La armadura del
rey
Ana Pardo de Vera,
Albert Calatrava y Eider Hurtado
Roca Editorial.
Barcelona, 2021.
Desde hace unos años, desde 2012 para ser más exactos, y
aceleradamente desde 2014, los españoles asistimos atónitos al derrumbe de un
mito. El rey que trajo la democracia, el rey campechano que se hacía querer por
todos, el mejor embajador de España en el extranjero, el del famoso “¿Por qué
no te callas?” dirigido a Chávez, no solo era un ídolo con pies de barro, sino
que todo él era de barro y de barro no de la mejor calidad. Cuesta aceptar los
hechos, pero las evidencias se amontonan: durante cuarenta años, España tuvo
como jefe del Estado a un corrupto a cuyo lado, no ya Iñaki Urdangarin, sino el
rocambolesco director de la guardia civil, Luis Roldán o el Bárcenas que sigue
llenando páginas en los periódicos, se quedan en simples aprendices. ¿Cómo fue
posible eso? ¿Cómo pudo engañar a tantos durante tanto tiempo? Los periodistas Ana
Pardo de Vera, Albert Calatrava y Eider Hurtado en La armadura del rey tratan
de dar respuesta a esa pregunta. Para ello –nos dicen en el prólogo-- han
hablado con cargos institucionales –de ministros y exministros hasta parlamentarios
y alcaldes-- y también con policías, periodistas, empresarios. Pero muchos de
esos informantes han pedido el anonimato y por eso sus testimonios carecen de
valor probatorio. Aunque prescindamos de ellos, el simple recuento de las
noticias que han ido dando cuenta de las andanzas del rey, que primero no
acabábamos de creer y que acabaron teniendo la firmeza que les da la
investigación judicial (extranjera, por supuesto), añadido al testimonio de
quienes se atreven a hablar con nombre y apellidos, basta para humillarnos y
llenarnos de asombro. ¿Cómo fue posible?, nos repetimos una y otra vez. ¿Cómo
pudimos estar tan ciego? A fin de cuentas, esto ocurrió en el reino de España,
no en el teocrático Marruecos; en una democracia avanzada, no en la Rusia de Putin
o en Corea del Norte.
Había,
ciertamente, una protección jurídica de la Corona. Con sorpresa, descubrimos el
caso del periodista Xabier Sánchez Eruskin, quien en 1981 publicó en el
semanario Punto y hora un artículo titulado “Paseíllo y espantá” en el
que hablaba de la visita del rey Juan Carlos a Gernika y de la ausencia del
presidente Suárez con metáforas taurinas: el uno dio un “paseíllo” el otro una
“espantá”. Le costó pasar un año en la cárcel.
Pero la
represión no fue lo más importante. Para tapar las vergüenzas del rey, que él
no se preocupaba de ocultar, más que los tribunales resultó decisiva la acción
del gobierno y de los medios de comunicación: a los periodistas críticos se les
silenciaba de inmediato. Cuenta Pilar Urbano que, en uno de sus libros, le
fueron vetadas las páginas que recogían conversaciones del CESID sobre los GAL.
“En esas conversaciones –son palabras textuales suyas--, que pude confirmar con
fuentes suficientemente acreditadas como para publicar algo tan importante,
quedaba clara la acción de Felipe González, Narcís Serra y Alonso Manglano
sobre los GAL, pero también que el rey da
el impulso. El impulso fue soberano, y como se implicaba al rey, esos once
folios fueron censurados por la editorial”.
El barro
del que estaban hechos los pies del ídolo caído (y todo lo demás), no solo era
el barro de la corrupción económica –recibió generosas donaciones e intervino
en negocios raros desde el mismo momento de su coronación--, sino también de
otro tipo, que antes se tenía como picarescas anécdotas referidas a su vida
privada y que, hoy, en los tiempos del “Me Too” vemos con muy distintos ojos. Por
lo que vamos sabiendo, su comportamiento pudo parecerse más al de un Harvey
Weistein, que al de un Plácido Domingo, también puesto en la picota, pero que a
su lado era todo un caballero.
El
excelente e impactante trabajo de recopilación y de investigación que se resume
en La armadura del rey tiene un significativo lunar. Dejan en su sitio,
como un artículo de fe, el principal sofisma utilizado antes –y utilizado ahora--
para proteger al rey: su inviolabilidad. Sanz Roldán, que estuvo al frente de
los servicios de inteligencia y se entrevistó en Londres con Corinna Larsen,
afirma que “si Juan Carlos I delinquió –en términos ‘teóricos’, ya que mientras
fue jefe del Estado era inviolable--, debe ser castigado de alguna forma
ejemplarizante”.
Afirman los
autores del libro que “el principal blindaje que ha resguardado a Juan Carlos I
durante todo su reinado procede de la Constitución”. Y citan el famoso artículo
56.3 que todavía se sigue utilizando para impedir que la justicia investigue
actuaciones presuntamente delictivas anteriores a la abdicación. Pero incurren
en el error de citar ese artículo mutilado, como suele ser habitual. El
artículo 56.3 no dice, o no dice solo, eso que se nos ha repetido una y otra
vez para justificar la inactividad de los fiscales ante indicios racionales de
culpabilidad. Tras afirmar que “la persona del Rey es inviolable y no está
sujeta a responsabilidad”, continúa: “Sus actos estarán siempre refrendados en
la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho
refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2” (el artículo 65.2 indica que
“el Rey nombra y releva libremente a los miembros civiles y militares de su
Casa). Lo que nos dice el artículo 64 en su primer punto es lo siguiente: “Los
actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso,
por los Ministros competentes. La propuesta y el nombramiento del Presidente
del Gobierno, y la disolución prevista en el artículo 99, serán refrendados por
el Presidente del Congreso” . Y en su segundo punto afirma taxativamente: “De
los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden”.
