Cirlot, ser y no ser de un poeta único
Antonio Rivero
Taravillo
Fundación José Manuel
Lara. Sevilla, 2016.
¿Fue Juan Eduardo Cirlot un poeta marginado en vida, un
poeta al que se aplicó “un cordón sanitario” para que sus audacias éticas y
estéticas no contaminaran a la adocenada sociedad de la época? Antonio Rivero
Taravillo, su más reciente biógrafo, parece creerlo así: “La Cataluña
intelectual en la que tan poderoso era el PSUC
rodeó a Cirlot, verdadero poète maudit,
de una alambrada de espinos no tanto diseñada para evitar que él escapara de
ella como para impedir que otros se introdujeran en su universo, mucho más
amplio, es patente, que el mundo nacionalista de entonces para el que la única
historia era la marxista y gregaria, y cargada de realidad y sociedad, cuando
nada hay, para el genio, más cierto que la irrealidad, el estupor, lo
desconocido, lo solo”.
Desde esta
perspectiva acrítica se ha escrito Cirlot.
Ser y no ser de un poeta único. Blas de Otero, nacido también en 1916,
alcanzaría resonancia, según Rivero Taravillo, por cultivar la poesía social
mientras que Cirlot sería marginado por negarse a practicarla.
Se trata de
una visión en exceso simplista. Habría que comenzar diciendo Blas de Otero no
es solo un poeta social y que una buena parte de la poesía de Cirlot carece del
menor interés. El propio Rivero Taravillo lo reconoce así. Hablando de Inger, permutaciones (1971) afirma que
sería “aburrido e innecesario” reproducir las 120 permutaciones que forman la
primera parte del libro (“Inger / Ingre / / Inerg / Inegr / / Inreg / Inrge”).
No más aburrido e innecesario resulta leerlas en un estudio del poeta que en
cualquier antología de su obra. Pero esta primera parte, añade a continuación,
no es más que la base de la “combinatoria fonética que viene a continuación, en
la que cada lector podrá hallar incluso palabras agazapadas de idiomas que
conozca”. La poesía es, sobre todo, “sugerencia, lenguaje figurado” y por eso
Rivero Taravillo encuentra poesía “en su máxima expresión” en el siguiente
fragmento de Inger, permutaciones:
“Ierfn reng nirg / niregn / irgnern / ignegnirnirn / Nrieg rige ngrein / Níger
ngire ngeri / gnire / rn”.
Si ese
juego con las letras de una palabra es o no poesía podrá resultar discutible;
lo que no es discutible es que carece de interés y que cualquiera puede
dedicarse a ello sin necesidad de ningún talento especial ni para la poesía ni
para las matemáticas. Si es poesía, es poesía con prospecto: necesita ir
acompañada, como cierto arte contemporáneo, de explicaciones y justificaciones
intelectuales. En el epílogo a Inger,
permutaciones, escribe Cirlot: “Al margen del origen de esta técnica
(relacionada con la música dodecafónica, el Tsruf
qabbalístico y una zona de las matemáticas), este poema se propone menos
una función lírica que constituir una suerte de rito ante el imposible”.
Buena parte
de la poesía de Cirlot (sin excluir por completo su afamado Ciclo de Bronwyn) carece de otro interés
que el meramente anecdótico. Buena parte, pero no toda. Se trata de un autor al
que le benefician poco las obras completas y que está muy necesitado de un
exigente antólogo que rescate (como hizo Luis Alberto de Cuenca con el poema
“Momento”) lo que hay de vivo y verdadero en su poesía.
Antonio
Rivero Taravillo prefiere el panegírico acrítico y glosar el mito de la
marginación. Juan Eduardo Cirlot no fue un marginado: como profuso crítico de
arte gozó del mayor prestigio, contribuyó decisivamente a imponer los más
destacados nombres de la vanguardia artística (el “informalismo”, el arte
abstracto llegaría a convertirse casi en la pintura oficial durante el
franquismo) y su Diccionario de símbolos se
convirtió pronto en un libro mítico.
Era un
personaje paradójico y eso es lo que hace más interesante esta biografía.
Descendiente de militares, próximo al nazismo (admiraba a Hitler, le dedicó un
poema a Rudolf Hess), era a la vez un gran admirador del mundo judío y un
estudioso de la cabala.
