no fue lo
peor que hicieron quienes “reclutaron nazis, derrocaron gobiernos, apoyaron
dictaduras, tramaron asesinatos”. Y si dejaron de hacerlo fue menos por haber
sido descubiertos sus entresijos financieros que por haberse dado cuenta de la
escasa utilidad del empeño.
Fue un enfrentamiento no bélico y novelero...
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