miércoles, 17 de julio de 2019

Cantar con casi nada



A pájaros y a migas
Vicente Gallego
Visor. Madrid, 2019.

En métrica, se habla de versos de arte mayor y de arte menor; en la retórica clásica, de estilo sublime, medio y bajo. Los versos del último libro de Vicente Gallego son todos de arte menor, utilizan palabras cotidianas que podría entender un niño y se ocupan de asuntos aparentemente menores. Muchos de sus poemas pasan en la cocina o en el patio de luces de un edificio del extrarradio. Pero el resultado es arte mayor: raro es el poema que no nos sorprende y conmueve, que no nos admira también cuando observamos el delicado arte con que está hecho.
            A pájaros y migas lo tenía todo para ser un libro ternurista y sentimental, lleno esas buenas intenciones con las que, según Gide, está empedrado el infierno. El resultado, sin embargo, es una obra maestra, aparentemente hecha de nada, al alcance de cualquiera, pero que solo podría haber escrito un poeta que, como Vicente Gallego, es algo más que un escritor, algo más que un experimentado hombre de letras: como San Juan de la Cruz, aunque su espiritualidad sea otra, nos habla “desde otra ladera”, con la certeza de quien está en el secreto de la vida y la muerte. No hay, sin embargo, ninguna palabrería religiosa en su libro, hay solo una constante iluminación que nos permite ver la cotidianidad como no la habíamos visto antes.
            Poemas hechos de nada, ya digo, como apuntes en los que apenas se posa el lápiz sobre el papel: “Ramas de perejil, / qué finas sois, / y os dan de balde”. Poemas en los que no falta la nota costumbrista: “Droguería Casa Paqui”, “La reina del rellano” “Petanca Calle Azorín”: ni el paisaje pintado a la acuarela: “Qué colores / la tarde / las espigas / la dorada / pereza / pasa el río / entre un fuego de élitros / de niños / de soles / piedras blancas / azul / ciego de agosto / quién tuviera / un pincel / un amor / las avispas / el agua”.
            El poema que da título al libro, “A pájaros y migas”, formula su poética: “Que haya verdad / en poco / que se pueda / ir a migas / a pájaros / cantar con casi nada / no saber / de qué modo / en qué punto / un silencio se hará / de la palabra”.
            Ese poema debería cerrar el libro, pero se le añade otro (como Miguel Hernández sus tercetos a Ramón Sijé cuando ya tenía terminado El rayo que no cesa), una de las más conmovedoras elegías que se hayan escrito nunca, “Ojos de Aroa”, una elegía escrita desde la serenidad y la aceptación, escrita por quien está en el secreto, por quien sabe que está en el amor, y no en el dolor, por mucho que pueda parecer lo contrario, la razón última del universo. No es, por supuesto, Vicente Gallego el primero en decirlo (desde el “l’amore che move il sole e l’altre stelle”, de Dante, es un tópico infinitamente repetido), pero en él lo sentimos como verdad y lo es, al menos mientras dura la lectura de sus versos.
            Hechos de nada, en apariencia, pero llenos de aciertos expresivos: la personificación del verano (“Andaba por la casa / desnudo con nosotros / prestándonos sus lentes / de aumento y de colores”); esa mariposa que pliega el verano “entre dos alas blancas”; el “corral de muertos” –Unamuno y Julio Mariscal Montes detrás– “donde cuatro / cipreses cogen polvo” y “contra la tapia blanca / un cuervo se ha tachado”; ese cuarto que “tiembla y calla” a la luz de una vela que “no quiere ver las formas / solo alumbra el misterio”. No falta tampoco el ingenio de alguna greguería: “con manos retorcidas / lían la picadura, / como el que arropa a un niño” nos dice de los ancianos de “Petanca Calle Azorín”; y en “Turno de noche” se nos habla de “callejones / solteros de por vida”.
            Pero no es un libro A pájaros y a migas para destacar aciertos aislados, carece de esos “trozos de bravura” tan típicos de la poesía barroca –de buena parte de la poesía española– que tanto disgustaban a Cernuda, y por eso somos injustos con él al citar fragmentos. Mejor copiar un poema, que algo tiene de bodegón de Zurbarán o Luis Fernández, y luego hacer una advertencia. El poema se titula “Sobre un tapete” y dice así:

Hay un búcaro al lado
de la caja de dulces,
servilletas de hilo,
cucharillas de postre,
una taza de té
también callada.

Si pudiera nombrarse
eso que hace la luz
con sus objetos, cómo
nos los pone en la mesa,
para que nadie diga
que no quedó conforme.

Cuatro cosas que ver
sobre un tapete,
alfileres de sol
con polvo dentro.

La advertencia: este libro no es para todos, es solo para quienes saben escuchar los silencios de la música, ver el universo en un grano de arena, toda la belleza del mundo en un patio de suburbio y la entera felicidad en una pequeña cocina en la que se friegan los platos con la ventana abierta al cielo y al trino de invisibles pájaros.



