De la aventura al orden
Guillermo de Torre
Selección y prólogo
de Domingo Ródenas de Moya
Fundación Banco
Santander. Madrid, 2013
La historia de la literatura puede leerse también como otra Comedia humana, más inabarcable que la de Balzac, y más llena de peripecias banales y extraordinarias, de personajes extraordinarios o simplemente curiosos.
Guillermo
de Torre, nacido con el siglo XX, fue un adolescente enfervorizado que quiso
echar abajo toda la tradición literaria y comenzar de cero. Discípulo
predilecto de Cansinos Assens, enemigo encarnizado de Vicente Huidobro, fue uno
de los fundadores del ultraísmo y el enlace con las plurales vanguardias que en
aquellos febriles años de entreguerras surgían más allá de nuestras fronteras.
Aún no
había cumplido veinte años y ya era detestado con esa intensidad que solo se
reserva a los triunfadores, a quienes nos hacen sombra, a quienes amenazan con
segarnos la hierba bajo los pies. Cansinos Assens, que se cansó pronto de la
aventura ultraísta para volver a sus erudiciones y a sus fervores judaicos, lo
convirtió en una de los personajes de su novela El movimiento V. P., ajuste de cuentas con la vanguardia.
Su
renovadora labor poética, llena de esdrújulos y de neologismos y de ingenuos
caligramas, la reunió Guillermo de Torre en Hélices,
aparecido en 1923, el mismo año en que Jorge Luis Borges, otro activo militante
del ultra, publicaba Fervor de Buenos
Aires. Uno de esos libros concluía una etapa, el otro iniciaba una etapa
nueva abjurando del “error ultraísta”.
Hélices es un libro hermoso, un objeto
de coleccionista, una muestra de la fértil relación entre escritores y artistas
plásticos que caracterizó a los años veinte. Hoy leemos las tentativas poéticas
de Guillermo de Torre con más benevolencia que en su tiempo. En una carta de
1945, Juan Ramón Jiménez se disculpa de no haber publicado los poemas que le
envió para su revista Índice; Guillermo
de Torre, que ya es alguien muy distinto, uno de los más respetados críticos y
editores, todavía respira por la herida: “Otros, aun cultivando maneras que
llamaré simplemente no tradicionales, chocantes, tuvieron más suerte en
aquellos comienzos. ¿Acaso las poesías de Antonio Espina, por su
descontorsionamiento de la visión y sus lindes con la payasada, las de
Domenchina por su sequedad abstracta y su jerigonza verbal no se prestaban
también a la reprobación absoluta, juzgándolas con un criterio parejo al que
sufrieron mis experimentos?”
La poesía
de Guillermo de Torre, de la que tantos se burlaron, no valía ni más ni menos
que la mayoría de los experimentos de la época. Él tuvo la inteligencia de
abandonarla pronto y convertirse en el más temprano analista de los “ismos”. Su
libro Literaturas europeas de vanguardia,
de 1925, todavía nos sorprende por la inteligencia con que estudia
movimientos que, en aquel momento, todavía muchos veían solo como una broma.
Al
Guillermo de Torre que quería poner el mundo patas arriba le sucedió muy pronto
el crítico ponderado que está detrás de algunas de las empresas intelectuales
sin las cuales la literatura de lengua española no sería lo que es: las
revistas La
Gaceta Literaria y Sur,
la colección Austral, la editorial Losada.
La aventura y el orden tituló Guillermo
de Torre uno de sus primeros libros publicados en el exilio; De la aventura al orden ha querido
titular Domingo Ródenas esta excelente antología de sus escritos.
Los
trabajos de crítica resisten mal el paso del tiempo si no son también literatura.
Algunos de los artículos reunidos por Domingo Ródenas, autor de un excelente
prólogo, ejemplo de la mejor erudición, son mera arqueología; otros incluso nos
hacen sonreír piadosamente, como “El arte de un futuro indeseable”, diatriba
contra el cómic, que comienza contraponiendo la “indigencia y tosquedad” de los
autores norteamericanos con la lucidez de los europeos: “Recuerdo así que,
cuando en ocasión no lejana vimos comparecer en París, en el seno de un
Congreso de Escritores, a William Faulkner, este –en contraste con la arengas
luminosas de un Malraux, un Madariaga, un Rougemont– solo acertó a articular unas cuantas palabras
rudimentarias y triviales”.
