lunes, 11 de julio de 2016

Victoria Ocampo, la obra de su vida


Darse. Autobiografía y testimonios
Victoria Ocampo
Selección y prólogo de Carlos Pardo
Fundación Banco Santander. Madrid, 2016.

“Excepcional”, “irrepetible” son adjetivos sin duda gastados por el uso excesivo, pero que recobran todo su valor cuando se aplican a un personaje como la argentina Victoria Ocampo (1890-1979), testigo, y en más de un caso protagonista, de buena parte de las revoluciones culturales y sociales del siglo XX.
            Nacida en Buenos Aires, heredera de una de las grandes fortunas de su país, se educó en Francia (el francés fue durante mucho tiempo su única lengua literaria); conoció –en ocasiones íntimamente– a los más grandes hombres de su tiempo; les apoyó económicamente, fundó la revista Sur, el equivalente austral de la española Revista de Occidente; defendió los derechos de la mujer en una época en que todavía muchos de los más destacados intelectuales –como Ortega y Gasset– eran tercamente misóginos.
            El interés del personaje ha oscurecido su obra, no precisamente escasa, pero considerada tópicamente como ancilar y menor. Darse, la selección preparada por Carlos Pardo, descubrirá a muchos lectores que es autora de una de las autobiografías más fascinantes de una tradición cultural que no abunda en ellas.
            Victoria Ocampo escribió su autobiografía a comienzos de los cincuenta (cumplidos ya los sesenta años), cuando su mundo, el mundo de entreguerras, había desaparecido y comenzaba a sentirse una superviviente. Se sabía famosa, discutida, objeto de maliciosas habladurías, y quiso dejar las cosas claras, hasta donde fuera posible. Para evitar problemas dispuso que esas páginas, valientes y sin falsos pudores, se publicaran después de su muerte. Aparecieron, en seis tomos, entre 1979 y 1984. Bastante de lo que en ellas se nos cuenta ya lo había referido Victoria Ocampo en sus Testimonios, que fue el título general de sus recopilaciones de ensayos. No importa demasiado: no nos cansamos de leer su relación con Tagore, con Virginia Wolf, con Drieu La Rochelle. Pero la pieza maestra de esta autobiografía es el tomo tercero, La rama de Salzburgo, uno de los mejores análisis de la pasión amorosa que se hayan escrito nunca.
            Carlos Pardo tiene el acierto de dedicar la mayor parte de este nutrido volumen a la autobiografía. Lo completa con una breve muestra de las diez entregas de los Testimonios (aparecidas entre 1935 y 1977), recopilación de sus piezas ocasionales: prólogos, conferencias, homenajes. En el tomo inicial habla del “drama sin solución” en que se debate: “escribir en francés y publicar en traducción española”. Porque la lengua literaria de Victoria Ocampo fue en sus comienzos, y durante buena parte de su vida, el francés. En la Argentina en que se formó, el español no era considerado lengua de cultura; se empleaba apenas para hablar con el servicio. Explica ello que Victoria Ocampo no fuera una estilista, que escritores como Borges la miraran un poco por encima del hombro, aunque no dejaran de aprovecharse económicamente de ella.
            No era una estilista, no se recreaba en los primores de la forma, pero su escritura tiene fuerza y verdad; resulta igualmente impactante en español, en francés o en inglés (no importa en cuál de esas lenguas ha sido escrita porque ha sido pensada en todas ellas, porque enlaza con la mejor tradición europea).
            Entre los testimonios que selecciona Carlos Pardo, destaca la crónica de su visita al juicio de Núremberg. Esas páginas, y las que dedica a un gran apagón neoyorquino (incluidas en el tomo séptimo de los Testimonios) no deberían faltar en ninguna antología del mejor periodismo.
            El prólogo de Carlos Pardo a esta sugerente selección de la obra de Victoria Ocampo no parece estar a la altura del conjunto y nos lleva a dudar de la formación y el rigor filológico de este conocido poeta, gestor cultural y crítico literario de uno de los principales suplementos literarios. “Este libro ha supuesto una labor de arqueología”, escribe. “No hay ediciones vivas de la mayoría de las fuentes que hemos utilizado. Algunos libros tienen cincuenta, sesenta, setenta años…”
            Nos frotamos los ojos incrédulos. ¿Un libro publicado hace setenta años es ya arqueología? ¿Qué diría entonces Carlos Pardo de los publicados en el siglo XIX? Habría que preguntarle además qué entiende por “ediciones vivas”. ¿Las que están a la venta en las librerías? Cualquier estudioso de la literatura, sabe que las “fuentes” que ha de utilizar se encuentran no en los escaparates de las librerías, sino en las bibliotecas… o en las librerías de viejo: basta teclear sus títulos en Iberlibro para dar con los libros de Victoria Ocampo que califica de “preciosos e inencontrables” (y por un precio que oscila entre los tres y los quince euros).
            Por otra parte, el comentario a la selección de la autobiografía realizada en 1991 por Francisco Ayala hace suponer que no conoce ese libro. Señala que se centra en la infancia “tema de indudable prestigio literario”, mientras que deja fuera por “prejuicio” todo lo que no puede entrar en “la gran literatura: la crónica del cuerpo, del adulterio, toda la dimensión pública (mundana) de una intelectual de primer orden”. Pero Ayala selecciona menos páginas de la infancia que Carlos Pardo y se centra sobre todo en la historia de adulterio que se nos cuenta en La rama de Salsburgo y en la relación con Ortega.
            Un volumen para el asombro, la sorpresa y la fascinación (Victoria Ocampo sigue seduciendo), del que el lector puede saltarse el prólogo. Más útiles resultan las páginas de la Wikipedia, de la que Pardo copia, por cierto, la bibliografía, errores incluidos: “La laguna de los nenúfares” no es un libro, sino una de sus colaboraciones en la Revista de Occidente .

2 comentarios:

  1. Muy interesante también. Saludos desde Madrid, y gracias por compartir las reseñas.

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  2. Interesante publicación. El grupo creativo de Buenos Aires le debe muchísimo desde Borges hasta Bioy Casares, desde constantes favores personales hasta la publicación periódica de la Revista Literaria "Sur", y por tanto todo lo mejor de la literatura argentina que no hubiese existido sino que hubiese quedado bastante menguado.

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