8 comentarios:

  1. Qué raro, un artículo de JLGM sin ningún pero. Y qué raro también entre colegas poetas españoles una admiración tan profundamente sincera.

    Pero lo más raro de todo es ver a un crítico implacable como JLGM tan conmovido por la belleza de un libro.

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  2. A mí también me sorprende una crítica tan buena. Cómo no reconocer el talento de estos poetas de la experiencia (V. Gallego, Marzal, etc.) Sin duda, aportaron un nuevo discurso que hacía falta. Sin embargo, la trayectoria poética de estos autores se ha ido desfigurando notablemente (Santa deriva, dirán otros). De mano, creo que quien ha ganado tantos premios acaba escribiendo para los premios. Y en muchos casos me parece eso: poesía fabricada para ganar premios. La poesía de estos autores se ha ido convirtiendo en un gran "fuego de artificios", en una especie de juegos malabares de cara a la galería. Poesía enlatada según ciertos cánones de envasado editorial. Repetitiva, a veces, hasta la saciedad. Sin duda, echo de menos mucha más naturalidad y la vuelta a la inocencia de quien no escribe en una cuadrícula. Creo que talento no les falta para poder hacerlo. "Este libro no es para todos, es solo para quienes saben escuchar los silencios de la música", dice García Martín. Este silencio solo lo puedo escuchar en unos pocos poemas. Creo que Vicente Gallego no podría escribir haikus.

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  3. Hablar de "poetas de la experiencia" no es decir nada; se trata de un membrete que se ha vaciado de sentido. Habría que definirlo previamente.
    La calidad de un poeta no depende de que gane muchos o pocos premios. Los premios, ya se saben, no se dan por escribir de esta manera o de la otra sino, en el peor de los casos, por la buena relación con los miembros del jurado. Un libro puede ser excelente y haber sido premiado.
    Los primeros libros de Vicente Gallego no son superiores a los últimos, más bien todo lo contrario.

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    1. Creo que usted sabe diferenciar quien escribe para la galería buscando esa "bofetada efectista" exenta de contenido y quien escribe desde las entrañas. Vicente Gallego es un virtuoso del verso. Y en este libro hay poemas excelentes pero otros, como usted dice, me parecen simples ocurrencias. En música, yo que fui Orfeo en otra vida, el virtuosismo ha de estar a los pies de los cinco sentidos, especialmente al del oído. Si no es posible que caigas en el pozo de la vanalidad.
      Para mí estos poetas de la experiencia (bien o mal llamados así, da igual), con su don y talento, con su música en otra parte, son capaces de lo mejor: son capaces de elevarnos y despojarnos de la carne. Pero muchas veces, y he aquí su pecado, parecen solo tener por objetivo impresionar con fuegos pirotécnicos. Yo lo llamo "poesía de fogueo", mucha pólvora pero la palabra no hiere...Salú.

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  4. Cómo no va a ser capaz Vicente de escribir haikus. De hecho, su visión del mundo es muy de haijin. No me extrañaría nada que nos acabe mostrando una serie de ellos. Es un poeta muy dotado y puede escribir lo que le dé la gana. Actualmente sólo le limita su concepto de lo que debe ser la poesía, y acaso cierto temor al riesgo de dejarlo atrás, porque es un hombre con muchos lectores y eso lastra un poco, quita libertad. Pero cada uno es el poeta que es, y él es de los buenos.

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  5. Compré A PÁJAROS Y A MIGAS animado por la crítica entusiasta de José Luís García Martín.
    Cualquier libro, por malo que sea (y éste me parece que lo es, sin paliativos) tiene aciertos: no podría ser de otra manera.
    En A PÁJAROS Y A MIGAS, la métrica se consigue mediante un troceado artificioso, que no está al servicio de la comprensión ni de la lógica más elemental. Es una métrica embutida en ristras, como los chorizos
    Vicente Gallego tienque introduce palabras innecesarias sólo para conseguir que los versos "midan lo que tienen que medir:

    creí que me moría
    ay hojas de la menta
    junto al agua.

    qué pintan la palabra ay y el artículo la que acompaña a la palabra menta, por ejemplo?
    Tampoco me explico el por qué de tantas dedicatorias.
    Poemas hechos de nada, dice JLGM. Yo creo, por contra, que son mera nadería. Ni el único haiku del libro está bien resuelto:

    Ramas de perejil,
    qué finas sois,
    y os dan de balde.

    Qué tiene que ver qué las ramas de perejil sean finas con que las den de balde?

    A PÁJAROS Y A MIGAS es uno de los peores libros de poesía que yo he leído.



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    1. Muy repetitiva esta última etapa de los poetas de la experiencia. Se ve el oficio nada más.

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