miércoles, 28 de agosto de 2019

Incomprensible, pero cierto



Una mujer por caminos de España
María de la O Lejárraga (María Martínez Sierra)
Edición de Juan Aguilera Sastre.
Renacimiento. Sevilla, 2019.

El caso de María Martínez Sierra es único en la literatura española y también en la literatura universal. Salvo un primer libro, toda su obra literaria –ensayo, narrativa, teatro, infinidad de artículos, un libro de poemas– aparece a nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra. Solo tras la muerte de este, y ante la necesidad de continuar ganándose la vida escribiendo, comenzó a firmar sus textos como María Martínez Sierra y reconoció públicamente que había sido su colaboradora.
            Peto había sido algo más que una imprescindible y silenciada colaboradora. Hoy sabemos que Gregorio Martínez Sierra –uno de los grandes hombres de teatro de su tiempo– no escribía los textos que firmaba, todo lo más sugería temas. Director de teatro, empresario, agente, relaciones públicas, sorprendía a todos con su fecundidad literaria. No había tal: sus obras de teatro –entre ellas la afamada Canción de cuna– lo mismo que sus novelas e incluso las conferencias y discursos– estaban escritas por su mujer, María de la O Lejárraga, que ahora recupera un nombre que nunca utilizó públicamente en una discutible opción editorial.
            Y lo sabemos, no por interesada confesión de ella tras la muerte de Gregorio Martínez Sierra (nunca fue más allá de indicar que eran obras escritas en colaboración), sino porque se han publicado las cartas en las que él la felicitaba por los dos primeros actos de una comedia, que ya estaba ensayando, y urgía para que terminara de escribir el tercero o preguntaba si sería capas de escribir cuatro artículos al mes, que le habían encargado y que le pagarían muy bien.
            Incluso el único libro de versos que apareció con la firma de Gregorio Martínez Sierra, La casa de la primavera, de 1907, con poemas preliminares de algunos de los grandes del momento –Rubén Darío, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez–, a pesar de la explícita aclaración de ella (dice que fue el único libro en que se limitó a corregir pruebas), hay pocas dudas de fue obra entera de María, a pesar de que era un libro dedicado “a María” y que cantaba su felicidad conyugal.
            Una felicidad que se vio interrumpida por la llegada de la actriz Catalina Bárcena (compañera de Gregorio Martínez Sierra durante más de treinta años, hasta su muerte en 1947), sin que eso supusiera la ruptura de aquella insólita asociación intelectual.
            Asociación, no explotación. María Martínez Sierra no fue “una mujer en la sombra” –así ha titulado Antonina Rodrigo la biografía que le dedicó–, no fue una víctima de su marido, no fue la cenicienta que se quedaba en casa trabajando a escondidas mientras él recibiera todos los aplausos.
            “He sido, soy y seré feminista” escribe en el prólogo a Una mujer por caminos de España, el libro que ahora se reedita con un estudio y notas de Juan Aguilera Sastre que quizá hubieran necesitado edición independiente.
            Fue María Martínez Sierra feminista teórica y práctica. Estaba al tanto de los nuevos avances del feminismo en los diversos países y difundía sus ideas, de muy eficaz manera, en libros como Cartas a las mujeres de España (1916) o Feminismo, feminidad, españolismo (1917), compuestos en buena medida por artículos que habían ido apareciendo en revistas como Blanco y negro. Pero toda esa defensa de la mujer –paradoja de las paradojas– la firmaba con el nombre de su marido y fingía que la había escrito él.
            María Martínez Sierra, a pesar de ello, no era una mujer en la sombra (fue maestra, viajó becada por Europa, participó en la fundación de asociaciones en defensa de la mujer), pero solo con la llegada de la República se decidió a ocupar un puesto destacado en la vida pública.
            Militante del partido socialista, amiga y admiradora de Fernando de los Ríos, fue elegida diputada por Granada en las elecciones del 33, las primeras en las que votó la mujer, y del 36, las últimas en que podría votar hasta cuarenta años después.
            A su participación en esas campañas electorales, a su labor como “propagandista”, le dedicó el libro Una mujer por caminos de España, que comenzó a escribir a finales de los años cuarenta y que, en principio, iba a publicarse en Estados Unidos, donde la firma Martínez Sierra (sus obras se habían estrenado con éxito, Gregorio había trabajado como director en Hollywood) era conocida y apreciada. Su primer título era España triste y, en buena medida, nos ofrece una impactante visión –un poco a la manera del documental de Luis Buñuel Las Hurdes, tierra sin pan– de la España oprimida y miserable que vino a tratar de redimir la República.
            María Martínez Sierra compara su peregrinar por la España profunda, de Casa del Pueblo en Casa del Pueblo (son muy hermosas las páginas que dedica a esta institución socialista), a la de Santa Teresa fundando monasterios. Además de feminista  y socialista, era cristiana, de un cristianismo evangélico que nada tenía que ver con el catolicismo reaccionario de la iglesia española de entonces. En alguno de sus mítines elogia la figura de Cristo.
