El paisaje se hace en el poema. Poemas 1951-2017
José Corredor-Matheos
Edición de Jordi Doce
Fundación Ortega
Muñoz. Badajoz, 2018.
José Corredor-Matheos, que nació el mismo año que José Ángel
Valente y Jaime Gil de Biedma, tardó en figurar entre los nombres mayores de su
generación, la del cincuenta. Sus primeras entregas, nada estridentes y de una
cierta grisura, parecían destinarle a formar parte del coro. Durante un tiempo,
fue más apreciado como crítico de arte y como puente entre la cultura catalana
y la española que como poeta.
La
situación comienza a cambiar en 1975 con la aparición de Carta a Li Po. Desde finales de los años sesenta, no solo la poesía
social más explícitamente comprometida, sino también toda la estética realista
y rehumanizadora de la posguerra, incluso la que recurría a toques de
distanciadora ironía, había entrado en crisis. Los poetas más jóvenes –los
antologados por Castellet en Nueve
novisimos y otros que no entraron en esa llamativa antología– volvían la
vista al ludismo de las vanguardias, al desdeñado hermetismo, al culturalismo.
Unos poetas
callaron –fue el caso de Gil de Biedma, del hoy olvidado Eladio Cabañero–,
otros se dejaron contagiar por los nuevos modos, que en algún caso, como en el
de Caballero Bonald, iban más de acuerdo con su personalidad que la estética
anterior, conversacional y machadiana: Descrédito
del héroe le representa mejor que Pliegos
de cordel.
El nuevo
camino que Corredor-Matheos emprendió iba en sentido contrario al que marcaba
la moda. Al barroquismo, al intelectualismo metapoético, al exhibicionismo
culturalista, a la concepción del poema como acertijo para eruditos, opuso un
cada vez más progresivo despojamiento.
La mención
de Li Po en el título nos indica el magisterio de la poesía oriental o, más
bien, de la concepción del mundo que está detrás de esa poesía. Los dos
primeros versos de nuevo libro –-“Escribir un poema / que nada signifique”– nos
recuerdan a otros, muy famosos, de Guillermo de Aquitania: “Farai un vers de
dreit nien…” (Haré un poema de la pura nada…).
La
continuación del poema nos indica que la intención de Corredor-Matheos nada
tiene que ver con la poesía concreta, con el letrismo, con cierto tipo de
experimentos que por entonces, a la manera de la pintura no figurativa, trataban
de hacer una poesía de puros significantes: “Salir a la terraza, / respirar en
la noche, / no esperar que alguien vuelva, / no desear ya nada. / Abrir solo
las manos / y que, de entre los dedos, / alcen el vuelo mudas, / asombradas
palabras”.
La poesía
que, a partir de entonces, quiere escribir Corredor-Matheos aspira a
desaparecer, a no ser notada en su pura materialidad, a ser solo un cristal que
transparenta el mundo, o mejor, un simple gesto del autor que ayude a desvelar esa
realidad que tenemos delante de los ojos y que somos incapaces de ver.
La ascesis
de la palabra no es más que un reflejo del camino ascético que ha emprendido el
poeta, muy en la línea de la filosofía zen.
Paradójicamente,
en esta poesía que aspira a borrarse, a volverse invisible en su materialidad,
las referencias metapoéticas son constantes, hasta el punto de que el propio
poema se convierte en el protagonista de buena parte de los versos de
Corredor-Matheos. Lo ha señalado con acierto Jordi Doce en el título que le ha
puesto a esta antología temática, dedicada “al mundo natural”, según nos indica
en el preciso prólogo: El paisaje se hace
en el poema.
Corredor-Matheos
concibe el poema no como un fin, sino como una herramienta o un conjuro que nos
permite acceder a la verdadera realidad. No quiere escribir poemas “que sean
solo poemas”: “¿Llegaré yo a escribir / alguna vez / el poema que me abra / ese
paisaje / donde pueda perderme / entre los árboles / y aspirar los perdidos /
aromas de la infancia? / ¿Cuándo podré crear / un mundo tan real / como irreal
es este / en el que vivo?”
La mayoría
de los poemas de Corredor-Matheos carecen de título, son como fragmentos de un
solo poema, variaciones de una única intuición. Sus paisajes a veces tienen
nombre –la Mancha o Venecia, un parque de Berlín o un fiordo noruego–, pero
nada más ajeno a este poeta que las costumbristas notas de viaje o la coloreada
estampa turística. Él prefiere hablar de árboles, lagartijas, geranios, golondrinas,
paseos solitarios, campos recién llovidos, plantas cuyo nombre ignora.
En Jardín de arena se dejó tentar por la
difícil facilidad del haiku, esa mínima estrofa-poema que pronto se banalizaría
al convertirse en moda: “Campo de trigo. / La urraca se ha llevado / oro en el
pico”.
Pero ni el
haiku (al que gusta de añadir rima asonante) ni el soneto, estrofa a la que
Corredor-Matheos ha dedicado considerable atención (en sus primeros libros y
luego cuando necesita escribir algún circunstancial poema de homenaje), le
representan fielmente. Lo que ha aportado a la poesía española es un modo de
hacer deshilachado, voluntariamente opaco, de vocabulario reducido y sintaxis
casi infantil, que deje de lado el andamiaje retórico y la falacia patética y nos
permita entrever el misterio de la realidad, que quizá consista precisamente
(como decía Alberto Caeiro, el maestro de los heterónimos) en que no tiene
ningún misterio y su secreto está a la vista. A la vista del que sabe mirar
como la poesía de José Corredor-Matheos nos enseña.
Campo de guerra.
ResponderEliminarArmaduras tiradas.
El grillo canta.
© María Taibo
Hola buenos días.
ResponderEliminarHe conocido al ilustre escritor, poeta, crítico de arta y otras andanzas: tan admirable persona, que jamás se olvida. Pero por circunstancias no sé cómo contactar con él, que en este presente me gustaría, por escribir detalles de su tierra en mi última novela, La rosa del azafrán.
De ahí que si alguien me facilitara un correo, seria de agrado. El mío es gsliciacontos@gmail.com
Muchas gracias a quien sea.