viernes, 15 de enero de 2021

Instantes de una vida

 

Diarios (1931-1940)
Stefan Zweig
Edición de Jesús Blázquez
Ediciones 98. Madrid, 2021

No todos los diaristas son del mismo tipo. Unos lo escriben a lo largo de su vida, o de la mayor parte de su vida, como Amiel, Gide o los hermanos Goncourt; otros, solo en determinadas etapas, como Azaña, Pla o González-Ruano. Stefan Zweig pertenece al segundo grupo. Dejó constancia de sus impresiones de juventud y durante la Gran Guerra, y luego, en diversos momentos a partir de 1931, cuando cumple cincuenta años y es una de los escritores de mayor proyección mundial, pero comienza a entrever el trágico destino de Europa y de su propia obra.

            Podríamos hacer también otra clasificación: cuando el diario forma parte de la obra mayor del escritor o incluso es casi su única obra memorable (el caso de Amiel) y cuando constituye un complemento. Estos Diarios (1931-1940) son, ciertamente, textos menores, dirigidos a quienes ya conocen y admiran la obra de Zweig: sus biografías mayores, sus momentos estelares de la historia de la humanidad, las prodigiosas novelas cortas y, quizá en primer lugar, esa pieza maestra de la literatura autobiográfica que es El mundo de ayer.

            Ese “mundo de ayer”, el que se derrumbó con la primera guerra mundial y desapareció para siempre con la segunda, pareció al principio llevarse consigo la figura de Stefan Zweig, un escritor al que durante años solo se le podía encontrar en las librerías de viejo. Ha vuelto con fuerza, convertido en uno de los grandes clásicos de la literatura europea, y añadida a su obra una obra más: su propia peripecia biográfica que ha acabado fascinándonos tanto como la más fascinante de sus narraciones.

            En 1931, la vida del escritor todavía transcurre entre Salzburgo y Viena, pero intuye que los buenos días están a punto de terminar: “Súbitamente, he decidido volver a escribir un diario tras haberlo interrumpido hace años. La razón para hacerlo es la premonición de que nos encaminamos hacia unos tiempos críticos, de cariz bélico, que convienen registrarse al igual que hice, en su momento, con respecto a mis grandes viajes y la época de la Gran Guerra”. La música resulta protagonista en esta primera etapa del diario, escrita a veces a manera de sumaria agenda, y en la que destaca un espléndido retrato de Richard Strauss.

            La segunda parte nos lleva al Nueva York de 1935, cuando es la capital del mundo, la ciudad del futuro, y Stefan Zweig quiere dejar constancia de su deslumbramiento. Ya el avance del nazismo le ha hecho abandonar su casa en Salzburgo, pero todavía es un escritor cosmopolita y no es del todo consciente de que su mundo esté llamado a desaparecer.

            A los días de enero pasados en Nueva York, le añade en el mismo 1935 otra entrada más, fechada el 27 de septiembre, que nos cuenta un viaje de París a Londres. Se inicia con una reflexión sobre la errabundia que ha acabado por caracterizar su vida: “¿Nos hemos acostumbrado a ir y venir sin pausa porque tiemblan los cimientos del mundo? ¿Deseamos respirar a bocanadas el aire del mundo atisbando que podrían reproducirse los bloqueos entre países? Sea como fuere, en mi caso viajar ya no resulta algo ajeno, sino un estado casi natural. Uno se ha desvinculado cada vez más de ataduras y hábitos; la casa y las propiedades se han tornado cuestionables y apenas las extraño”.

            Ese estado de ánimo continúa en 1936, cuando viaja a Brasil y Argentina disfrutando de una popularidad que alcanza a todas las clases sociales, desde el presidente de la República hasta el dependiente de cualquier tienda. No parece lamentar demasiado haber tenido que abandonar su casa en Austria: “Dos maletas: en una el guardarropa, la necesidad terrenal; en la otra los manuscritos, la disposición intelectual. De esta manera tiene uno su hogar en cualquier sitio. El sentido de una vida radica en descubrir, una y otra vez, la propia libertad temporal e intelectual. Quizá lo mejor sería vivir con la menor carga posible: el arte de dejar atrás el pasado sin sentimentalismo”.

            De ese viaje de 1936, lo más destacado quizá, o al menos lo que más curiosidad despierta en el lector español, es la breve estancia en Vigo, a menos de un mes de comenzada la guerra civil. Su mirada es la del turista que, a pesar de las circunstancias, todavía tiene tiempo de admirarse de “un pueblo encantadoramente bello y al mismo tiempo pintoresco”.

            Los negros nubarrones que se cernían sobre Europa desde comienzos de los años treinta, estallan en 1939. El primero de septiembre, tras la invasión de Polonia, comienza de nuevo Zweig a redactar su diario. Al comienzo, como todos, cree en la posibilidad de un arreglo. Nunca se imaginó, nadie se lo imaginaba entonces, que el conflicto pudiera alcanzar las dimensiones que alcanzó y durar cinco años. De pronto, el feliz apátrida, que tiene por hogar el ancho mundo, se ha convertido en un enemigo, en un alemán, aunque sea austriaco. Las crecientes limitaciones de movimiento, la opresora burocracia del tiempo de guerra, le dan un aire kafkiano a estas páginas.

            En mayo de 1940, vuelve al diario para dejar constancia de la humillante derrota francesa. La caída de París supone el golpe final. Para Zweig, todo está perdido. El 19 de junio deja de escribir en el diario. Todavía viviría año y medio más, pero ya es un superviviente. Abundan las referencia al suicidio en estas anotaciones finales: “El crimen más horrendo de Hitler será haber elevado la mentira y la estafa a una posición respetable mientras se denomina arte de gobernar y vivir a lo que se consideraba criminal desde hace milenios. Estamos perdidos quienes vivimos conforme a las antiguas tradiciones. Ya he preparado cierta ‘botellita’ previendo que pudiera suceder cualquier cosa”.

            Para los admiradores de Stefan Zweig, que son legión, y para quienes se interesan por la historia de unos años cruciales, estos diarios, inéditos hasta 1984 y que ahora se traducen al español por primera vez, supondrán todo un descubrimiento.

           

4 comentarios:

  1. Yo lo recuerdo por sus biografías, también pertenecientes a la biblioteca de mi padre,sobre todo la de Nietzche, tan breve como interesante.
    Diferentes, pero comparte con Hermann Hesse, la preocupación por el ascenso del nazismo

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  2. Parece que Acantilado, que ha entrado en conflicto con esta editorial a propósito de los derechos, va a editar los diarios completos. Como admirador de Zweig estaré atento a esta próxima edición, compararé contenidos, traducción, precio...y entonces compraré

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  3. Recientemente se ha publicado su obra teatral "Jeremías" (en Acantilado). Impresionante (aunque quizá irrepresentable sin suprimir muchas escenas). Falta (no sé por qué) por editar en español su poesía.

    Sé de muchas personas (yo incluido) que, tras leer una obra de Zweig, ya no pueden dejar de leer todas las demás. ¿El truco? Que es un gran prosista y, sobre todo, que va al grano, no se repite y dice mucho en muy pocas palabras. Que escribía pensando siempre en el lector.

    Recuerdo que cuando terminé "Mendel el de los libros" tuve la sensación de haber acabado un novelón enorme, ¡y es un relato que se lee en una hora!

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  4. Siempre tuvo muchos lectores. Las biografías se publicaban en ediciones baratas, con el título "Quién fue..."

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