Los espejos comunicantes
Óscar Hahn
XXVII Premio Loewe
Visor. Madrid, 2015.
Hasta hace poco había dos clases principales de premios de
poesía: aquellos a los que había que presentarse, generalmente de manera anónima,
destinados a poetas nuevos o poco conocidos, y aquellos otros a los que se
daban sin necesidad de presentarse y que por lo general reconocían una larga
trayectoria literaria. Los primeros eran, y son, innumerables, desde el
veterano Adonais hasta el sustancioso Loewe, pasando por los que convocan
editoriales, ayuntamientos, diputaciones; los segundos siempre se han contado
con los dedos de una mano: el Premio de la Crítica, el Nacional de Literatura,
el Cervantes, el Príncipe de Asturias.
Últimamente
las cosas han comenzado a cambiar. A Claudio Rodríguez, Ángel González o Francisco
Brines, tras ser descubiertos por el Adonais, no se les ocurriría participar en
ningún otro concurso. Luis Antonio de Villena, Jaime Siles o Guillermo Carnero,
a pesar de que ya están en las páginas de la historia literaria, no dudan en
competir por los más sustanciosos galardones (a veces los mismos en los que
ellos actúan habitualmente de jurados).
Por eso
sorprende menos, aunque algo sorprende, que el premio Loewe lo haya obtenido en
su última convocatoria Óscar Hahn, un poeta chileno de 1938, cuyas poesías
completas, Archivo expiatorio (1961-2009),
prologadas por Luis García Montero, ya habían sido publicadas por la editorial
Visor.
Los espejos comunicantes es un libro de
fácil lectura y de apariencia menor. A más de un lector le extrañará
encontrarse con un poema infantil inspirado en una historia de E. T. A.
Hoffmann: “Muñequitas de madera / lindas muñecas mecánicas / todas con ojos de
vidrio / y colorete en la cara”.
Tampoco
falta el poema que es poco más que simplismo y buenas intenciones. “¿Es que
existe en el mundo alguna guerra / que no sea sucia?” comienza el titulado
“Guerra sucia”. Y en “Nueva paradoja de Zenón” critica que haya países donde a
los dieciocho años un joven no puede beber alcohol, pero puede ser enviado a la
guerra.
Son los
inconvenientes de una estética realista que, al no jugar a oscurecer el verso o
a destruir el lenguaje, no puede encubrir ninguna incursión en la obviedad o el
tópico.
Pero en el
epigonal y a ratos algo desganado Los
espejos comunicantes sigue estando presente el gran poeta que es Óscar
Hahn, un poeta de línea clara, refractario a las vanguardias, uno de los más
notables poetas de este tiempo.
Los mejores
poemas del libro nos cuentan una historia emparentada con la literatura
fantástica. En “El recién llegado”, el difunto “que no sabe / todavía dormir el
sueños eterno”, “mira a su alrededor desorientado / como cuando una noche
despertamos / en una habitación desconocida / y buscamos el cielo raso, el
cuadro / familiar el teléfono las fotos / y nuestra ropa encima de la silla”.
“Teoría de
la relatividad” nos cuenta una historia de fantasmas (no es la única); el
imaginario de ciertas películas de terror o de ciencia ficción aparece en otros
poemas, y en “Transformers” le sirve para conseguir un original poema erótico.
No desdeña
el humor Óscar Hahn (“Reloj de pie”) que contrasta con el directo
sentimentalismo de otros poemas: “un amor indecible como este loco amor”.
Los defectos
son la otra cara de las virtudes de un poeta; cada estética permite determinados
aciertos, posibilita determinadas caídas. La poesía fácil de Óscar Hahn –fácil
de leer y en algunos casos diríamos que fácil de escribir– resulta memorable en
poemas como “En la tumba del poeta desconocido”, “Solitude” o “La suprema
soledad”, dedicado a Miguel de Unamuno.
A partir de
cierta edad, los poetas no escriben nuevos libros de poemas, sino solo poemas
sueltos que añadir a una obra ya hecha. Es quizá lo que le ocurre a Óscar Hahn
en Los espejos comunicantes.
Muy buena la exactitud del critico...Vasos comunicantes...el nombre es " Los espejos comunicantes"...el inminente poeta escribe cada día...Nunca ha dejado de escribir..
ResponderEliminar¡Nada de sillas! La ropa, doblada en el armario (y así todo queda ordenado).
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