Más que lo
que Guillermo de Torre nos dice de León Felipe o de la novela española
contemporánea, nos interesan sus fragmentos autobiográficos y memorialísticos.
Su “Esquema de una autobiografía intelectual” nos hace lamentar que fuera solo
eso, un esquema, y no un libro completo.
Como en la Roma del soneto de Quevedo (y
de tantos otros), también en los estudios literarios lo que más pronto cae y se
olvida es lo que parecía más firme, mientras que “lo fugitivo permanece y
dura”.
A las
doctas elucubraciones sobre la función de la crítica, preferimos las anécdotas
dispersas acá y allá; su encuentro con Picasso o con César Vallejo, su visión
de Madrid tras la guerra, el recuerdo de su infancia en Pola de Gordón... Sin olvidar el puñado de cartas, recibidas y
enviadas, que cierran cada una de las dos partes del volumen, la titulada “La
aventura”, que concluye en 1937, con el traslado a Argentina, y la titulada “El
orden”, aunque orden y aventura hubo en todas las etapas de la trayectoria
intelectual y vital de Guillermo de Torre, uno de los más fascinantes y
paradójicos personajes de la novela de la literatura.
Interesantísimo, como siempre; gracias. Y un detalle mínimo: Borges (y otros) no "adjuraron" del "error ultraísta"; abjuraron de él. Pero esto es pura tecniquería; la reseña, en cambio, espléndida.
ResponderEliminarGracias. Corregido.
ResponderEliminarJLGM
Super interesante lo de Guillermo de la Torre, a la vez que mutilante, para bien o para mal
ResponderEliminarHay un instante del crepúsculo
ResponderEliminaren que las cosas brillan más,
fugaz momento palpitante
de una morosa intensidad.
Se aterciopelan los ramajes,
pulen las torres su perfil,
burila un ave su silueta
sobre el plafondo de zafir.
Muda la tarde, se concentra
para el olvido de la luz,
y la penetra un don süave
de melancólica quietud,
como si el orbe recogiese
todo su bien y su beldad,
toda su fe, toda su gracia
contra la sombra que vendrá...
Mi ser florece en esa hora
de misterioso florecer;
llevo un crepúsculo en el alma,
de ensoñadora placidez;
en él revientan los renuevos
de la ilusión primaveral,
y en él me embriago con aromas
de algún jardín que hay ¡más allá!..
Y de aquella pretendida vanguardia no quedó nada. Porque sólo era humo. En el blog de Muñoz Molina sale una cita de Machado que me gusta mucho: "En política, como en arte, los novedosos apedrean a los originales". Y es que todos esos dadaístas, ultraístas, etc eran novedosos (lo nuevo por lo nuevo) pero no eran, en absoluto, originales.
ResponderEliminarDel tal Guillermo de Torre he intentado buscar algún poema o texto en Internet, pero no he encontrado ninguno. Una vez más sería bueno que el autor del blog nos pusiera algún pasaje para la cata, cala, degustación, etc.
(¡La que me va a caer encima por pedir esto último!)
ese poema anterior es de de la Torre, y comparto contigo todo, pero la originalidad aveces es dar un paso atras, olvidar lo aprendido para volver a llenar el vaso de la pluralidad, que sacia realmente la sed del saber
ResponderEliminarNo me suena el poema a Guillermo de Torre. ¿De dónde está sacado?
ResponderEliminarPues a ver si nos aclaramos, porque he buscado en Internet y este poema (bastante malillo, por cierto -en mi opinión-) figura como de Guillermo Valencia. Puede que lo firmase así, sustituyendo la Torre por Valencia. Pero vamos, que estas cosas se avisan.
ResponderEliminarGuillermo Valencia es un poeta modernista que no tiene nada que ver con Guillermo de Torre.
ResponderEliminarJLGM