Versos de guerra,
mar y hampa
José del Río Sainz
Edición de Juan
Antonio González Fuentes
Sevilla.
Renacimiento, 2021.
Versos del mar y de los viajes titula José del Río
Sainz su primer libro, aparecido en 1912, y ese título podría servir también
para lo mejor de su obra. José del Río Sainz, nacido en Santander en 1884, fue
marino y periodista, alternando durante un tiempo ambas profesiones. Murió en 1964,
pero para finales de los años veinte ya había escrito lo fundamental de su
obra, aunque luego de vez en cuando siguiera escribiendo lo que él denominaba
“versos de circunstancias”. Gerardo Diego, su paisano, su mejor crítico, lo
incluyó en la segunda edición aumentada, la de 1934, de su mítica antología, sin
que por ello perdiera su condición de poeta ensombrecido por los grandes
nombres de la época destinado a la condición de apreciada gloria local.
Pero José
del Río Sainz, que sabía contar, cantar y emocionar, está lejos de ser una
curiosidad literaria. Cierto que muchos de sus poemas –y algunos de ellos están
en esta antología-- han envejecido irremediablemente en el soniquete de sus
rimas y en su sentimentalismo, pero hay otros que siguen llenos de magia y que
nos muestran perspectivas inéditas en la poesía española.
El encanto
inmarchitable de los versos marinos de José del Río Sainz es el mismo que
encontramos en Las inquietudes de
Shanti Andía o La estrella del capitán Chimista y otras novelas de
Baroja. Sus poemas, que nos hablan de la primera noche de guardia, de tormentas
y naufragios, de los compañeros de la tripulación, de los barcos que se cruzan
en alta mar, de la llegada a tierra, de los cafetines del puerto, saben
trascender la anécdota y convertir exotismo y pintoresquismo en lirismo.
José del
Río Sainz es uno de los grandes sonetistas de la lengua española y le viene
bien la concesión de los catorce versos para no dejarse llevar por su facilidad
versificadora y evitar perderse en pormenores lacrimógenos y en el tantarantán
de las fanfarrias modernistas (incluso intenta los dáctilos de “Ínclitas razas
ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, pero añadiéndoles su inevitable rima
consonante).
Dos de los
poemas seleccionados, según nos indica en el prólogo Juan Antonio González
Fuentes, se los recomendó al antólogo el poeta Abelardo Linares: “1808” (“poema
que hubiera firmado Kavafis”) y “Kitchener de Kharthoum” (“versos en los que
tal vez llegó a pensar el mismísimo Borges”). Este último poema, que canta a
uno de los héroes del Imperio Británico, más que a Borges nos recuerda a
Kipling, a quien José del Rio Sainz cita al comienzo del soneto “Los antros
lóbregos” y que no está ausente de muchos de los poemas de La belleza y el
dolor de la guerra, un libro de 1922, y especialmente de la balada
“Soldados de Inglaterra”. El otro poema que destaca Abelardo Linares,
“1808”, no habrían desdeñado firmarlo ni
Kavafis ni Manuel Machado; utiliza magistralmente la técnica de
“engaño-desengaño”, tan bien estudiada por Carlos Bousoño.
La
sonoridad y el gusto por la anécdota impactante llevó a José del Río Sainz al
repertorio de los recitadores, que tanto hicieron por difundir la poesía en la
primera mitad del siglo XX por teatros y casinos. A ellos se debe la fama del
soneto “Las tres hijas del capitán”, que Luis Alberto de Cuenca considera “a un
paso de lo kitsch” y al que el autor aludiría en otro poema “La ría de
Bilbao” y prolongaría, dando ya ese paso que le faltaba para lo kitsch
en “Epílogo a un poema”, incluido en su libro Hampa.
Hampa, de
1923, es un libro que José del Río Sainz no quiso reeditar, arrepentido de la
crudeza de sus versos. Nos habla de la vida prostibularia sin fantasiosas
idealizaciones. Recuerda, en su hiriente trazo expresionista, a la pintura de
Gutiérrez Solana y a los esperpentos de Valle-Inclán. Comienza con una cita de
Oscar Wilde: “Los libros que el mundo considera inmorales son los que reflejan
sus vergüenzas”. No han perdido estos versos, que no incurren en tópicas idealizaciones
sobre el amor en cada puerto de los marineros, su capacidad de denuncia.
José del
Río Sanz es, sin duda, un poeta menor, pero también un lujo de la literatura
española que no dejará indiferente a nadie. Unas veces nos cuenta una historia
tremebunda, como en “Los piratas del muelle”, que tiene el sabor de los viejos
folletines y las lecturas de la adolescencia; otras, como en “Niños en la
Alameda”, pone palabras nuevas a un temor y un temblor común. No importa que en
ocasiones nos haga sonreír con un sonsonete y una gastada utillería que ya
sonaban anticuados en su tiempo, que era el de las vanguardias y la poesía
pura; nunca pierde el encanto, nunca dejamos de leerle con gusto, aunque a
veces respondamos con una sonrisa cuando se le va la mano en los efectos
patéticos.
Lo leí la semana pasada al encontrarlo por casualidad - ni siquiera me sonaba su nombre- en La Central. Un descubrimiento. Firmaría tu reseña desde el principio al final. En mis notas escribí: "Extraordinario sonetista. Los sonetos marinos de lo mejor que se ha escrito sobre el tema. Los poemas de guerra, mediocres y con tendencia al ripio. 'Hampa', insólito -creo- en la poesía española"
ResponderEliminarMe alegra coincidir.
ResponderEliminar