jueves, 25 de marzo de 2021

Materia bruta

 

 

Notas para unas memorias que nunca escribiré
Juan Marsé
Edición de Ignacio Echevarría
Barcelona. Lumen, 2021.

¿Todo lo que un escritor escribe puede incluirse en su obra literaria? La respuesta negativa parece obvia, pero en la práctica cuando un escritor se convierte en una marca prestigiosa, en un nombre que vende, siempre habrá editores capaces de reunir en volumen desde sus borradores desechados hasta la lista de la compra. Por lo general, se trata de publicaciones póstumas con las que editores y herederos pretenden agotar el rentable filón hasta sus últimas escurridoras. Pero a veces ese bajar el listón de la exigencia ocurre en vida del escritor.

            Es el caso de estas Notas para unas memorias que nunca escribiré, que aparecen pocos meses después de la muerte de su autor, pero que cuya publicación este autorizó y a las que revisó y corrigió minuciosamente.

            Integran el volumen el diario de un año, 2004, escrito sin mucho entusiasmo y como un deber autoimpuesto, y tres libretas que contienen apuntes de muy diverso alcance y tono. Libro de acarreo, preparado por razones económicas en un momento en que se había agotado la obra creativa de Marsé, defrauda y divierte a partes iguales. Lo hojeamos al azar y no tardamos en encontrarnos con una de esas opiniones contundentes que los escritores acostumbran a formular en la charla ocasional, más o menos etílica, pero que no suelen poner por escrito: “Ana María Matute en la Biblioteca El Carmel-Juan Marsé. La encantadora anciana empieza seduciendo al auditorio y acaba durmiendo a las ovejas. Todo lo que dice sobre el oficio de escribir, sobre ella misma, es puro camelo”, “¿Quién es el mejor palanganero de los escritores betselleros? Sergio Vila-San Juan”, “Dice el repipi de Luis María Anson que Antagonía, la tridimensional obra de Luis Goytisolo, dentro de tres siglos se leerá con el mismo interés que ahora. (O sea, ninguno. Totalmente de acuerdo.)”

            Podríamos seguir y seguir copiando. Ya conocíamos la obsesión de Marsé con Baltasar Porcel, con Umbral, el de la prosa sonajero, o con Cela, el de la prosa campanuda; se le añade ahora Juan Manuel de Prada, que compite con los políticos del independentismo catalán en ser la diana preferida para unos denuestos, a menudo más viscerales que ingeniosos.

            Pero no son esas descalificaciones, junto a malhumorados desahogos contra esto y aquello (la televisión, los periódicos, los obispos) lo que hay en el libro. Hay también evocaciones autobiográficas, reflexiones literarias, pinceladas para un autorretrato en el que el autor no sale demasiado favorecido.

            Decía Marcel Proust que el verdadero yo de un escritor estaba en su obra, no en las anécdotas biográficas. A los admiradores del autor de Últimas tardes con Teresa o de Teniente Bravo, les desilusionará profundamente este libro. El vanidoso cascarrabias que aparece en sus páginas, el que condesciende con la queja o el insulto, el que nos muestra su descontento por cómo lleva su mujer la casa (a otro familiar, al parecer, lo trataba peor, pero los editores, no él, tuvieron el buen cuidado de eliminar esas referencias), no es la persona que sus lectores se imaginaban.

            Leyendo a este Marsé último, que no sorprende demasiado a quien recuerda sus entrevistas y declaraciones, nos ha venido a la cabeza el caso de Pío Baroja. En los últimos quince años de su vida, tras volver de París, donde había pasado la guerra, Baroja publicó más que nunca, a veces varios títulos al año. Esas obras, hechas de recortes antiguos y de apuntes nuevos juntados de cualquier manera, llenas de anacolutos y de incongruencias, literariamente valen poco, pero están llenas de encanto, sobre todo los tomos de sus memorias. Incluso las Canciones del suburbio, ese libro de poemas que tanto irritó en su momento, lo leemos hoy con más gusto –a pesar de sus rechinantes ripios-- que los repeinados sonetos garcilasistas de la época. El último Baroja era, sobre todo, un personaje. Y lo sigue siendo, casi tanto como sus mejores novelas (que no van más allá, con alguna excepción, de los años veinte y que rara vez incluyen los tomos dedicados a Aviraneta) nos interesan los libros que cuentas su vida, a favor en contra, desde la inicial Pío Baroja en su rincón, de Miguel Pérez Ferrero, hasta la diatribas furibundas de Eduardo Gil Bera o las más matizadas de Miguel Sánchez-Ostiz, tan barojiano, de quien Renacimiento acaba de reeditar su Pio Baroja, a escena.