            A Una mujer por caminos de España, publicada en Argentina en 1952, tras fracasar la edición norteamericana, le siguió en 1953 Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración, las memorias de su vida literaria.
            En ambos casos, se trata de unas memorias peculiares, fragmentarias, en las que la autora trata de no ser protagonista y de ocultar todo lo que pueda su vida íntima, siguiendo quizá el consejo de Unamuno: “De un dolor de ti solo no acibares / de dolor los humanos corazones…”
            La edición que Juan Aguilera Sastre ha realizado de Una mujer por caminos de España contiene en realidad dos libros en uno. Por un lado, está la espléndida obra memorialista de María Martínez Sierra, escrita sin papeles ni documentos, en la que puede equivocarse en alguna fecha, en algún dato concreto –y se equivoca a menudo–, pero sin que eso empañe su verdad emocional. El prólogo dialogado y el epílogo sobre su niñez son dos piezas aparte que complementan el conjunto de expresionistas estampas en hiriente blanco y negro. “La propagandista y su conciencia (A manera de prólogo)” no desmerece junto a las reflexiones de Azaña sobre el fracaso de la República.
            Juan Aguilera Sastre estudia –en las cien páginas de prólogo, en las más de cien de notas complementarias– la trayectoria política de María Martínez Sierra durante la República y la guerra civil y lo hace con un espléndido trabajo de documentación que le lleva a precisar lo que la autora cuenta en sus memorias basándose en las informaciones periodísticas y a refutar sus datos en muchos casos (no fue tal día, sino tal otro cuando dio el mitin de que habla; el incidente no ocurrió en tal lugar, sino en el pueblo de al lado…)
            Todo esa labor de documentación dificulta en gran medida la lectura de Una mujer por caminos de España como lo que es, una obra literaria y no el resumen objetivo y preciso de una trayectoria política.
            “Solo recuerdo la emoción de las cosas” escribió Antonio Machado y podría repetir María Martínez Sierra. La verdad de la literatura no es la verdad del documento, pero no por eso es menos verdad, sino al contrario.
            El enigma Martínez Sierra aún no se ha aclarado del todo. La última obra que estrenó con el nombre de su marido, Triángulo, en 1930, trata de un nombre que, tras perder a su primera mujer en un naufragio, se casa con otra. Cuando la primera, desaparecida y no muerta, regresa, terminará viviendo felizmente con las dos, aunque eso solo se insinúa al final de la comedia.
            Parece que esa hubiera sido su solución preferida para el triángulo formado por Catalina Bárcena, la joven actriz, Gregorio Martínez Sierra y ella, que algo tuvo siempre. más que de esposa, de hermana mayor y de mentora intelectual. No fue posible esa armonía que se sueña en la comedia.
            Pero aunque dejaran, primero de convivir y luego (tras el nacimiento de la hija de Catalina) de verse un día a la semana para trabajar juntos, lo cierto es que nunca se rompió la complicidad personal e intelectual entra la escritora y su marido.
            Durante los años duros de la Segunda Guerra Mundial, que María pasó en Niza, siempre se ocupó de enviarle cuanta ayuda podía desde Buenos Aires, y la última carta que ella le escribió desde Londres (está fechada en noviembre en 1946 y la reproduce Enrique Fuster del Alcázar en su libro El mercader de ilusiones) manifiesta una sintonía espiritual idéntica a la de los años felices de La casa de la primavera, cuando su hogar era refugio y envidia de los nuevos escritores, como su hermano del alma, Juan Ramón Jiménez: “Me han encargado les haga algo especial para teatro radiofónico, y me han hecho oír cosas que ya han realizado y que están muy bien de veras: así es que he dicho que te consultaría y que enviaríamos algo; en cuanto llegue a Niza pondré manos a la obra, y si a ti se te ocurre alguna idea, dímela, que la aprovecharé, firmaríamos siempre los dos, naturalmente.”
            Ya no era posible que firmara él solo, aunque eso es lo que ella –¿homenaje de amor?-- hubiera preferido.
            El caso de María Martínez Sierra, único en la historia de la literatura, es incomprensible. Incomprensible, pero cierto.
               
             

6 comentarios:

  1. Jooé con las autoras. Muy interesante

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Esta fascinante e incomprensible mujer murió centenaria en Buenos Aires, a principios de la década de los 70. Es difícil que la reivindiquen las feministas de ahora, porque María Martínez Sierra esfumó su nombre literario por amor a “su” hombre o sabe Dios qué.

    ResponderEliminar
  3. y ¿qué mal hay en que haya preferido un segundo plano y verse libre de las incomodidades de la fama?

    ResponderEliminar
  4. Durante la República, y como defensora de los derechos de la mujer, supo ocupar un primer plano.

    ResponderEliminar
  5. Una vida casi de ficción: el teatro, Gregorio, toda su obra escita en silencio y firmada por él, el activismo político en el PSOE ya de mayor sin dejar de escribir, la Segunda República, la Guerra Civil, las querellas dentro del partido, el exilio, primero en Francia y luego en Argentina, los libros de memorias, y la muerte con 99 años en una clínica de Buenos Aires. María resume en su vida todo un siglo de historia de España. Qué gran novela se podría escribir con ella de protagonista.

    ResponderEliminar