Sonetos
Feng Zhi
Edición de Javier
Martín Ríos
Hiperión. Madrid,
2022.
Fascinado por los sonetos de Rilke, el poeta Feng Zhi quiso
trasladar a la literatura china, como Garcilaso a la nuestra siglos antes, esa
composición estrófica y en 1942, cuando la guerra chino-japonesa, publicó un
libro de sonetos que ahora se traduce por primera vez al castellano. No sabemos
cómo sonarán estos sonetos en chino, sabemos que en la versión de Javier Martín
Ríos solo conservan del soneto el estar formado por catorce versos, si podemos
llamarlos así, de desigual extensión y ninguna sujeción métrica. Y sin embargo,
entre esas aproximaciones, algo nos llega de la emoción poética que del
original.
La vida de
Feng Zhi —coetáneo de los
poemas españoles de la generación del 27— cubre casi todo el siglo XX y
está sometida a las turbulencias de unas décadas cruciales en la historia de
China. Profesor universitario especializado en literatura alemana, residió en
Berlín entre 1930 y 1935, por lo que pudo ser testigo presencial de la toma del
poder de los nazis. Tradujo a los más importantes autores alemanes y también
era un buen conocedor de la tradición clásica china. Tuvo problemas de censura
y autocensura tras la victoria de Mao en 1949, cuando la occidentalización y el
experimentalismo pasaron a simbolizar la decadencia burguesa, y sería luego uno
de los damnificados por la Revolución Cultural, ese movimiento político que
tanto tuvo de histeria colectiva y que, de algún modo, hoy entendemos mejor
tras acontecimientos recientes que afectaron a la salud mental del mundo en su
conjunto y especialmente de China,
En los
sonetos de Feng Zhi aparecen temas occidentales —Venecia, Goethe, Van Gogh—, pero en su mayor parte enlazan
con la tradición de la poesía china. Leídos en traducción, ya sin su armadura
formal, a ratos no podrían distinguirse de los poemas de la dinastía Tang.
Baste un ejemplo: “Nos detenemos en la cima de la alta montaña / y nos
convertimos en un paisaje lejano e infinito, / diluyéndonos en la basta llanura
que hay frente a nosotros / y en los senderos entrecruzados sobre ella”. Son
poemas que hablan de encuentros y despedidas, de caminos que se pierden en la
lejanía, de noches solitarias en la montaña, de unos cachorros de perro recién
nacidos. Están escritos cuando el autor ha de abandonar su puesto en la
universidad de Shanghai tras el comienzo de la invasión del Japón en 1937, e
instalarse en Kunming, con otros muchos refugiados. Pero los desastres de la
guerra no asoman a sus versos. O lo hacen de manera indirecta, como en el poema
dedicado a Du Fu, que es, como el más conocido Li Bai, uno de los grandes
clásicos de la dinastía Tang: “En la aldea desierta sobrellevas el hambre, / a
menudo piensas en la muerte que invade los barrancos, / pero, sin embargo, no
dejas de entonar cantos fúnebres / por el gran hundimiento del mundo”.
La Venecia de Feng Zhi tiene que ver
poco con la Venecia de tantos otros poetas. Las islas que la componen pasan a
ser un símbolo del mundo donde cada soledad es una isla: “Cuando me tomas de la
mano / es como un puente sobre el agua. / Cuando me sonríes, / es como si en la
isla de enfrente / se hubiera abierto, de pronto, una ventana”.
Traducir poesía no es un imposible,
pero a veces parece estar muy cerca de serlo. Lo que dice el poema es más de lo
que dice y por eso una traducción meramente informativa no deja de ser una pseudo
traducción. Las mejores traducciones poéticas son obra de dos: alguien que
conoce bien la lengua de partida y alguien que conoce muy bien la lengua de
llegada. A menudo el traductor se limita a dejarnos entrever el original como a
través de un cristal borroso. Los sonetos de Feng Zhi, en la versión de Javier
Martín Ríos, no son sonetos y, a menudo, tampoco poemas, pero sí el punto de
partida para un poema. El titulado “Eucalipto” comienza así: “Tú, desolado
árbol de jade en medio del viento del otoño… / eres una pieza musical que al
lado de mis oídos / edifica un solemne templo, / ¡déjame entrar con sumo
cuidado!”
Las traducciones de Martín Ríos son
una constante invitación a la reescritura. Yo me he atrevido a intentarla en
algunos casos. Copio la de este último poema: “Árbol de jade en medio
del otoño, / templo de aroma y música en la brisa, /déjame refugiarme entre tus
brazos, / que en torno sopla el vendaval del tiempo. / Firme pagoda bajo el
limpio azul, / como un sabio maestro frente a mí / del estruendo del mundo me
proteges / y de las turbulencias de mis sueños. / Mientras que tú resistas, yo
resisto; / mientras tenga tu mano, no me pierdo, / guía inmortal al centro de
mí mismo, / eje en torno al que gira el universo. / Eterno tú y eterno yo contigo
/ si tus raíces guardan mis cenizas” .
Hay libros
que son solo un punto de partida, una invitación a un viaje que tenemos que
hacer por nosotros mismos.
Muy bonita la versión del soneto. Podría poner la traducción entera? ( Si no es molestia, simple curiosidad)
ResponderEliminarHombre, Eduardo, yo no he hecho la versión de todos los sonetos, solo de uno.
EliminarHombre ya, me refería al resto de la traducción de Javier Martín Ríos del soneto que versiona ud de la que pone el primer cuarteto
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