viernes, 23 de marzo de 2018

Susana Benet y el silbido de un mirlo



Grillos y luna
Susana Benet.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2018.

Nada  mejor que el haiku y el soneto para contraponer las poéticas de oriente y occidente. Ambos tienen mucho en común: cada una de esas formas estróficas constituye un poema completo, terminan con un verso (o unos versos en el caso del soneto) que dan sentido al conjunto, se insertan en una tradición que, como todas, vive del enfrentamiento entre ortodoxia y heterodoxias, buscan quedar en la memoria del lector.
            Tienen mucho en común, pero son completamente diferentes: el laborioso juego de rimas y las 154 sílabas del soneto se reducen a las 17 del haiku, donde además sobra la forzada repetición de sonidos al final. El soneto es una pieza arquitectónica, con su andamiaje lógico, sus recurrencias y sus simetrías; el haiku es una iluminación, un caer en la cuenta, un decir apenas y donde siempre se dice más de lo que se dice.
            Aprender a escribir un soneto lleva su tiempo; la técnica del haiku es intuitiva y está al alcance de cualquiera, del niño y del anciano, del sabio y del ignorante. Un buen soneto es una conquista del autor; un buen haiku es un regalo que la poesía nos hace.
            Y de la legión de poetas que hoy cultivan esa veterana tradición japonesa a nadie le ha hecho la poesía tantos regalos como a Susana Benet.
            Desde el inicial Faro del bosque (2006) lleva publicados media docena de libros de haikus, casi un millar de esas prodigiosas miniaturas, y nunca nos cansamos de leerla. ¿Dónde reside su secreto? Los haikus tienen mucho de impersonal, en ellos el autor puede borrarse más fácilmente que en otras formas poéticas; Susana Benet, sin embargo, ha logrado que los suyos sean inequívocamente suyos.
            No gusta, como tantos, de las deliberadas japonerías, del pastiche orientalizante, aunque no falten grillos y luna (así se titula su último libro), gatos y nubes, primaveras y otoños, según parece exigir la evanescente retórica del haiku.
            En sus versos, Susana Benet lava la ropa, la tiende, se asoma a la ventana, da un paseo, va de compras, riega las macetas, se deja asombrar por la lluvia o por el canto de un mirlo.
            Sus haikus pueden parecer hechos de nada, simples anotaciones al paso: ese chopo medio verde, medio amarillo, en un ribazo; las briznas de hierba que encuentra pegadas a sus suelas cuando regresa a casa; las plumas del periquito que caen al agua en que bebe el gato; el semáforo que sigue cambiando de luces en la noche desierta.
            Escribir como escribe Susana Benet no ha resultado un proceso sencillo. De hace un siglo datan los primeros intentos de haiku en lengua española. No podían entonces los poetas abandonar las muletas de la rima ni el rebuscado adjetivo. Un ejemplo de José Juan Tablada: “Garza, en la sombra / es mármol tu plumón. / móvil nieve en el viento / y nácar en el sol…”
            Al poeta modernista sin la rima le parecía que la poesía quedaba demasiado desnuda. El famoso haiku de Basho (“Un viejo estanque, / se zambulle una rana, / ruido del agua”) Valle-Inclán lo “embellece” de la siguiente manera: “y el espejo de la fontana / al zambullirse de la rana / ¡hace chas!”
            Susana Benet observa, recuerda, anota: “Sobre una loma / se empina entre los pinos / la torrecilla”, “No está el colegio. / Solo ha quedado en pie / la buganvilla”, “El viento agita / el reflejo de un árbol / dentro del agua”, “Guarda la lana / la forma de tu cuerpo. / Vieja chaqueta”.
            “Esto lo hago yo”, dirán algunos lectores. Y es posible que tengan razón. El burro flautista de la fábula de Iriarte, si intentara ser poeta en lugar de músico, seguro que lo que se salía “por casualidad” era un haiku y no un soneto.
            Más fácil le resulta escribir un haiku a un niño que a un versificador habitual. Para escribir haikus hay que aprender poco, pero hay que desaprender mucho. No añadir nada, por ejemplo, al contraste entre el blanco y el rojo que nos sorprende de pronto en la cocina: “Partido en dos, / qué blancas sus semillas. / Pimiento rojo”.
            Siempre fiel al esquema de las diecisiete sílabas y al contraste entre los dos versos iniciales y el último, a veces Susana Benet acentúa la sorpresa (“Sobre el chaleco / del anciano dos pétalos. / Ciruelo en flor”), pero más a menudo nos sorprende con su simplicidad: “El hortelano / con el meñique fuera / de la alpargata”.
            Son muchos los haikus que se nos quedan para siempre en la memoria, como  “limpio, vibrante, / el silbido de un mirlo / tras el chubasco”.
            Grillos y luna, un libro para beber a pequeños sorbos, con miedo a que se acabe (aunque no se termine de leer nunca porque resulta nuevo cada vez que volvemos a él).


           

1 comentario:

  1. Poemas de hoy: Crítica de la irracionalidad pura24 de marzo de 2018, 22:19

    En el laboratorio de expertos,
    narcisistas despiezan el poema.
    Han de extraer la esencia
    del poeta lejano.
    En el olimpo inverso en que residen
    su intelligentsia es el paso esencial
    para precipitarse en las honduras.
    Calla. Ahora están penetrando el Yo
    antes de devenir en puro hueso.

    © María Taibo

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