sábado, 23 de septiembre de 2017

Aurora Bernárdez, la mujer invisible


El libro de Aurora
Textos, conversaciones y notas de Aurora Bernárdez
Edición de Philippe Fénelon y Julia Saltzmann
Alfaguara. Madrid, 2017.

Hasta hace bien poco resultaba frecuente escuchar la frase “detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer”, dicha siempre –y eso es lo que más nos sorprende hoy– con intención elogiosa hacia las mujeres. La mujer, por mucho talento que tuviera, debía colocarse en el matrimonio unos pasos más atrás que el marido, no hacer sombra, convertirse en una eficaz secretaria y ayudante para todo.
            Aurora Bernárdez, que nació en Buenos Aires en una familia de origen gallego, era hermana del poeta Francisco Luis Bernárdez, que marcó el regreso al orden  –liras, odas, sonetos– tras la aventura vanguardista; en 1948 conoció a Julio Cortázar, un joven escritor que ya había demostrado su talento con el cuento “Casa tomada”.
            En 1952, marchó con Cortázar a París, donde se casaron y se ganaron la vida como traductores. El prestigio de Cortázar fue creciendo progresivamente, mientras que Aurora guardaba sus textos en un cajón y se centraba en las traducciones, ese trabajo perfecto para quien no le importa demasiado pasar desapercibido.
            Incluso ya separados, siguió estando al servicio del gran hombre y, tras su muerte (le sobrevivió veinte años), fue la más eficaz y puntillosa albacea.
            Lo que queda de su trabajo literario se reúne en un volumen misceláneo, El libro de Aurora, que vale sobre todo por su valor documental, por el retrato que nos ofrece de una mujer inteligente y laboriosa, acostumbrada y gustosa al segundo plano.
            La literatura, cuando no es excepcional, envejece peor que la simple anotación memorialística. Los poemas de Aurora Bernárdez se lee con agrado –están escritos con emoción, distanciamiento y sin énfasis retórico–, pero al cerrar el volumen recordamos menos sus versos que la nota que pone al pie de uno de ellos: “Mi abuela era costurera en San Amaro, provincia de Pontevedra. Sus cuatro hijos emigraron a la Argentina en los primeros años del siglo XX. Una de sus hijas, con dos niños pequeños y un tercero por nacer, pierde a su marido, dueño de un almacén de ultramarinos situado en el centro de Buenos Aires. Queda ella, temporalmente, a cargo de la caja y de vigilar a los dependientes, y un día ve entrar a una mujer curiosamente vestida, como una paisana. Le pregunta: ¿Qué desea, señora? La mujer le contesta: ¿No me reconoces? Vengo porque pensé que me necesitabas.”
            De las notas de viaje, destacan dos que podrían haberse convertido en espléndidos relatos. La primera, de 1956, nos traza un aguafuerte de la España negra, con su final sorpresa: el santurrón de ojos azules con el que se encuentran una y otra vez en la catedral de Santiago resulta ser un criminal nazi.
            La segunda nota viajera, de 1989, tiene más que ver con el esperpento. Visitan el sur de España y en Sanlúcar de Barrameda se alojan en el palacio de Medina Sidonia. A su anfitriona la conocieron “en condiciones un poco desconcertantes: en lo alto de la escalera oímos tirar de la cadena de un váter y vimos salir del reducto a la propia duquesa”.
            Las notas de los cuadernos de Aurora Bernárdez tienen la gracia de lo inacabado, pero a veces nos dejan una impresión de poquedad e insuficiencia; son lo que queda de alguien que deliberadamente –por timidez, por respeto– no quiso dejar desarrollar su talento.
            “Nunca me fue mal” se titula la extensa entrevista con el compositor Philippe Fénelon, su amigo de los últimos años, que cierra el volumen. En ella nos cuenta su infancia, evoca un mundo desaparecido, se ocupa ampliamente de quien fue su marido, Julio Cortázar, a cuyo lado volvió para cuidarle en los últimos meses de la enfermedad.
            “¿El tiempo borra los malos recuerdos?”, le pregunta el entrevistador. “No todos –responde–. Hay recuerdos malos que sobreviven, otros no, otros se pierden, se borran, uno ya no sufre recordando. Pero hay cosas que sí hacen sufrir, hacen sufrir y mucho. A mí me sigue haciendo sufrir la muerte de Cortázar”.
            Hay otra cosa que le hace sufrir, pero no se refiere en ella a la entrevista. La cuenta en uno de los cuentos, “Arrancada”, que por sí mismo justificaría el volumen. Bajo la máscara de la ficción, pero una ficción transparente, cuenta cómo el éxito fue progresivamente alejando de ella al escritor, cada vez más rodeado de admiradoras, cada vez más dedicado a la vida pública y al activismo político mientras ella iba quedando reducida al papel de ama de casa. Eran los años sesenta, ya había aparecido Rayuela, ya había publicado Cortázar lo mejor de su obra cuando “pasó de la melancolía del solitario, confortada por las lecturas, los viajes y la música, a la exaltación de la historia contemporánea, de la camaradería, de la esperanza”. La artífice de esa transformación tenía un nombre, Ugné Karvelis, la agente de Cortázar en Gallimard, que pronto se convertiría en su compañera sentimental. Cuando se refiere a ella, “a su oportunismo, a su cinismo disimulado”, Aurora Bernárdez olvida los disimulos de la ficción y la nombra con sus iniciales U. K.
            Aurora Bernárdez, la mujer invisible detrás del gran hombre, nos muestra en este libro a la escritora que pudo haber sido y no fue. Queda el personaje, la novela de una vida que –como tantas– no pudo vivirse en plenitud.

6 comentarios:

  1. Una de tantas mujeres eclipsadas por la luz del compañero.

    Un saludo

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  2. Menos mal que luego lo aclaras, porque lo de que "ambos" se casaron es muy confuso.

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    1. “A todos los espíritus groseros les encanta hablar. Ser hablador es ya de por sí ordinario. Lo único que hace a la locuacidad interesante es la profanación y la obscenidad, puesto que éstas se le adecuan perfectamente. La locuacidad sin palabras sucias y frases groseras es [...] ordinaria.”

      Fernando Pessoa

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  3. Si que es raro si; al leerlo he entendido que Aurora se habia casado con su hermano, y Cortazar con otra. Luego se aclara.

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  4. Cierto, no es necesario el "ambos" (ya lo he quitado), pero entender eso, Jesús, me parece un poco difícil.

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    1. Es que leía un poco despistado. Entre eso y el "ambos", tuve que detenerme y releer. Nada grave. ;-)

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