sábado, 23 de marzo de 2019

Desmesurado Blasco Ibáñez



Sueños de revolucionario. Entrevistas
Edición de Emilio Sales y Francisco Fuster
Fórcola. Madrid, 2019.

Los límites entre literatura y periodismo no están nada claros. Y no solo porque buena parte de la mejor literatura de los siglos XIX y XX se publicara, antes que en libro, en los periódicos, sino porque, desde los artículos de Larra, sabemos que el buen periodismo puede ser también literatura, para muchos la literatura.
            Por eso las hemerotecas están llenas de libros dispersos que solo esperan la mano del editor diligente que les diga “levántate y anda”, que reúna los desperdigados fragmentos en un volumen y lo ponga a disposición de los lectores.
            Es lo que han hecho Emilio Sales y Francisco Fuster con una parte de las entrevistas que Vicente Blasco Ibáñez –célebre desde muy joven– concedió a lo largo de su vida, una vida que no fue una, sino varias novelas, la mayoría de ellas folletinescas y bastante inverosímiles.
            Blasco Ibáñez declaró varias veces que su mejor obra habría sido su autobiografía, una autobiografía que nunca escribió y que Sueños de revolucionario viene en alguna medida a sustituir.
            ¿Sueños de revolucionario? Ciertamente, Blasco Ibáñez, fundador y dirigente de uno de los principales partidos republicanos, lo fue en su juventud, pero pronto el campo de la política se le quedó pequeño y se dedicó a otros menesteres. Tras el éxito inesperado de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, su novela de la guerra del 14, las entrevistas que concedió podían haber llevado otro título: Ensueños de millonario. Solo la oposición a la dictadura de Primo de Rivera –publicó vibrantes diatribas como Por España y contra el rey (Alfonso XIII desenmascarado), creó y financió la revista España con honra– le hizo volver a los ideales de su juventud. Junto con Unamuno, fue el intelectual quizá el intelectual que más contribuyó a la caída del rey, que no llegaría a ver (murió en 1928).
            La mejor de las entrevistas reunidas en este volumen –bastaría para justificarlo– apareció en 1911 en la revista Por esos mundos. La firma El Bachiller Corchuelo (Enrique González Fiol), un escritor hoy completamente olvidado, pero que demuestra que, antes de que El Caballero Audaz comenzara a publicar sus famosas entrevistas en La Esfera, ya el género había dado muestras de madurez.
            La colaboración de El Bachiller Corchuelo quería ser el anticipo de una futura biografía: “Escritas estas notas en unas horas, para no demorar su aparición, sin tiempo primeramente para coordinar confesiones y referencias, y sin espacio ahora para formular un comentario, no pretendo haber hecho un artículo, sino sencillamente publicar unas notas, base y recordatorio para un estudio biográfico detenido y sereno que estamparé en un libro, como merece el gran novelista”. Ese libro, desafortunadamente, no llegaría a publicarse.
            Señalan los editores que no han coleccionado estas entrevistas con una finalidad erudita, sino “con el objetivo de oír, a través de sus propias palabras, la voz de un hombre al que, por sorprendente y contradictorio que parezca, todavía no hemos escuchado lo suficiente”.
            No se cumplen de todo esas buenas intenciones. En más de una ocasión, a quien escuchamos es solo al propagandista de sí mismo, a la caricatura en que el éxito mundial convirtió a Blasco Ibáñez.
            “Escribo un promedio de doce a catorce horas diarias”, le dice a José Montero Alonso en 1926. “Pero ese es un trabajo excesivo”, le responde el entrevistador. Y Blasco: “No… Porque hay que tener en cuenta que lo hago en unas condiciones magníficas. Esta villa Fontana Rosa no es una casa; es un jardín enorme con ocho edificios, con una espléndida cantidad de naranjos, de limoneros, de palmeras, de rosales”. Y tras describir la propiedad, como si quisiera ponerla en venta, añade: “Puedo dedicar el día entero a la labor sin necesidad de salir de casa. Cuando me canso de trabajar, salgo al jardín, que veo a todas horas desde los ventanales de mi biblioteca; subo larguísimas escalinatas hechas de azulejos valencianos, y desde una gran altura contemplo un cuadro de maravilla”. Y sigue y sigue detallando las bellezas de su propiedad para justificar que puede escribir doce o catorce horas sin cansancio.
            Otra vez le preguntan si le ha gustado Nueva York y afirma que le ha gustado tanto que va a comprarse allí una casa, la sexta. En más de una ocasión enumera sus casas: “tengo una en Valencia, donde he nacido; otra en Madrid; un castillo en Malvarrosa, mirando al Mediterráneo; una villa en Niza, y una casa en la calle Hennequin de Paris”.
            No es de extrañar que, a la vez que su fama se extendía por el mundo, Vicente Blasco Ibáñez fuera perdiendo prestigio en el mundo literario español. Sus libros últimos valían cada vez menos –aunque ganara con ellos cada vez más– y él acabó convertido en una caricatura de sí mismo. Solo se salva de la catástrofe de sus años finales ese inmenso reportaje que es La vuelta al mundo de un novelista, donde une a la fascinación por la geografía de un Julio Verne el encanto de los años veinte.
            Queda el escritor de su primera época, queda el personaje inabarcable, que fundó colonias en Argentina, que se dejó seducir por Hollywood, que fue cronista de la Gran Guerra. Esta recopilación de entrevistas ayuda a traerlo a la actualidad.