Le
interesaba todo lo esotérico. Colaboró en Planète,
la revista que dirigían Pauwels y Bergier, los autores del best seller mundial El retorno de los brujos, dedicado a las
civilizaciones desaparecidas, los fenómenos parapsicológicos, los alienígenas
antiguos y otros asuntos parecidos que todavía siguen dando mucho juego en los
canales temáticos de televisión.
El mundo
celta constituía también otra de sus obsesiones y ahí se emparenta con Rivero
Taravillo, gran especialista en el tema. Las divagaciones al respecto constituyen
lo más interesante de su libro, así como algunas excelentes traducciones que
nos ofrece a modo de propina (la del poema “Ulalume” de Poe, la del más célebre
monólogo de Hamlet).
La vida de
Cirlot (forzado trabajador editorial, coleccionista de armas, jurado en
abundantes certámenes artísticos, prolífico articulista) no tuvo más aventuras
que las de sus sueños, sus lecturas, sus fantasías, su fascinación por las
armas antiguas, especialmente las espadas, que gustaba de coleccionar. Se
sintió frustrado porque el éxito económico de los artistas de vanguardia no le
alcanzó a él: “Así es la vida –le confesó a Eduardo Millán–. Yo, que me inventé
a Tàpies, tengo que ir todos los días a trabajar a la editorial para mantener a
mi familia, mientras que él vende sus cuadros a un millón de pesetas”.
La
correspondencia inédita de Cirlot con Carlos Edmundo de Ory, en sus comienzos,
y con la poeta venezolana Jean
Aristeguieta, en sus años finales, le permite a Rivero Taravillo adentrarse en
la intimidad de un escritor paradójico, capaz de afirmar en una misma frase que
“adoraba” a los judíos y admiraba a Adolfo Hitler. Pero esas peculiaridades del
personaje no contribuyeron a marginar al poeta, sino a convertirle en mito, en
un poeta quizá más admirado cuando conocido de oídas que cuando verdaderamente
leído.
Yo tengo escrito este poema cirlotiano:
ResponderEliminarLágrimas caen por el celeste amigo
cuando las temibles brumas del tiempo
de devorar tratan los sentimientos.
Dulce néctar del corazón testigo.
Cabeza clara de revueltos rizos,
boca que marca recuerdos a fuego,
piel suave, divino terciopelo,
no serán nunca alimento de olvido;
pues la doncella en su torre postrada
los mimará siempre, extraño empeño.
Triste princesa que ignora el secreto.
Y así con su espera, mágica hada,
protege, cálida, al caballero,
que por el mundo va, rondando etéreo.
Una vez más, JLGM, totalmente de acuerdo. Me fascinó el Diccionario de símbolos que consulté mucho en una época y son interesantes sus sueños pero su poesía.. Efectivamente es otro escritor al que le favorece el malditismo. Su verdadera importancia fue como crítico de arte
ResponderEliminarNo tengo claro que lo que dice JLGM sea lo que BdeS al parecer le atribuye: que su poesía, la de Cirlot, carece de interés. Lo que sí dice es que se trata de un poeta de antología, lo cual es muy distinto y nada distintivo (hasta San Juan de la Cruz lo es). En cualquier caso, señalo mi desacuerdo: Cirlot es, a mi parecer, un excelente poeta, y además un poeta imprescindible. La historia de la poesía española de posguerra no puede contarse (con un mínimo de justicia o de acierto) sin él.
ResponderEliminarQue Dios te conserve la vista, querido anónimo.
ResponderEliminarSe agradece de veras el buen deseo, a estas alturas (vitales) especialmente oportuno.
ResponderEliminarYo he disfrutado mucho con la biografía, que me parece un trabajo profundo, contrastado y con un aplicado recurso de fuentes directas. Queda claro en ella que Cirlot no fue en absoluto un poeta marginado y que tuvo una vida literaria solvente. Por tanto, el libro de Antonio Rivero taravillo es una delicia; y la poesía de Cirlot para los devotos del surrealismo, para quienes piensan que el laberinto semántico es calidad. A mí me gusta otro tipo de poesía, sin papiroflexias verbales. Un abrazo, José Luis.
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