sábado, 9 de abril de 2016

Enrique Jardiel Poncela, el teatro de una vida


Estrenos y batallas campales
Enrique Jardiel Poncela
Espuela de Plata. Sevilla, 2016.

Los admiradores de Jardiel Poncela, que siguen siendo legión, conocen bien los extensos prólogos que puso a sus obras de teatro cuando las fue recopilando en tomos de sorprendentes títulos (como todos los suyos): 49 personajes que encontraron a su autor, Tres proyectiles del 42, Agua, aceite y gasolina y otras dos mezclas explosivas. Enrique Gallud Jardiel, uno de sus mejores estudiosos, ha reunido esos prólogos en un tomo de más de cuatrocientas páginas y el resultado es una obra nueva, un espléndido ejercicio de autoficción, una reconstrucción del mundo del teatro en la primera mitad del siglo XX y una teoría (y práctica) de la creatividad.
            Ya la frase inicial nos avisa de que nos vamos a encontrar con algo muy parecido a una trepidante novela por entregas: “En los principios del año 1927, mi situación económica era insostenible”. Tan insostenible que el escritor y su compañera decidieron separarse durante un tiempo en una escena que el lector se imagina en el blanco y negro del cine mudo: “Era absolutamente imposible seguir adelante y así lo reconocimos en una conversación patética que mantuvimos entre lágrimas una noche. Llegaba el momento de los ‘grandes remedios’. Puesto que no podíamos sostener nuestras existencias unidas, había que separarse y nadar cada uno por un lado en busca de salvación. Y volveríamos a unirnos más tarde, cuando hubiésemos vencido la tormenta”. Quedó fijada la fecha del reencuentro, dos años más tarde: “Nos reuniríamos en el andén de la estación del Metro de Glorieta de Bilbao el día 19 de marzo de 1929, a las seis de la tarde”.
            Hay patetismo y hay desgarro en esta peculiar novela de una vida, pero hay sobre todo inteligencia y humor. Quienes han leído las grandes ficciones de Jardiel (¿Pero hubo alguna vez once mil vírgenes?, Espérame en Siberia, vida mía) saben de su gusto, tan vanguardista, por los juegos con la tipografía, por la parodia, por la experimentación constante. El tono de los primeros capítulos es el de esas exitosas y disparatadas novelas; luego se va ensombreciendo: los últimos capítulos, llenos de agresiva amargura, resultan particularmente tristes.
            De las incongruencias de Hollywood –donde pasó una temporada contratado por la Fox– descansa en Long Beach con otros compañeros de aventuras, como el director y empresario teatral Gregorio Martínez Sierra. Las noticias que llegan de España ponen fin a aquellos días de despreocupada felicidad: “Hicimos muchas millas sin despegar los labios. El coche se deslizaba por el asfalto interminable, encharcado con las anillas policromas de los anuncios luminosos. Brillaban en el horizonte los doce millones de luces de Pasadena, de Glendale, de Santa Mónica, de Compton, de Malibú. El faro del City Hall de los Ángeles deslumbraba a veinticinco kilómetros de distancia. Y en la negrura del cielo nocturno, un dirigible, con la panza abrasada por un foco carmesí, popularizaba los neumáticos Goodyear. Rompiendo de pronto el silencio, Martínez Sierra, que ocupaba con la Bárcena los asientos de atrás, y del que hasta el momento solo había dado razones de existencia la lumbre preocupada del cigarrillo, murmuró, como si continuara en voz alta un razonamiento interior: ¡Surgir ‘esto’ en España cuando necesitamos la tranquilidad máxima para trabajar!”
            “Esto” era la revolución del 34, que pronto sería seguida por más graves acontecimientos. Jardiel Poncela apoya decididamente a los sublevados y en estas páginas no faltan las malhumoradas invectivas, muy en el tono propagandístico de la época, contra “los rojos” (e incluso se alude a los “dramas tan asquerosos” de Galdós); su tiempo, sin embargo, era el de la República. Su teatro, siempre atrevido y rupturista, no encajaba en los pacatos escenarios de un régimen, que él apoyaba con fervor, pero que prohibió sus novelas.
            Las páginas que Jardiel dedica a los críticos teatrales (en cada capítulo reciben una andanada) están entre las más divertidas y feroces que se hayan escrito nunca: “Pedirle a un crítico que discurra es forzar su naturaleza y plantearle un problema mental de primer orden. Y yo no soy capaz de tanta crueldad”. Con los críticos Jardiel es capaz de cualquier cosa, como comprobará divertido el lector.
            “Este oficio es bastante raro” nos dice refiriéndose no solo al teatro, sino al arte literario en general. Y él nos ayuda a entender esa rareza contándonos el complicado proceso de la escritura de cada una de sus obras, que en algunos casos tardan años en la gestación, pero solo unos pocos días en escribirse y por eso puede ofrecr una obra al empresario y darla por terminada cuando aún no ha escrito ni una línea.
             No duda Jardiel en señalar los defectos de sus obras, aunque fueran muy aplaudidas, pero tampoco tiene inconveniente en elogiarlas cuando lo cree conveniente (la falsa humildad no es lo suyo). Las cinco advertencias de Satanás la considera “una obra de arte tan perfecta como permite nuestra imperfecta condición humana”. Sus mejores obra, afirma con razón, tienen padre y madre: “el padre se llama humorismo y la madre poesía”.
            Humorismo, costumbrismo, poesía y disparate hay en Estrenos y batallas campales, un conjunto de páginas dispersas que forman un libro nuevo que podría titularse El teatro de una vida, la del disparatado, desequilibrado, genialísimo Jardiel.

