miércoles, 6 de febrero de 2013

Federico de Onís: Contra el diluvio del olvido


Federico de Onís
Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932)
Prólogo de Alfonso García Morales
Renacimiento. Sevilla, 2012


Las antologías poéticas, entre los poetas contemporáneos, no tienen demasiada buena fama. Gran parte de las polémicas de los últimos años han estado motivadas por la aparición de determinadas antologías, siempre parciales, caprichosas y excluyentes a juicio de los poetas no incluidos en ellas y de los críticos que los apoyan.
            Pero toda antología implica una selección y toda selección un criterio. Si una antología procura no dejar a nadie fuera, no es una antología, sino un centón. Hay, sin embargo, unas más restrictivas que otras. Muy restrictiva fue la primera antología de Gerardo Diego, la que estableció el canon de la generación del 27; mucho más abierta, la de Federico de Onís, publicada poco después y ahora reeditada en facsímil con un excelente estudio introductorio.
            La antología preparada por Federico de Onís ya era famosa años antes de su aparición (se publicó a finales de 1934, pero no comenzó a distribuirse hasta enero de 1935). El antólogo era un prestigioso catedrático de Literatura Española que había ejercido en Oviedo y Salamanca para posteriormente ser contratado por la neoyorquina universidad de Columbia. En ella hizo de anfitrión, entre otros, de García Lorca. Por una carta de este a su familia sabemos que, en 1929, la antología estaba muy adelantada y que ayudó en su preparación: “he elegido yo con mi criterio las poesías de Salvador Rueda, José Asunción Silva (gran poeta colombiano), Machado, Juan Ramón y otros menores”.
            El diario de Juan Guerrero Ruiz, Juan Ramón de viva voz, nos informa de la obsesión de Juan Ramón Jiménez por esa antología y de sus intentos de intervenir en ella. En marzo de 1931, le visita Guerrero Ruiz para darle cuenta de una carta de Jorge Guillén (otro ocasional colaborador, como Lorca) en la que le informa de la estructura del volumen: “Juan Ramón va imaginando qué poetas serán los agrupados en cada una de estas seis secciones en que se divide la obra, y dice que si él pudiera hablar con Onís antes de terminar el libro, en una hora de conversación le orientaría, pues como ha pasado estos años últimos en América, tal vez no conozca bien lo de este tiempo. Onís es muy listo y pronto se pondría al corriente”.
            No sabemos si Juan Ramón Jiménez tuvo ocasión de darle este cursillo acelerado al catedrático. En cualquier caso, la interpretación que Onís hace de la evolución de la poesía española en el último medio siglo coincide con la del poeta en dos aspectos fundamentales: la interpretación del modernismo como algo más que una moda o escuela literaria (contrapuesta, por ejemplo, a la generación del 98) y la consideración de que ese gran movimiento (equivalente al Renacimiento) culmina con el propio Juan Ramón, uno de los poetas (el otro es Rubén Darío) a los que se les dedica un capítulo independiente.
            Esta Antología de la poesía española e hispanoamericana tiene un valor histórico indudable. ¿Conserva algún interés para el lector común, para el aficionado a la poesía que no es ni estudiante ni estudioso? Un gran interés, que curiosamente se acrecienta con los poetas menores o menos conocidos.
            La selección de Onís abarca 153 poetas (de los cuales solo siete son mujeres, y eso le bastaba para señalar la eclosión de la poesía femenina como un rasgo de la época: eran otros tiempos), entre los que se incluyen todos los grandes nombres del momento y también otros que ahora ni siquiera hemos oído nombrar.
            La introducción al volumen es una pieza básica para el cabal entendimiento del modernismo, y las presentaciones de los poetas mayores (Rubén Darío, Unamuno, Antonio Machado, el propio Juan Ramón) demuestran la pericia crítica y el buen conocimiento del tema por parte del antólogo. Pero hay también una parte más descacharrada y novelera. De Pablo Neruda, que entonces vivía en Madrid y capitaneaba la ofensiva contra Juan Ramón, escribe: “Dejó los estudios que seguía en su ciudad natal por afán de viajar, y logró su deseo de vivir en países lejanos, yendo a China como cónsul. Después ha estado, según creo, en el Brasil. No tiene interés por Europa”.  Qué curioso resulta ese “según creo” en materia de la que sería tan fácil informarse (y de la que Juan Guerrero Ruiz, que corrigió las pruebas y ayudó a preparar el libro, estaba tan bien informado).
            Las semblanzas de las docenas y docenas de poetas menores, bastante ajenas a la crítica académica, conforman una especie de novela con muchos personajes y anticipan a César González Ruano y su atrabiliaria, pero utilísima y amena, antología. Así, la desconocida poeta mexicana María Enriqueta es “muy señora y mujer de su casa”. Delmira Agustini, por su parte, era “rubia y hermosa” y “se casó con un hombre corriente, al parecer sano y normal, para separarse a los pocos días”. Álvaro Fernández Vasseur “no se hizo querer de sus paisanos, y aun después de una larga obra, goza entre ellos de escasa reputación, y ésta más bien mala que buena”. De Alfonsina Storni nos dice: “Según Gabriela Mistral, tiene algo de infantil, desmentido por su conversación –encantadora–  de mujer madura”.
            Dos antologías hay en esta antología: una en la que está, bien seleccionado y bien comentado, con adecuada bibliografía, lo mejor de la poesía de finales del XIX y el primer tercio del siglo XX; otra, en la que abunda el material de acarreo, la nota pintoresca, la arbitrariedad selectiva y crítica. La primera parte es la que más admiramos, la que ha dejado su impronta para siempre en los manuales; la segunda, la que más nos divierte. Sin olvidar que, entre los más de mil poemas de la antología, junto a los bien conocidos y releídos, hay muchos otros desconocidos y memorables.
            Una antología como esta tiene algo de inagotable caja de sorpresas y de arca de Noé, permite salvar del diluvio del olvido a poetas que no habrían sobrevivido de otra manera. No es su único mérito, pero sí quizá el que más agradece el curioso lector.

1 comentario:

  1. Las antologías son siempre una buena "olla de cocido" , nos dan idea de todo lo que se cuece en el mundo poético de un periodo. Pero ya se sabe nadie está de acuerdo con la receta magistral y al final siempre se habla del cocinero. Muy bien por esta receta que nos presenta de una forma suculenta y mejor por sus tres o cuatro recetas magistrales y personales que ya voy teniendo el gusto de probar.

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