sábado, 20 de mayo de 2017

Rafael Argullol y el asombro de vivir


Poema
Rafael Argullol
Acantilado. Barcelona, 2017.

La hazaña que Rafael Argullol realiza con su libro Poema tiene pocos parangones en cualquier literatura. El modelo más cercano que podemos encontrarle quizá sea el Cancionero de Miguel de Unamuno, esa especie de diario poético que el escritor dejó inédito a su muerte y que contiene más de mil setecientos poemas.
            Más de mil contiene el Poema –uno por cada día del año durante tres años– de Rafael Argullol. El título no deja de resultar algo engañoso. Si bien es cierto que entre todos ellos puede establecerse una cierta unidad (que el autor se encarga algo artificiosamente de subrayar con sus referencias al encargo de un barquero que simboliza a Caronte), esta no resulta mayor que la que se establece entre los poemas de cualquier otro autor.
            Un poema debe ser leído del principio al fin, siguiendo el orden de sus versos; este Poema puede ser abierto por cualquier página y en cada una de ellas, con pocas excepciones, encontramos un motivo de asombro y reflexión.
            Los textos que integran Poema llevan como título una fecha y algunos de ellos, como en cualquier diario, se refieren a la noticia destacada (el encuentro de los restos de Ricardo III, la muerte de Bin Laden o la renuncia de Benedicto XVI) o a la celebración del día: navidad, domingo de resurrección, cumpleaños… Pero la mayoría admiten una lectura independiente al margen de la fecha. Se trata de espléndidos poemas, que merecen título propio y editarse aparte, al margen de este titánico empeño que algo tiene de aspiración a entrar en el libro guiness de los récords y de circense “más difícil todavía”.
            Hay poemas que pueden considerarse breves relatos, como la historia del presunto unicornio que el rey de Portugal regaló al papa León X, y otros que se aproximan a la reflexión sapiencial, casi aforística: “Los ojos de un gato que nos mira fijamente / son un destello de la eternidad”.
            Abundan las notas de viaje: en estos tres años el autor ha recorrido el ancho mundo, desde el helado norte hasta la soleada Italia. “No ha transcurrido ninguno de mis aniversarios / sin que reaparezca, como una bruja seductora, / la hermosa idea de desaparecer”, escribe el 9 de mayo de 2013, el día de su cumpleaños, que celebra “en las islas Lofoten, / en el norte del norte, / ante el Maelström que subyugó a Poe”.
            ¿Cómo olvidar los versos dedicados a Roma (con ese paseo matinal, que casi podemos seguir paso a paso, desde la Academia de España hasta la Piazza de Santa Maria in Trastevere), a Palermo, con la muerte que pasea por sus calles “segura de su poder de seducción” y a tantos otros lugares?
            Poemas ligados al fluir de los días –la poesía es siempre poesía de circunstancias, decía Goethe–, pero que pueden y deben ser leídos de manera exenta en la mayor parte de los casos. Dos ejemplos, entre docenas de ellos: el dedicado a San Jerónimo, quien mientras traduce la Biblia queda admirado por “el coraje y la belleza desolada” del poema de Lucrecio, De rerum natura, y a pesar del peligro que supone para la fe cristiana decide no destruirlo porque “es mejor la compañía de un sabio inquietante / que la de tantos tontos complacientes”; o el perfecto ejemplo de écfrasis –bien ajeno a frialdad parnasiana– que constituyen los versos sobre la Annunziata de Antonello de Messina, “sin ángel, sin luz de oro, / pura turbación en el amor sin límites”.
            “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento” es un conocido verso de Unamuno que podría servir como lema de este diario poético. Rafael Argullol llega a la literatura desde la filosofía (o al revés) y eso se nota en cualquiera de las páginas de su libro, escritas con una agudeza y una curiosidad intelectual no demasiado frecuente entre los literatos.
            El extenso índice onomástico (que el autor denomina, muy atinadamente, “Dramatis personae”) nos ilustra bien sobre la amplitud enciclopédica de sus inquietudes. El azar alfabético hace que comience con Abu Sakkar, guerrero sirio contemporáneo, que “machete en mano, / atraviesa el pecho del prisionero / y le extrae el corazón y el hígado”, y que termine con Zimmer, el carpintero alemán que cuidó de Hölderlin durante sus años de locura.
            La lección que se extrae de este Poema, como quiere el autor, o de este diario poético, como a mí me parece más acertado considerarlo, se repite en los últimos fragmentos: “Toca vivir sin miedo. Toca vivir”.
            Mientras su vida giraba “mil veces alrededor del mundo”, Rafael Argullol ha realizado una hazaña irrepetible: escribir un poema cada día durante tres años, sin condescender con la vacuidad, la retórica consabida, el sinsentido (y también, afortunadamente, sin pretender ser siempre sublime). El resultado es un caleidoscópico autorretrato, en el que nos reconocemos, y la crónica de un viaje por territorios que alternan cotidianidad y memoria cultural, jardín y precipicios, un viaje por territorios insólitos y familiares que están fuera y están dentro de nosotros mismos.
           

            

7 comentarios:

  1. Me gusta mucho la idea de escribir poemas a modo de diario. Permite abarcar mucho.

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    1. Madrid, 20-V-201720 de mayo de 2017, 22:19

      Hay gente que me entristece
      con sus alardes, su temple.
      En constante lucha viven,
      no saben en paz sumirse.
      ¿Seré yo (¡pardiez!) así?
      No lo creo, pues no encuentro
      la gracia a la bofetada.
      Dulcinea ser intento
      y de pardilla me tachan.

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  2. Es, probablemente y a estas alturas, el mejor libro de los que lea en todo el año (y no serán pocos). Gracias por la reseña. Excelente

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  3. Entiendo que el autor ha llevado un diario en verso, produciendo un poema al día durante tres años consecutivos, pero tengo que estar equivocado. Me parece imposible componer un poema al día durante tres años seguidos sin que se resienta la calidad hasta el bochorno (que no parece que sea el caso, habida cuenta de la elogiosa reseña). Los poemas -más de mil- han tenido que ser compuestos en un periodo mucho más largo de tiempo, y ordenados fingiendo una pauta de escritura diaria. ¿Se sabe algo de esto, Don José Luis?

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  4. Las pocas excepciones las indica el autor.

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