16 comentarios:

  1. Interesante tu entrada. Un escritor excelente, sin duda, pero un ser humano muy completo, reportero de la vida que le tocó vivir

    Gracias por compartir. Un abrazo y feliz sábado

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  2. Gracias por esta nueva reseña

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  3. "Los cuatro jinetes del apocalipsis" es una novela muy bien escrita y su éxito internacional está muy justificado. Blasco Ibáñez escribía muy bien, mucho mejor que Baroja y Galdós, quienes en verdad eran autores desaliñados y descuidados en el uso del lenguaje (por eso ambos ganan en su traducción a otros idiomas, como le ocurre también por cierto al propio Cervantes).

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    1. La literatura, me parece, consiste en algo más que "escribir bien" . Puede brillar el lenguaje y resultar la obra un bodrio acartonado y sin vida. No ocurre así, a mi juicio, ni en Baroja ni en Galdós, que crearon las obras más vivas de nuestra literatura... a pesar de sus estilos. Gracias.

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    2. No he leído el Quijote en más lengua que la suya original; y es lástima, si realmente en otra mejora todavía su ya inmejorable condición. Pero más bien creo que Sandra no ha sabido leerlo. Ya decía Borges, pienso que con razón, que aprender a leer (a leer de veras) es cosa que lleva toda la vida.

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    3. Pero precisamente fue Borges quien dijo que el Quijote le gustó mucho más cuando lo leyó en inglés. Cuando lo leyó después en español, le gustó menos. Esto es comprensible, porque, como es bien sabido, el traductor a menudo pule y corrige descuidos del original, por ejemplo en la construcción de las frases, en la adjetivación, etc.

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    4. Traducción como corrección. Es muy interesante.

      Creo haber leído a García Martín que, si Cervantes hubiera sabido el éxito que iba a tener el Quijote, probablemente habría cuidado más su redacción.

      Borges decía que, si Cervantes insertó tantas subhistorias y relatos pastoriles en el Quijote, fue porque no confiaba en la fuerza argumental de sus dos protagonistas principales.

      Lo siento. ¿Qué tiene esto que ver con Blasco Ibáñez?

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    5. Lo de Borges no fue más que una de sus bromas. Y Cervantes es grande aunque sus dos novelas sobre don Quijote (las llamadas partes) estén llenas de erratas. Gracias a ello se ha ganado muy bien la vida don Francisco Rico.

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    6. Pues a mí me parece que Borges (igual que García Martín) hablaba en serio y además lo que decía es más que razonable.

