sábado, 17 de enero de 2015

El periodismo permanece y dura


Cuando en España estalló la paz
Valentín de Pedro
Edición de Aníbal Salazar
Renacimiento. Sevilla, 2014.

En 1917, cuando aún no ha terminado la Gran Guerra, un joven escritor argentino llega a España como corresponsal de varios periódicos de su país. Una selección de sus crónicas las reunirá en un volumen de significativo título, España renaciente, aparecido en 1922. Refleja ese libro un momento de esplendor de la cultura española. En sus páginas se retrata o entrevista a Ortega, a Unamuno, a Azorín, a Pérez de Ayala, a Baroja, a Juan Ramón Jiménez, y también a Ramón y Cajal o Picasso. La atención intelectual de Hispanoamérica, que se había vuelto hacia Francia tras la independencia, se centra de nuevo en España.
            Veinte años después, en 1942, vuelve a publicar Valentín de Pedro una serie de crónicas españolas en un diario argentino con el irónico encabezamiento de “Cuando estalló la paz”. Al contrario de lo que ocurrió con la serie anterior, en esta ocasión han tardado más de setenta años en reunirse en volumen. Lo que tenían de actualidad hace tiempo que ha desaparecido, pero se siguen leyendo con la misma emoción que cuando se publicaron por primera vez.
            Valentín de Pedro –en un poema incluido España renaciente había declarado: “Por mi sangre y mi idioma, yo me afirmo español”– se quedó en nuestro país y se convirtió en un escritor español más. Además de su labor periodística, publicó novelas cortas (el género entonces de moda), estrenó varias piezas teatrales y, sobre todo, fundó y dirigió la colección de teatro La farsa, la más leída y difundida del momento, en la que aparecieron las primeras ediciones de las obras de Lorca, de Casona y de todos los grandes dramaturgos del momento.
            La república encontró en Valentín de Pedro a uno de sus más activos defensores y, por eso, tras la guerra civil fue encarcelado y pasó largos meses en la galería de los condenados a muerte ede la prisión de Porlier. Se salvó gracias a la intervención del gobierno de Argentina.
            Nada más llegar a su país quiso dejar constancia de lo que había visto, de lo que había vivido. Y lo hace en espléndidos reportajes. Escribe de memoria, sin consultar papeles, y por eso alguno de sus datos concretos está equivocado (como nos advierte el erudito editor, Aníbal Salazar), pero eso importa poco.
            Algunos de los protagonistas de estas páginas son bien conocidos –Julián Besteriro, Antonio de Hoyos y Vinent, Lluis Companys–, mientras que otros, como el periodista Mauro Bajatierra, están hoy olvidados. Todos los capítulos, sin embargo, se leen con el mismo interés. Los títulos, casi de folletín, ya nos indican que se dirige a un público general, no especialmente concienciado: “Al pie del patíbulo, amigos de la tertulia literaria lograron el indulto de Diego de San José”, “Querían ajusticiar a seis republicanos y les faltába el delito de qué acusarles”, “Se desvivió por defender la vida de los facciosos, pero ellos le hicieron ejecutar”.
            No es posible leer sin emoción los últimos momentos de la vida de Javier Bueno. Estaba consultando un diccionario de latín cuando le llamaron. “¿Vas a jueces? Eso es el indulto”, le dijeron sus compañeros. “Dejó el libro abierto sobre el petate –cuenta Valentín de Pedro– y echó a andar apoyado en el bastón, pues la herida de Asturias le impedía el normal movimiento de un pie”.
            No volvió más, el libro quedó abierto por la última página que estaba consultando. ¿Por qué aquella llamada camuflada?, se pregunta Valentín de Pedro. “Conociendo a Javier Bueno no era presumible que ofreciera resistencia. ¿Temieron acaso que los demás condenados se amotinaran para impedir su fusilamiento?”. Cuando se supo que había entrado en capilla, “no hubo más que silencio, un silencio compuesto de cinco mil silencios que ahogaban la protesta y el dolor de cinco mil corazones”. Los últimos momentos los pasó charlando de literatura y filosofía con el capellán que debía asistirle espiritualmente, quien al referírselos a los que sabía que habían sido sus amigos “se le quebraba la voz por la emoción y no pudo sofocar una frase que le salió del alma: ¡Qué hombre han matado! ¡Qué hombre!”
            A la vez que se publicaba en el diario porteño Ahora la serie “Cuando en España estalló la paz”, aparecía en el semanario Crítica otra serie “Quiebros de la cárcel”, donde los protagonistas son gentes anónimas y no falta ni el costumbrismo ni el humor. En la antesala de la muerte, aquellos hombres, cuando no había habido “saca”, entre el recuento de la tarde y el toque de silencio, aún encontraban momentos para contar chistes, cantar, hacer teatro en una falsa emisora a la que llamaban Radio Pepa.
            Aníbal Salazar reúne en Cuando en España estalló la paz las dos series de artículos de Valentín de Pedro, más algunos poemas de su experiencia carcelaria, y les añade un minucioso prólogo y, en apéndice, las semblanzas de los personajes evocados. No necesita esos eruditos aditamentos el volumen para constituir la mejor demostración de que el periodismo, el gran periodismo, resiste el paso del tiempo y de que las hemerotecas están llenas de libros que solo esperan el tino y la voz del editor que les diga “levántate y anda”.

1 comentario:

  1. Me gusta el título de la colección "Biblioteca de rescate". En medicina se habla de "tratamiento o terapia de rescate" a aquel que se pone cuando falla el que se usa de forma habitual. También el que usado para controlar fases agudas o descompensaciones.

    ResponderEliminar