Poesía soy yo. Poetas en español del siglo XX (1886-1960)
Raquel Lanseros y Ana
Merino
Visor. Madrid, 2016.
Las antologías poéticas vuelven a estar de moda, quizá nunca
han dejado de estarlo. Antes de que los poetas tuvieran la costumbre de reunir
sus poemas en libro, ya se recopilaban e antologías. La brevedad de la poesía
lírica y la abundancia de cultivadores facilita y hace casi imprescindibles las
selecciones de lo mejor de un autor, una generación, una época.
“Toda
antología es un error” afirmó Gerardo Diego y se ha repetido hasta la saciedad.
Yo diría más bien lo contrario: pocas hay que no nos descubran, o redescubran,
unos poemas que desconocíamos, algún nombre ignorado.
En las casi
mil páginas de Poesía soy yo, Raquel
Lanseros y Ana Merino recorren todo el siglo XX y todos los países de lengua
española, para reunir unos cuantos poemas memorables, junto a más de uno
prescindible, escritos por poetas bien conocidas –de Delmira Agustini a Clara Janés–
y por otras que no habíamos oído nunca nombrar, pero que anotamos de inmediato
para buscar sus libros.
Dicho esto,
que es de justicia, habría que hacer algunas puntualizaciones. Unas tienen que
ver con el carácter reivindicativo del volumen; otras, con la labor de las
antólogas.
El
subtítulo resulta ambiguo. “Poetas en español del siglo XX (1886-1960)” no
indica que se trata de una antología de mujeres poetas y las fechas que se
indican son las de nacimiento de las autoras cuando se suelen utilizar las de
la publicación de sus libros. Nadie entendería que una antología dedicada a los
poetas del cincuenta llevara la indicación de “poesía española (1925-1938)”,
que son las fechas de nacimiento de Ángel González y de Carlos Sahagún.
Cada poeta
seleccionada va precedida de una breve nota biobibliográfica, la mayor parte de
las veces recopilada de algún repertorio (solapa o página Web) sin ninguna
reelaboración ni intención crítica. No se olvida ningún premio, por menor que
sea. Así, Isla Correyero “fue en 1999 finalista del Premio Mundial de Poesía
Mística Fernando Rielo”, ni ningún honor, por pintoresco que resulte: a Yolanda
Bedregal “el Congreso de Bolivia le impuso la Condecoración Parlamentaria
Nacional en el grado de Banderas de Oro”, y Angelina Gatell “en 2015 recibe
homenajes en varios Institutos, Teatros, Bibliotecas y grupos poéticos de
Vallecas”.
Curiosa
resulta la insistencia en enumerar bodas, divorcios y noviazgos de algunas
autoras, algo que jamás ocurre cuando se presenta en unas pocas líneas a
escritores. Las relaciones lésbicas, en cambio, resultan ignoradas, caso de
Gabriela Mistral y Carmen Conde, o tratadas eufemísticamente: Alfonsa de la
Torre “a la edad de 35 años decide retirarse a La Charca, un chalet modernista
en Cuéllar, acompañada de su jovencísima amiga y secretaria Juana García
Noreña, conocida por haber ganado en 1950 el premio Adonais. Ambas amigas
cmparten una sólida, profunda y apasionada amistad hasta la muerte de Alfonsa”.
Juana García Noreña es el pseudónimo con que José García Nieto firmó el libro Dama de soledad con el que obtuvo el
Adonais un año en que él mismo formaba parte del jurado. La amante de Alfonsa
de la Torre fue Ángeles de la Borbolla, que durante un tiempo fingió ser la
autora del libro de Nieto. Nimiedades, banalidades, errores (se indica 1968
como fecha de publicación de Nueve
novísimos) que nos indican la falta de un riguroso trabajo de edición.
También el
prólogo, que aúna el talante reivindicativo con erudición no siempre
pertinente, habría necesitado una buena revisión. ¿Qué sentido tiene indicar, y
ni siquiera en nota, sino en el propio texto, que “tanto las antologías de
Hiperión como las de Torremozas contaron el apoyo de la Dirección General del
Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Educación y Cultura, o Cultura,
o Educación, Cultura y Deporte, dependiendo de la configuración política del
ministerio en cada momento”?
El bien
intencionado carácter reivindicativo resulta comprensible, y hasta disculpable
pero su efectividad resulta más que dudosa. No faltan quienes piensan que las
antologías de poesía exclusivamente femenina, cuando no las hay de poesía
“masculina”, contribuyen más a acentuar la discriminación que a atenuarla. Así
parecen entenderlo poetas como Olvido García Valdés, Chantal Maillard o
Francisca Aguirre, que se negaron a figurar en esta selección.
La
discriminación positiva, si no se aplica con sentido común, puede contribuir a
crear nuevos guetos. ¿Ayudaría a las mujeres que se crearan unos premios Nobel
exclusivamente para ellas? Resultarían ofensivos.
No resulta
ofensivo, en cambio señalar, que en la generación del 27 no hay ninguna mujer
que esté a la altura de Lorca, Cernuda o Guillén, ni siquiera de Aleixandre.
Pero no podría decirse lo mismo si lo que seleccionamos es la poesía actual,
donde, en los autores principales, alternan hombre y mujeres. Los cambios
sociales requieren su tiempo para manifestarse en la literatura.
Pero lo que
importa en esta monumental y descuidada (marca de la casa) antología es el
espléndido puñado de poetas latinoamericanas desconocidas del lector español y
el reencuentro con algunas, como Ángela Figuera o María Elvira Lacaci, que
tuvieron su momento y hoy están olvidadas.
Ángela Figuera, no Figueras.
ResponderEliminarÁngela Figuera.
ResponderEliminarQué leídos mis tocayos... Pues me ha gustado, y también María Elvira Lacaci. Tienen el encanto de Pilar de Valderrama, ¿sabes?
EliminarMe temo que la gran Delmira Agustini -cuya poesía llamó la atención de Unamuno y Rubén Darío- dista mucho aún de ser "bien conocida" en este país, donde el centenario de su asesinato tuvo muy escaso eco hace dos años.
ResponderEliminarYa que estamos hablando de poesía femenina, no puedo resistir la tentación de compartir un poema que escribí sobre la reina Dido. La defiendo y critico al afamado Eneas. El estilo imita la famosa traducción de Espinosa Pólit. Ha de leerse lenta y monótonamente, a la manera borgiana. Dice así:
ResponderEliminarPor su infausto amor lloraba la reina,
desflorido el altar que, primoroso,
a su primer marido fue erigiendo.
Otro botín y otro terruño ansiaba
el guerrero homicida; no llegado
aquél que su dolor justificara,
¿adónde ir? ¿dónde posar los ojos?
Nerviosa está la femenina corte,
que de las violencias de amor no sabe:
ciega erige la pira con engaños.
¡De la ciudad ya cae el estandarte!
¡Ha triunfado la sibilina treta!
Tierra quemada es la fértil tierra.
Donde dice "desflorido" debe decir "marchitado". El poema se titula AENEAS.
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