            Para la sociología de la literatura, para entender el entramado de lo que supone la industria literaria, resultan de gran interés estas páginas. Lo que nos dice del premio Planeta confirma con creces lo que todos los que intervienen en el tinglado –periodistas y políticos que ayudan al tinglado publicitario-- saben y callan. Las novelas finalistas que les presentaron al jurado eran cinco, aunque oficialmente se indica que son diez; a todos les parecen de muy poca calidad, pero el premio no puede quedar desierto ni ellos pueden votar en blanco. El portavoz del jurado es Carlos Pujol, “empleado de la editorial”, como se cuida de indicar Marsé, quien “anuncia a los periodistas que el nivel de calidad literaria es altísimo”. Nada que no supiéramos, pero divierte verlo confirmado por quien, cuando le convenía, no dudó en participar de todos los tejemanejes de la sociedad literaria y, como señala en una de estas notas, rechazó muchos premios y honores, pero nunca si iban acompañados de una cantidad en metálico, “porque eso sería de imbéciles”.

            Un libro irritante y divertido, que apenas puede considerarse literatura, un juntapapeles para ganar algún dinero, que sin embargo envejecerá mejor que mucha literatura. Cuando nadie lea las novelas --¿las lee alguien ya?—que Marsé pergeñaba laboriosamente en los últimos tiempos (Canciones de amor en el Lolita’s Club se escribió a la vez que el diario de 2004), se seguirán leyendo con curiosidad estás páginas que, como las instantáneas fotográficas hechas sin voluntad artística, van ganando en interés a medida que pasan los años. Son las paradojas de la literatura, que contra lo que suele pensarse –y salvo que sea gran literatura--, envejece antes que la prosa periodística y testimonial.                                                                   

           

10 comentarios:

  1. A mí Juan Marsé siempre me pareció un tipo tosco, de aire brutal y malhumorado. Quedarán sus primeros libros y nada más. De todas formas, era mejor que Vázquez Montalbán, con aquella prosa suya entre stalinista y notarial, tan insoportable e ilegible. El tiempo es el mejor juez y acaba poniendo a cada uno en su lugar.

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    1. Un escritor hoy tan conocido como Andrea Camilleri, explicó muchas veces que el nombre del protagonista de sus no menos conocidas novelas "negras", el Comisario Montalbano, era un homenaje, precisamente, a Manuel Vázquez Montalbán, ése de la prosa "entre stalinista y notarial", tan "ilegible". Me temo que en lo suyo, más que una valoración literaria, hay un juicio (sumarísimo) por razones ajenas a la literatura, y puramente sectarias.

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    2. Tengo curiosidad por saber cómo es la prosa "stalinista" (sic). He leído a Vázquez Montalbán pero no a Stalin así que no tengo puntos de referencia

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    3. Conocido no quiere decir bueno. Ahora, que comparado con Manolo Vázquez Montalbán, la prosa de Andrea Camilleri parece de Julio César. Camilleri es legible y entretenido; Vázquez Montalbán, no: se lee con disgusto y carecía de gracia e imaginación. Era como un erudito pesado y pedante. Un petardo. Y encima comunista.

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    4. Su comentario debería estar escrito al revés. La primera oración debería ir al principio. Lo que de verdad le molesta de MVM es que fuera comunista. Es el signo de los tiempos. Yo me pasé mi juventud discutiendo con los comunistas y después coincidíamos en el mismo furgón de la policía. Y ahora me paso los días defendiéndolos ... ante esos mismos comunistas que se han afiliado a VOX. Por cierto, Camilleri también era comunista

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  2. Convendría que las opiniones se fundamentaran. La de "abc" no pasa de mera expresión del "gusto". No hay frase exenta de inexactitudes o expresiones vacuas.

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  3. No creo que sea buena idea publicar un libro póstumo que no agranda, sino que empequeñece, a su autor.

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  4. Pero da dinero, que es lo que pretendía el autor (fue quien decidió publicarlo) y pretende el editor.

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  5. Mucho ruido para pocas nueces.
    Benito, no te extrañe que los antiguos militantes del PCE estén en Vox. De hecho Ramón Tamames, me parece que pidió el voto a Vox.

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  6. "Me parece"... Deberías olvidarte de la información no contrastada y no olvidarte de tu nombre, Víctor, que no todos los lectores son adivinos.

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