Sonetos de la patria oscura
Jon
Juaristi
Edición
de Rodrigo Olay Valdés
Renacimiento.
Sevilla, 2018.
El
soneto, contra todos los pronósticos, sigue gozando de buena salud. Cuando la
mayor parte de las estrofas clásicas se ha convertido en arqueología –¿dónde
las liras, las octavas reales, los tercetos encadenados?–, en el siglo XX y en lo que va del siglo XXI se han seguido
escribiendo sonetos que no desmerecen junto a los del Siglo de Oro.
Un puñado de ellos los firma Jon
Juaristi, fiel al esquema de los dos cuartetos y los dos tercetos desde su
primer libro hasta el último. Ahora nos ofrece esas obras maestras del
sarcasmo, la ironía y la melancolía, junto a otros que no parecen ser, para
decirlo al modo borgiano, sino “laboriosas naderías”.
Sonetos
de la patria oscura –un título poco afortunado que copia otro de Gabriel
Aresti e incluye el del libro más conocido de Juan Manuel Bonet– reúne, en
edición de Rodrigo Olay, todos los sonetos publicados hasta la fecha por Jon
Juaristi, con el estrambote de un prescindible inédito de agradecimiento al
autor de la edición).
La disparidad de estos textos es
rasgo característico de la poesía de
Juaristi, un poeta que gusta del chiste fácil, la ocurrencia circunstancial y
la enrevesada alusión erudita, un poeta de obra breve, pero a pesar de eso más
de antología que de obras completas.
Una decena o dos de estos sonetos
bastan para otorgarle un lugar de honor en la historia de la poesía española y,
lo que es más importante, en la memoria de
los lectores. Nadie como él sabe homenajear a un maestro o a un amigo.
Un primer ejemplo lo encontramos en “Gabriel Aresti, 1981” ; otro, en “Biblioteca
Nacional”, pero quizá mi preferido es el titulado “Para la guitarra de Ángel
González”, con su ritmo de corrido mexicano.
Pocos pueden también equipararse en
la expresión del amor-odio hacia su patria (esos sonetos son los que podría
justificar el título del libro). Antes de convertirse en bien aprovechado ariete
contra el nacionalismo vasco, ya había conseguido Juaristi expresar su
conflictiva relación con el propio país en poemas como “Euskadi, 1984” (el más citado de esos
poemas, “Spoon River, Euskadi”, es la traducción, aunque no se indique, de un
epitafio de Kipling).
Con sentimentalismo de tango,
escribe “San Silvestre, 1985” ,
que también lleva la fecha en el título, como subrayando lo que su poesía –una
parte importante de ella-- tiene de crónica personal, de investigación sobre su
adentramiento en la edad, para decirlo con un título de Bousoño.
Otras obras maestras: “Dama de
Elche”, burlona vuelta de tuerca al tema de las patrias y sus símbolos; el
soneto polimétrico “2005” ,
autorretrato del autor a la altura de la cincuentena, con sus ecos de Manuel
Machado y Campoamor; los borgianos, pero nada epigonales, “Denario bizantino” y
“Un cruzado húngaro de 1546” ;
“Encuentro”, que no habría desdeñado en firmar Valle-Inclán.
Junto a estas piezas memorables,
otras esforzadamente ripiosas, circunstanciales o eruditamente enrevesadas. El
lector que abra al azar el libro y tropiece con ellas es posible que lo
abandone. Por eso habría sido necesario un mayor rigor autocrítico y editorial.
El editor, Rodrigo Olay, combina
cualidades que rara vez se dan juntas: es poeta, excelente lector de poesía y
además uno de los más valiosos investigadores universitarios de su generación;
aúna sensibilidad lectora y rigor universitario.
En la introducción a esta antología,
sin embargo, acaba ofreciéndonos más un excelente trabajo escolar que lo que
debería ser un prólogo dirigido a todo tipo de lectores y muy especialmente al
lector hedónico, al que gusta de la poesía, no de sus alrededores académicos.
Como si participara de la opinión
común de que un estudio riguroso se
caracteriza por la abundancia de notas, mientras que su ausencia, en cambio, es
propia del ensayo dirigido al lector común, Rodrigo Olay prescinde de ellas.
¿Prescinde? No exactamente, sino que
las incluye en el texto, ofreciéndonos así páginas –como las que van de la 28 a la 33– donde acumula
minucias de dudoso interés y referencias aclaratorias que nos obligan a acudir
constantemente al índice. Refiriéndose al soneto “El jardín de Abando” (el
lector ha de rebuscar en el índice para ver en qué página se encuentra), nos
dice que “el verso 12 rehace el verso gongorino ‘con razón Vega por lo siempre
llana’, originalmente dirigido contra Lope”, pero no nos explica lo que
significa el verso de Juaristi “con razón sana por lo siempre Mena” (yo no sé,
como supongo que tampoco la mayoría de los lectores, a qué se refiere con
“Mena”).
Rodrigo Olay, en lugar de aclararnos
las referencias oscuras que abundan en estos sonetos (y le habría sido fácil ya
que la edición se hizo en constante comunicación con el autor), prefiere
enumerar alusiones literarias, a veces un poco traídas por los pelos, que no
siempre es necesario percibir para el disfrute del poema. O se entretiene en
hacer estadísticas sobre los sonetos que siguen el esquema italiano o el
inglés, los que separan tipográficamente las cuatro estrofas y los que no;
ocupaciones quizá interesantes para un trabajo de clase que al lector – y quizá
al estudiante– le importan poco.
El autor de un libro no es el único
autor del libro. La labor del editor que selecciona, ordena, prologa o
anota resulta igualmente importante para
poner en valor un texto.
Lo leeré.
ResponderEliminarUn saludo
Defender, defender, defender,
ResponderEliminarpara eso está el rey.
Defender a unos españoles
de otros.
Dividir, no servir.
De incógnito reinar
por la mitad.
© María Taibo
A mí, Juaristi me divierte mucho. Mis amigos vascos están hartos de que les recite "Patria mía".
ResponderEliminarEse cuarteto:
"Juré sus fueros en Guernica y Luno,/
como mandan sus santas escrituras,/
y esta tierra feroz, feraz en curas,/
me dio un roble, un otero y una muno./
me parece de lo más divertido de la última poesia española
Sobre gustos... Otros prefieren a Chiquito de la Calzada.
ResponderEliminarPasaré la ofensa displicentemente. Me parece que la comparación es ciertamente odiosa
EliminarEs usted la repera, para uno que le quiere hacer una gracia, me refiero al señor benito de soto, y usted sale con esas. hágaselo ver, hombre. Por cierto, ¿por qué no se hace editor?, parece que lo que no le gusta nada son esos señores que ponen la pasta...
EliminarNo veo la ofensa por ninguna parte, Benito-Manuel. Chiquito de la Calzada tenía mucha gracia (¿más que lo de "una muno"? Eso va en gustos).
EliminarDe hecho ese ¿poema? es gracioso, pero poéticamente semeja un finstro duodenal.
ResponderEliminarVillasana de Mena. Es claro.
ResponderEliminarPues yo no lo veo tan claro.
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