jueves, 17 de junio de 2021

Las cartas de una vida

 

El hilo del collar: Correspondencia
Gustave Flaubert
Selección y edición de Antonio Álvarez de la Rosa
Alianza editorial. Madrid, 2021.

La correspondencia epistolar, en la mayor parte de los escritores, es solo un complemento de su obra. Carece de interés para el lector común, pero resulta imprescindible para el biógrafo y el estudioso.

            Hay excepciones, sin embargo, y no escasas. La correspondencia de Juan Valera la leemos hoy con más interés que sus novelas. Ciertos temas, considerados tabú por la moral social de la época, se tratan con total libertad en las cartas.

            Madame Bobary sigue causándonos hoy el mismo asombro que en el momento de su publicación. Pero salvo esa novela y sus prodigiosos Tres cuentos –en especial “Un corazón sencillo”--, publicados veinte años más tarde, pocas obras de Flaubert conservan hoy una vigencia mayor que la de su correspondencia.

            Gustave Flaubert fue un incansable escritor de cartas a lo largo de toda su vida. Se conservan de él cerca de cuatro mil quinientas y es probable que escribiera bastantes más. Antonio Álvarez de la Rosa ha reunido en El hilo del collar apenas una décima parte, pero bien seleccionadas y estructuradas nos permiten seguir paso a paso la vida de un escritor excepcional, ser testigos de la elaboración de su obra, escuchar sus precursoras reflexiones sobre la literatura y el arte.

            La primera carta está fechada en septiembre de 1833, cuando el escritor aún no había cumplido los doce años; la última el 4 de mayo de 1880, pocos días antes de morir. Hay cartas familiares, amistosas, meros intercambios cordiales, como no podía ser de otra manera, pero abundan las que pueden ser consideradas como auténticos ensayos o como notas de un diario íntimo. Varias son las razones que explican la importancia del intercambio epistolar en Flaubert. Aunque en la última etapa de su vida, ya convertido en escritor de éxito, pasaba largas temporadas en París, en convivencia con otros amigos escritores (en el Diario de los Goncourt queda abundante constancia de estas relaciones e incluso se reproducen muchas de sus conversaciones), la mayor parte de su tiempo lo pasó retirado en su mansión de Croisset, donde llevó una existencia de acomodado solterón con pocas peripecias externas. Dedicó su vida a la literatura, pero no vivió de la literatura. Se jactaba de no haber escrito jamás una línea por dinero y se negó a escribir en los periódicos, aunque sería muy solicitado tras el éxito escandaloso –la novela fue denunciada por inmoral-- de Madame Bovary y, sobre todo, de Salambó. Pudo dedicar a sus libros todo el tiempo que creía necesario, era un obsesivo perfeccionista que empleaba una semana a escribir veinte líneas y un mes a reescribirlas.

            De esa tensión expresiva se liberaba en sus cartas, escritas a vuela pluma, sin miedo a repetir palabras, una de sus obsesiones, y en las que volcaba sus dudas, sus preocupaciones, sus opiniones sobre esto y aquello, sus manías, todo lo que no podía permitirse en su obra literaria. En una carta a Louise Colet sintetizó su idea de la impasibilidad del artista; se trata de una frase muy citada, origen para muchos de la novela moderna: “En su obra, el autor debe estar como Dios en el universo, visible por doquier y presente en ninguna parte”.

            Las cartas a la poeta Louise Colet, que han merecido edición independiente, son de una riqueza inagotable. Flaubert mantuvo con ella una peculiar relación amorosa en la que el componente intelectual tuvo tanta importancia como el erótico. Sorprende hoy leer alguna de las cosas que le escribió: “Tú no eres una mujer, y si te he amado más y, sobre todo, más profundamente (intenta comprender la palabra profundamente) que a cualquier otra, es porque me pareció que eras menos mujer que las demás”. ¿Quiere esto decir que en Flaubert hubiera un cierto componente homosexual?  Nos equivocaríamos si pensamos así. Más adelante añade: “Como mujer, solo quiero de ti la carne”. Louise Colet era una mujer culta, inteligente y eso le parecía poco femenino. De la misoginia de la época –y no solo de su época-- hay abundantes muestras en Flaubert. En Louise Colet –a la que prefirió mantener a distancia, con la que nunca quiso convivir--, encontró Flaubert el interlocutor adecuado, la persona con la que compartir sus preocupaciones intelectuales y, como su relación coincidió con la redacción de Madame Bobary, gracias a ella podemos asistir a un minucioso making off de la novela.

            Abundan en las cartas de Flaubert –y no solo en las dedicadas a Louise Colet--, las frases memorables. Una de ellas está en el origen de las Memorias de Adriano, según reconoció su autora, Marguerite Yourcenar: “Cuando ya no estaban los dioses y Cristo aún no estaba, hubo, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, un momento único en el que solo estuvo el hombre”.