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    7. Borges, hablando de Cervantes y el Quijote, dijo muchas cosas, y cambió de opinión (lo que le honra) a lo largo de los años.
      En 1980 le hicieron una entrevista, creo recordar que en el programa "A fondo" (puede verse en internet). El entrevistador le preguntó, entre otras cosas, sobre el tema. Y dijo que, durante muchos años, él, Borges, había pensado, y dicho, que en tiempo de Cervantes había unos cuantos escritores que hubiesen podido corregir cualquier página del Quijote. Pero que con el tiempo había llegado a comprender que, si bien eso le seguía pareciendo cierto, también lo era que lo que ninguno de esos otros escritores hubiera podido hacer es escribirla.

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  4. Pues ni Galdós ni Baroja tuvieron mucho éxito en las traducciones, al contrario que Blasco Ibáñez.

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  5. Baroja tiene partes estupendas en todas sus novelas al lado de pasajes bochornosos. Me parece que es un autor simpático pero muy sobrevalorado. Uno lee una novela de Baroja y siempre se queda con ganas de más, si es buena. Porque don Pío se cansa muy pronto de sus novelas y las termina de cualquier manera, aunque esto también tiene sus ventajas: si son malas, las novelas de Baroja duran poco. Además don Pío aburre bastante, resulta reiterativo y siempre dice lo mismo y hasta con expresiones parecidas: "tenía la cara juanetuda" lo repite en unas cuantos libros. Las novelas valencianas de Blasco Ibáñez me parecen mejores que cualquiera de las de Baroja; son más profesionales, están mejor escritas; los libros de viaje de Blasco Ibáñez son estupendos; y ya quisiera Baroja haber escrito un colección de cuentos tan perfecta como los "Cuentos Valencianos" de Blasco. A Blasco lo desprecian los del 98 porque se hace rico (envidia), porque fue un político profesional y porque era un escritor popular y no un tostón con pretensiones pseudofilosóficas como los Barojas, Azorines etc. Que se sigan considerando obras maestras a los folletines barojianos es escandaloso. Baroja tenía gracia, don de la observación, inteligencia, sensibilidad etc pero como artista era tanto como Blasco o incluso menos.

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    1. Bueno, son opiniones suyas, aunque nos las aseste como certezas indiscutibles. Que Baroja o Azorín sean "tostones con pretensiones seudofilosóficas" es cosa que me parece a mí que sólo puede decir quien los haya leído sin un mínimo de atención, o no los haya leído, sin más. Y no sé yo qué pintarían las "pretensiones seudofilosóficas" en los "folletines" que dice, y que no parece tener muy claro lo que son.

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  6. Este Jose sí que vale. A todo el que no está de acuerdo con él le dice que no sabe leer. O es un despotricador nato o desconoce las reglas del debate intelectual. Qué elemento. Pues amigo mío, si Valle Inclán calificó a Galdós de "garbancero" fue por algo. También es cierto que en aquella época no se llevaba en España, ni siquiera entre los escritores, el sagrado cuidado de la prosa. Aquí lamentablemente no tuvimos un Stefan Zweig.

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    1. Bueno, será que Cernuda, sin ir más lejos, no sólo no tenía ni idea (su opinión de Galdós es resumible diciendo que es el mayor prosista español después de Cervantes, y su lenguaje una espléndida creación personal), y que, qué le vamos a hacer, era un "despotricador nato". Una caracteríostica básica del folletín es la creación de suspense; el dejar tras cada entrega algo en el aire que mantenga el interés del lector hasta la siguiente. Dónde vea usted, o el Anónimo al que contestaba, semejante cosa ya no en Azorín (que es todo lo contrario) sino en Baroja, ya me lo dirá. En fin, despotricaciones mías, diga usted que sí.

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  7. Solo una precisión a "Isidoro". Si Valle-Inclán calificó a don Benito de garbancero fue por algo, dice. Sí, porque rechazó estrenar una obra de Valle-Inclán, "El hechizado", en un teatro del que era director artístico. Antes le había elogiado reiteradamente. Y esa frase no es un juicio crítico, es lo que dice un personaje en "Luces de bohemia".

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