Un libro póstumo de un poeta que en vida publicó ampliamente, como es el caso de José Luis Parra (1944-2012), suele tener un interés menor, no pasar de simple curiosidad para los lectores más fieles. Y si los papeles inéditos caen en manos de lo que se ha dado en llamar “un académico”, esto es, un profesor universitario, el resultado puede constituir un ilegible y filológico desastre: los borradores no se distinguirán de los poemas acabados, en nota se nos indicarán las palabras tachadas y entre corchetes la coma o tilde que el editor ha creído conveniente añadir.
Afortunadamente, no es el caso de La hora del jardín, que ha contado con la colaboración de una poeta, Susana Benet, muy cercana vital y literariamente a José Luis Parra. Ella guardaba los inéditos, ella los organizó, ella puso título –tomado de uno de los poemas-- al conjunto. Parra era muy consciente de que un libro de poemas es algo más que una reunión de poemas, aunque estos puedan y deban funcionar autónomamente. En el prólogo, cita Susana Benet una conferencia de Parra en la que este comparaba la organización de un libro al montaje cinematográfico: a veces hay que sacrificar poemas que chirrían en el conjunto final y, según los organicemos, el libro tendrá uno u otro sentido.
Los poemas
de La hora del jardín se escribieron entre 1997 y 2012, durante los
últimos quince años de la vida del poeta. Hay algún texto menor, como el muy
explícitamente titulado “Divertimento”, pero el conjunto está lleno de piezas
memorables.
José Luis
Parra dedicó su vida, aparentemente, a la autodestrucción, como los bohemios
finiseculares, pero en realidad a la amistad, al amor, a la poesía y a la
indagación sobre el sentido de la existencia. En uno de los poemas se considera
“De la estirpe de Pessoa”, según indica el título: “Soy uno y soy multitud. /
Quiero vivir, quiero morir. / No: no quiero vivir, ni tampoco morir. / No puedo
renunciar ni al Todo ni a la Nada. / Ser y no ser al mismo tiempo. / He aquí el
auténtico problema”.
Su
pesimismo, presente en tantos poemas (baste el memorable ejemplo de “Nochebuena
2009”), trasciende la anécdota biográfica (“Has dedicado / tu vida a
destrozarla”, comienza uno de los textos), es el pesimismo del ser humano
concebido como “ser para la muerte”. Pocos poetas han sabido expresar ese hecho
con tanta verdad y tanta desolación. E incluso con humor, como en “Buen
provecho”: “Dejemos que la vida nos cocine / a fuego lento / y no nos queme. /
Si somos un menú para la muerte / que encuentre nuestra mesa dispuesta y
ordenada, / servidos y en su punto / el orgullo, la entereza, / y venga cuando
quiera la bulímica insaciable / y nos engulla y se enriquezca”.
Pero hay
también en el libro espléndidos poemas de amor. El más original de ellos
–aunque la originalidad no siempre pueda considerarse una virtud-- es el
titulado “Transfundido”: el autoerotismo como la culminación del amor
compartido. Y una vocación de felicidad a pesar de todo, un “carpe diem” que se
atiene a los pequeños detalles cotidianos.
Memorable es el poema “El vaso de
agua”, un tema que ha tentado a tantos poetas –hay incluso una antología sobre
él--, y al que Parra sabe darle su toque habitual de cotidianidad y magia: “El
vaso de agua fresca, / bebido con fervor poco antes de acostarme, / guarda la
luna inocente de una terraza, / los grillos del verano, / un rocío pequeño, una
acendrada luz… / Que en los turbios descensos de la noche, / en su opaca
corriente, / esta sábana leve de manantial murmullo / preserve mi equipaje / de
claridad, / mi sed de transparencia”.
Otro poema,
“Plenitud otoñal”, contrapone la “amarga decadencia” de la que dan fe tantos
textos, a la “corriente viva”, a la “enigmática claridad” de la que es símbolo
el rumor del agua “entre el verdor enmarañado, umbrío / de unas peñas”.
Poeta de la
desolación José Luis Parra, pero también de la salvación por el amor y la
belleza del mundo, a la que basta para mostrarse “un buen día de sol / en pleno
invierno” o la “brisa de primavera / y sol sobre las mesas / anaranjadas, /
vacías, / en la terraza acogedora / de un bar”.
La hora
del jardín es un libro de José Luis Parra, uno de los más secretos y vivos
poetas de su generación (una generación bifronte: es la de Pere Gimferrer y la
de Eloy Sánchez Rosillo), al que, sin necesidad de añadirle una línea, le ha dado
el último toque Susana Benet, uno de los nombres esenciales de la poesía de hoy
y también, por la muestra, editora ejemplar.
Precisamente tenía pendiente de leer algo suyo después de verlo citado en Benet, quien pienso que debería cultivar algo más que el jaiku, que a mí personalmente me empacha y da dolor de cabeza. En "La durmiente" demostró que es capaz de hacerlo. Los que más me gustan son los de Cereijo, porque tienen la originalidad de ser de amor.
ResponderEliminarLOS INFELICES
EliminarEl mundo debe de ser muy feliz
pues a todos les apena la muerte.
Descanso o purgación,
para mí es la única esperanza.
Parece que estas palabras de Antonio Cabrera no eran desacertadas: "Con toda seguridad, el tiempo - el Enemigo- va a ser clemente con la obra de José Luis Parra"
ResponderEliminarHabías escrito una reseña sobre Ángel Crespo, que ya no aparece aquí. Autor que a mi me interesa más como especialista en Pessoa, que por su propia poesía. Aunque no es desdeñable, ni mucho menos.
ResponderEliminarYa aparece, Víctor. Desapareció un tiempo por un extraño error.
EliminarOK.Es interesante
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