            Flaubert, que no tuvo hijos, cuidó como tal a su sobrina y al hijo de una amiga, el futuro novelista, Guy de Maupassant, del que fue su mentor intelectual. La correspondencia con el joven Maupassant marca otro de los puntos de este epistolario (en cuyo índice, por poner algún reparo, se echa en falta la indicación de los corresponsales).

            El arte es misterioso. Flaubert creía que, en las obras literarias, ni una sola palabra debería ser dejada al azar, vivió obsesionado por controlarlo todo, pero en su correspondencia todo está dejado al azar. Un epistolario tiene muchos colaboradores: lo son los corresponsales y lo es el tiempo, que ha decido qué cartas se conservan y cuáles no, y lo es el editor que las selecciona y las anota. En Antonio Álvarez de la Rosa ha encontrado Flaubert al más eficaz colaborador. El hilo del collar es un libro para leer de la primera a la última página y para abrir por cualquier página seguro de que no tardaremos en encontrar una afirmación con la que admirarnos, asombrarnos o irritarnos.

12 comentarios:

  1. Creí que Madame Bovary se había publicado en un periódico y por entregas, a modo de folletín. Era algo muy habitual entonces y ello condicionaba la estructura de los capítulos, para adaptar el flujo narrativo de cada episodio al espacio disponible en el periódico.

    Por otro lado, una curiosa visión del señor Charles Bovary y su vivencia personal puede leerse en

    http://cuantoscuentoscuantos.blogspot.com/2013/02/monsieur-bovary-saiz-de-marco.html?m=1

    ResponderEliminar
  2. Se anticipó en una revista antes de aparecen en volomen, pero eso no condicionó su escritura.

    ResponderEliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  4. Qué cosas tiene la Pedantería. No sé en qué mejora a la otra la traducción con errata. Y en el texto principal, la errata la encontramos al final: "no tardaremos encontrar una afirmación"

    ResponderEliminar
  5. Este es el texto original de la carta de Flaubert a Edma R. des Genettes: 1861 (?); t. III de la Pléiade, p. 191.
    Les dieux n’étant plus et le Christ n’étant pas encore, il y a eu, de Cicéron à Marc-Aurèle, un moment unique où l’homme seul a été. Flaubert emplea el verbo "être" y no "exister" ni "apparaître".

    ResponderEliminar
  6. La traducción de Cortázar está un poco "arreglada" literariamente.

    ResponderEliminar
  7. Sobre Asturias hay un hermoso libro que trata de esos "tiempos oscuros", "Geografia sagrada de Asturias", de Juan Luis Rguez. Vigil y Ramón Rodríguez (ex director de la biblioteca de la Universidad). Hoy agotado.
    Se nota la influencia de Julio Caro Baroja afortunadamente.
    Víctor Menéndez

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Qué tiempos oscuros? ¿Los de la vida de Flaubert? Víctor, Víctor...

      Eliminar
    2. Hombre, me refiero al período que va de Cicerón a Marco Aurelio.
      La frase de Flaubert, retomada por Yourcenar en sus "Memorias de Adriano", con ser bella no es del todo cierta. Las gentes volvieron a sus antiguas creencias.
      De acuerdo, retiro lo de "tiempos oscuros"
      Víctor

      Eliminar
  8. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  9. A este Pablo de P. ya lo hemos tenido por aquí con otros nombres. Cualquier pretexto le parece bueno para lucir lo mucho que sabe de francés. Pero en este caso sobran todas esas consideraciones. La frase de Flaubert está en una carta, no en una de sus trabajadas novelas. Y dice lo que dice y no le importa repetir una palabra. ¿Que Cortázar mejora a Flaubert? Bueno, eso va en gustos. El bueno de Pablo de P. nos informa de que ha visto una traducción plagada de errores. Qué cosas.Siga buscando, encontrará muchas más. Pero no la que señaló en este epistolario no es un ejemplo.

    ResponderEliminar
  10. Hola, quería consultarles si esta selección y traducción de Antonio Álvarez de la Rosa incluye las cartas a Louise Colet que Ignacio Malaxecheverría seleccionó y tradujo para la Editorial Siruela. Concretamente, mi consulta apunta a que en esta edición de Alianza, según se deja ver en el índice, la sección dedicada a Colet sólo retoma la primera parte de su relación (1846-1848); mientras que lo que estoy buscando leer es el segundo momento de su relación (1851-1855) para vincularlo con el proceso de escritura de _Madame Bovary_ (1851-1856).
    Desde ya muchas gracias y gran reseña del libro!

    ResponderEliminar