miércoles, 16 de mayo de 2018

Manuel Neila, ética y estética


J

El juego del hombre
Manuel Neila
Renacimiento. Sevilla, 2018.

El auge actual del aforismo entre los escritores españoles debe mucho a la figura de Manuel Neila. Poeta, traductor, ensayista, le ha dedicado al género importantes estudios, recogidos en el volumen La levedad y la gracia, y diversas antologías; además ha editado o reeditado a los principales aforistas en la colección “A la mínima”, que se publica bajo su dirección.
            Es también Manuel Neila un destacado cultivador del género. A sus Pensamientos de intemperie (1912) y a sus Pensamientos desmandados (1915), añade ahora una nueva serie, Pensamientos del malestar, y con ella completa la trilogía que ha titulado El juego del hombre y subtitulado “Discordancias”.
            Manuel Neila, como aforista, descree del ingenio y desdeña la ocurrencia fácil (“No hay tonto más molesto que el ingenioso”, afirma citando a La Rouchefoucauld), aunque a veces –algo que parece inevitable después de Gómez de la Serna– incurre en la greguería: “Hay erratas y erratas. Las últimas deberían escribirse con hache”.
            Conoce bien, y alude a ellos con frecuencia, a los maestros del género, especialmente a los moralistas franceses y a autores como Lichtenberg o Nietzsche, de quien procede el título, “El caminante y su sombra”, de la serie dialogada dispersa por los diversos capítulos de El juego del hombre.
            Aunque a menudo toca temas filosóficos, su especialidad es la crítica de la sociedad contemporánea. La sociedad de masas, la sociedad del capitalismo avanzado encuentra en él uno de sus más radicales detractores. A veces esa crítica se concreta en  el mundo literario, en el que, como él mismo diría, no deja títere con cabeza, aunque sin citar nombres. Los que podríamos llamar metaaforismos, o aforismos sobre el propio aforismo, son también abundantes.
            Llama la atención, en un estilo un tanto arcaizante, el abundante uso de las interjecciones, que lleva a un cierto amaneramiento. Cito algunos ejemplos: “Los mediocres de la clase media atribuyen sus errores a la debilidad de la condición humana… Y ¡hala!, a seguir errando”, “A los cuarenta años, la vida nos parece una tragedia de Esquilo. A los sesenta, una tragedia de Sófocles. Y a los ochenta… A los ochenta, ¡ay!, posiblemente nos parezca una comedia bufa de autor desconocido”, “(Más éiica y menos cosmética). Lo contrario, ¡helas!, es el camino hacia la servidumbre voluntaria. Y, ¡hace!, todos contentos”. Como “jacarandosos” califica a los artistas de la sociedad “lúdico-masiva”.
            Los moralistas franceses, en contra de lo que parece indicar la expresión con la que se los conoce, no se dedicaban a moralizar, sino a reflexionar sobre las costumbres de la sociedad de su tiempo. Como ha escrito Carlos Pujol, “es dudoso que sean edificantes, más bien tienden a cierto cinismo desengañado y de buen tono”. Manuel Neila, por el contrario, adopta con frecuencia un aire de predicador. La literatura contemporánea, repite a menudo con distintas palabras, ha renunciado a ser arte para convertirse en entretenimiento. ¿Pero es ese es rasgo de la literatura contemporánea o de la literatura de cualquier tiempo? En los años veinte no solo publicaban novelas Gabriel Miró o Benjamín Jarnés; los más vendidos eran Pedro Mata o El Caballero Audaz.
            Al criticar al mundo actual, incurre Manuel Neila en la falacia, bastante común, de compararlo con un imaginario pasado que no ha existido nunca. Un ejemplo: “A decir verdad, el vicio más extendido durante los últimos años, y del que menos se habla, es el vicio supremo de la vulgaridad”. Una frase cierta, pero que ya era cierta en tiempos de los romanos (releamos a Juvenal o a Horacio) y me imagino que también en el antiguo Egipto.
            Aunque resulte difícil definir el género, parece claro que no todos los textos que Manuel Neila incluye en El juego del hombre –título un tanto “vintage”: hoy tendemos a no utilizar “hombre” para referirnos al hombre y a la mujer– pueden considerarse tales. Es el caso de las notas dedicadas a Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado o Gabriel Insausti, que más bien parecen borradores para la solapa de alguno de sus libros. Y aunque en el “Glosario del descreído” que figura como apéndice, los términos se definen como en un diccionario (“Azar: Una de las pocas eventualidades que podemos dar por seguras”), resulta dudoso que se pueda considerar como aforismo personal una definición que parece tomada de la Wikipedia: “El término ‘empatía” (del griego ‘empathés”, ‘emocionado’) es la capacidad cognitiva de percibir lo que otro individuo puede sentir. También es un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra”.
            Solemnizar lo obvio es uno de los riesgos que acechan al Manuel Neila aforista; otro, un cierto tono moralista. Acierta cuando abandona la crítica de brocha gorda –sus discordancias son a veces muy concordantes con las de ciertos telepredicadores– y se deja llevar por el humor (“Cualquier político sabe que a la masa hay que agitarla antes de usarla”) y la poesía, las dos armas favoritas de la inteligencia: “Relámpago verbal, el aforismo vuelve visible la noche y audible el silencio”.

6 comentarios:

  1. Martín, no tiene usted ni puta idea. Ni puta idea.

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    1. ¿Quién será este elegante anónimo? Se admiten apuestas.

      JLGM

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  2. Poemas de hoy: Fin18 de mayo de 2018, 23:15

    El secreto era nada.
    La tarde tranquila y muda
    con los muchachos paseando al perro
    y el viejo volviendo de la compra.
    El secreto era nada.
    Posarse en el mundo a ser uno más.
    Todo era mucho.
    Ahora todo es insuficiente.
    Ordenemos, alma mía, lo que venga
    y hagamos un pequeño todo de nada.


    © María Taibo

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  3. Leí una entrevista con él, y me gustó. Aún no he leído nada suyo, pero habrá que poenrle en la lista.

    Gracias por tus reseñas. Un saludo

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  4. Has retrasado un siglo la salida de sus libros!, amigo Martín.
    Sobre el autor del comentario: desde luego tiene autoridad en la materia. Yo hubiera puesto: No tienes ni Neila idea, ni Neila idea.
    En fin, la gente no tiene ni Neila gracia.

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  5. Gracias, Jaime. Tendrías que haber visto el correo que me envío mi amigo Neila retirando su amistad. Ese sí que tenía gracia.

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