7 comentarios:

  1. Muchas gracias por la reseña y por sus amables palabras.

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  2. Hay otro libro de Jardiel Poncela que parece ser gemelo de "Estrenos y batallas campales" y que ha sido publicado también este año: "El teatro visto con mis propias gafas. Poética teatral"(Ed. Verbum).

    En el sitioo de la editorial escriben:

    "En este cuidado volumen se integra toda su teoría teatral: sus opiniones sobre actores, directores y críticos; sus conceptos de cómo debía ser el teatro, junto con sus sugerencias para mejorarlo; su visión del panorama dramático de su tiempo, etc. Es una recopilación muy completa de sus escritos sobre el arte de Talía, en distintos géneros: en forma de ensayos breves, poemas, entrevistas y artículos, que son una amena y divertida lectura, como todas las suyas."

    http://www.verbumeditorial.com/es/libreria/Catalog/show/el-teatro-visto-con-mis-propias-gafas-poetica-teatral-350314

    Lástima que no se haya hecho un solo volúmen con los dos libros, ¿no?

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  3. son dos libros distintos, aunque ambos hablen del teatro. No sé qué sentido tendría publicarlos en un tomo.

    JLGM

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    1. Si hablan de lo mismo, el sentido está claro, ¿no?

      En "Estrenos y batallas campales":

      "Las páginas que Jardiel dedica a los críticos teatrales...".

      En "El teatro visto con mis propias gafas. Poética teatral":

      "sus opiniones sobre actores, directores y críticos".

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  4. No entiendo bien esa manía de hablar de libros que no se han visto, solo por las referencias que se encuentran en Internet. Una manera de perder el tiempo, dicho con todos los respetos.

    JLGM

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  5. Jardiel no ha sido superado.
    Leeremos Estrenos.

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    1. No sé bien qué cosa sea superar a un autor, n¡ qué sentido pueda tener el procurarlo. Pongo aquí unas declaraciones bien conocidas del propio Jardiel: “Sin Ramón Gómez de la Serna, muchos de nosotros no seríamos nada. Lo que el público no puede digerir de Ramón se lo damos nosotros bien adobado y pulido, y lo acepta sin pestañear”. No parece que Jardiel pretendiese superar a Ramón, s¡no sólo hacer lo suyo lo mejor que pudiera, y reconocer una deuda que es real. Lo demás es, me parece a mí, especular un poco gratuitamente. Esto no es, por fortuna, una carrera de caballos.

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