sábado, 18 de noviembre de 2017

Francisco Villaespesa, vivo y verdadero


Thule (Antología poética 1898-1936)
Francisco Villaespesa
Edición de José Andújar Almansa
Renacimiento. Sevilla, 2017.

La literatura es material perecedero. Se escribe en un tiempo y solo tiene vigencia durante cierto tiempo. Cada época lee, fundamentalmente, a sus contemporáneos. Las excepciones son pocas. Incluso los llamados clásicos han dejado de ser en buena parte literatura viva para convertirse en documento histórico, material para los estudiosos o lectura obligatoria en el currículum escolar.
            ¿Es Francisco Villaespesa solo un capítulo de la historia de la poesía española o sigue siendo un poeta vivo? De su importancia histórica no cabe ninguna duda: fue el principal promotor del modernismo. Sin él ni Juan Ramón Jiménez, ni los Machado ni tantos otros poetas de principios de siglo habría llegado a ser lo que fueron, o habrían tardado más en llegar a serlo. Sus sucesivos domicilios a madrileños –a Madrid llegó desde su provincia almeriense a los veinte años– se convirtieron en embajadas de la nueva estética y en salas de redacción de las principales revistas que la difundieron.
            José Andújar Almansa ha preparado una breve antología de su profusa obra que pretende rescatar al poeta del pintoresco anecdotario epocal y de las notas a pie de página de los manuales. Prescinde del orden cronológico para centrarse en el temático. Francisco Villaespesa, al contrario que Juan Ramón Jiménez, no supo evolucionar. En 1917, cuando Juan Ramón inaugura una nueva etapa en la poesía española con su Diario de un poeta recién casado, él se marcha a América en una gira literario-empresarial que durará décadas. Allí sus versos sonoros y sus dramas históricos –de los que tan cruelmente se burlo Pérez de Ayala en Troteras y danzaderas– todavía podían concitar entusiasmos multitudinarios. Al morir, en 1936, ya llevaba muchos años muerto para la literatura española.
            En Thule, la selección preparada por José Javier Almansa, encontramos todo lo que pensábamos encontrar –el imaginario de una época, sus tópicos y obsesiones, la quincallería modernista, llena de encanto antiguo– y algo más: un puñado de poemas que pueden añadirse sin desdoro a cualquier antología esencial de la poesía española.
            En estos versos hay jardines abandonados, música de otoño, melodioso spleen, murmullo de fuentes machadianas, estampas medievales, languideces decadentistas y elogios del superhombre nietzschiano: “Bebe tu copa; la pena olvida… / Siempre en los labios tiene el que es fuerte / un beso inmenso para la vida / y una sonrisa para la muerte”.
            Francisco Villaespesa es un maestro del soneto. “Supremo fracaso” anticipa el famoso “Vida”, con el que José Hierro concluye su Cuaderno de Nueva York (“Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada”) y no se resiente con la comparación. “¡Qué unánime fracaso mi fracaso!”, comienza; para concluir: “Mi olvido en el olvido no halla olvido, / ni mi alma en mi alma su posada… / ¡Ay del que todo, en todo, lo ha vivido / y comprende que todo ha sido nada!”
            En una década, de 1900 a 1910, la de su mayor vigor creativo, pasó Villaespesa de los experimentos formales y de los excesos que escandalizaron a Clarín (le dedicó uno de sus últimos punzantes paliques), a una poesía más cotidiana y de tono menor, la propia de la segunda generación modernista. “Hoy estoy triste sin motivo”, leemos al inicio de uno de sus poemas, en la línea de lo que Federico de Onís, en una famosa antología, llamó “prosaísmo sentimental”. Rubén Darío tampoco fue ajeno a esa evolución y nada tienen que ver las sonoridades de Prosas profanas con los heridores nocturnos de Cantos de vida y esperanza.
            El mejor Villaespesa no desmerece junto al mejor Darío: “Ante el enigma trágico del mundo / y el misterio de las constelaciones, / mi alma hermética y sola es un profundo / silencio lleno de interrogaciones”.
            Un eco de la poesía china, que todavía no se había traducido al español, parece haber en algún poema. “Una flauta suspira en la distancia”, como en los versos de Li Po.
            Otra pequeña obra maestra, que quizá no hubiera desdeñado firmar Borges: “Las mujeres de Shakespeare”. Son versos de un lector, literatura sobre literatura.
            Algo de vigoroso aguafuerte tienen el “Nocturno de ciudad”, de 1899, y “En la alcoba”, de 1916. No hay aquí nada del evasionismo que tópicamente se suele atribuir a la estética modernista. Como en El mal poema de Manuel Machado, las aristas de la realidad se presentan sin maquillaje: “Un lecho y un lavabo; cuatro sillas… / El quinqué de petróleo se consume, / y atufa el aire un híbrido perfume / de opopánax, jabones y colillas”.
            Francisco Villaespesa es, como quiere el tópico, un poeta de escuela, con todo el encanto y toda la lira del modernismo, pero es también –gracias a un puñado de poemas, muchos de ellos reunidos en esta antología– algo que no suele escucharse cuando se habla de él: un poeta vivo y verdadero, al margen de cualquier escuela.

2 comentarios:

  1. Este reportaje que se publica hoy parece contradecir lo que sostiene en el primer párrafo: https://elpais.com/cultura/2017/11/17/babelia/1510931904_651187.html

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  2. Estimulado por la reseña de JLGM acabo de leer este bellisimo libro (como todos) de Renacimiento. En los manuales de Literatura Villaespesa es un poeta menor. Y este libro lo desmiente a no ser que consideremos poetas mínimos a los actuales. Gracias,JLGM

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