Inviolabilidad
no es impunidad. De los delitos que el rey cometa amparado por la
inviolabilidad siempre hay un responsable: quien refrenda sus actos. Por lo
tanto, ante cualquier sospecha se deben investigar. Si la constitución señala
responsables, no puede prohibir su investigación, como se ha repetido insistente
e interesadamente. Es Francisco Marhuenda, uno de los pocos defensores que le
quedan al anterior jefe del Estado, quien sin saberlo subraya el aspecto más
sensible –y potencialmente explosivo-- de la cuestión: “Pensar que todos los
presidentes le han permitido todo sería pensar que han sido cómplices”. Y cada
vez hay menos dudas de que le han permitido saltarse la ley a la torera cuando
le convenía. Con la constitución en la mano, a los sucesivos gobiernos de la
democracia --salvo al actual--, se les pueden y deben exigir responsabilidades
políticas y, en su caso, penales.
Siempre recuerdo aquel latiguillo recurrente de "tenemos un rey que no nos merecemos." Pues sobra el no. Vaya si nos merecemos este rey emérito. Durante años fue protegido por el "sistema", pero a la sociedad española jamás le importó nada el fulanismo, compadreo y corrupción de la casa real. Como nuevos ricos, ya éramos "europeos", la gente ponía los ojos en blanco con un rey tan moderno, simpático y demócrata. Cuando Anasagasti dijo aquello de que la "familia real son una panda de vagos", gran verdad al alcance de cualquiera, lo pusieron como chupa de dómine. Se reía la llaneza, majeza y campechanía del borbón, de la misma manera que se votaba (y vota) a políticos corruptos. Con la crisis (económica, social e institucional), el mito se deshace como un azucarillo, los medios le retiran a su caída majestad el biombo y empiezan a menudear los ataques, muchos de ellos puramente demagógicos y oportunistas. De esta forma se pasa del rey campechano, el amigo del pueblo, al gran villano: el ladrón exiliado, carnaza de telebasura. En realidad, este pájaro era admirado por los españoles porque se identificaban con él: pseudo-modernidad de playa y yate, con un toque de alegre corrupción ("todos lo hacen"). Cuando se hunde el tinglado y toca pasarlo mal, arrojan al santo de la peana. Sin crisis, JC I hubiera sido enterrado como el padre de la patria democrática con toda su corrupción dentro y rodeado de una corte de gorrones. País del esperpento.
ResponderEliminarAquí el problema no es el comportamiento del anterior jefe del Estado ni que la gente de la calle (que no sabía de la misa la media) le riera las gracias, sino que la Constitución señalaba muy claramente quién era el responsable, político y penal, de aquellos actos en que le amparaba la inviolabilidad. Y eso no se ha dicho hasta ahora. Y la Constitución es muy clara al respecto. El anterior jefe del Estado (el llamado rey eméruti) tuvo cómplices y esa complicidad se debe investigar por parte de los tribunales correspondientes.
ResponderEliminar"Eméruti" es una errata por "emérito".
ResponderEliminarEméruti es un hallazgo, no lo corrijas. Ya sabes que las erratas a veces mejoran el texto. Pero yo prefiero llamalo rey demérito
Eliminar"Emérito" es un título sin justificación alguna dado por los periodistas para distinguir al anterior jefe del Estado del actual, el único con derecho al título de rey de acuerdo con la Constitución, que ni siquiera permite que se aplique al consorte de la reina cuando el jefe del Estado sea una mujer.
ResponderEliminarDos apuntes:
ResponderEliminar1-Durante muchos años se desarrolló en los colegios públicos el programa, o "proyecto", "Qué es un rey para ti?", donde se trataba de ensalzar la monarquía desde la misma educación infantil.
Es vergonzoso. Y venía dado por las instituciones educativas.
2- Cuando lo "pillan" matando elefantes (él, que siempre fue un cobarde), sale en TV diciendo: "Lo siento. Me he portado mal. No lo volveré a hacer". Patético.
Víctor Menéndez
Responsables de sus andanzas somos todos, por ciegos, por serviles, por ignorantes, por mansos.
ResponderEliminarVíctor Menéndez
No todos somos responsables. En sentido estricto, y con responsabilidad política y penal, lo son los indicados por la constitución. Y los cómplices en sus negocios.
ResponderEliminarLa portada está muy bien. Observemos las sonrisas, de dcha. a izqda.
ResponderEliminarLa de Aznar no es sonrisa, es otra cosa.
Rguez. Zapatero parece "the joker", en Batman. "La vida me ha tratado bien".
Rajoy no sonríe del todo, como si algo le remordiese la conciencia. Mira con recelo a su derecha.
La de Felipe es la más auténtica, ensayada y creíble, contento...
Analicen la del rey. Podría ser un cuadro.
Víctor Menéndez