jueves, 8 de junio de 2023

La vida imaginada

 

Días sin escuela
Francisco Umbral
Instituto Leonés de Cultura. León, 2023.

En 1965, el mismo año en que publicó sus tres primeros libros, Francisco Umbral ganó el premio de novela corta convocado con motivo del Día de las Comarcas Leonesas, uno de los innumerables premios menores que obtuvo en sus primeros años. La obra galardonada se publicó en el número 6 de la revista Tierras de León, correspondiente a octubre de 1965. Allí quedó olvidada hasta que ahora se reedita con ilustraciones de Avelino Fierro (que no desmerecen junto a las originales de Llamas Gil) y un preciso epílogo de Emilio Gancedo.

            Días sin escuela es una obra menor, ciertamente, pero está llena de encanto y ha envejecido menos que tantos otros títulos de la etapa final de un prolífico autor que acabó convertido en caricatura de sí mismo.

            Cuando se reeditó Balada de gamberros, uno de sus libros de 1965, lo calificó, a la manera juanramoniana, de “borrador silvestre” de todo lo que había de ser su literatura de infancia y adolescencia: Memorias de un niño de derechas, Los males sagrados, Las ninfas, Los helechos arborescentes. “Y lo que salga”, añadía irónico y profético en ese 1980, sabiendo que era un venero al que volvería una y otra vez.

            También borrador silvestre, o no tan borrador ni tan silvestre, de ese ciclo es Días sin escuela, memoria de una infancia leonesa vivida solo en la imaginación, una imaginación que cada vez iría desplazando más y más a la memoria —o enriqueciéndola— en sus libros autobiográficos (mitográficos diría Anna Caballé): “Mis autobiografías van siendo cada vez más inventadas, más fantásticas, y por lo tanto más reales. Más que información sobre mi vida, prefiero dar ya la imaginación de mi vida. Un hombre es su imaginación. Lo que imagina y, sobre todo, cómo se imagina a sí mismo”.

            Francisco Umbral, Francisco Pérez Martínez, fue maestro en el arte de inventarse, comenzando por el nombre y la fecha de nacimiento (1932 y no 1935, como figura todavía en muchos lugares). Nunca contó la verdad sobre su nacimiento. Se hizo escritor colaborando activamente en las revistas del franquismo —de Poesía española a Mundo hispánico, pasando por Punta Europa— y luego, con la llegada de la democracia, borró inteligentemente todo ese pasado y se presentó con éxito como un resistente en lucha continua con la censura. Y algún encontronazo tuvo con la censura su primera novela, Balada de gamberros, pero los motivos no eran políticos, como tampoco en el caso de su modelo en el arte de la autopromoción, Camilo José Cela, sino morales. El informe del censor desaconsejó su publicación por un lenguaje a ratos “francamente soez”.

            Nada hay de lenguaje soez en Días sin escuela, destinada a un premio oficial y provincial y no a publicarse en una editorial independiente, como la Alfaguara de Cela.. En la crónica de la entrega del premio, publicada en el mismo número de Tierras de León que la novela, aparece un Francisco Umbral repeinado y encorbatado recibiendo el galardón que le entrega la reina de las fiestas rodeada de sus damas, todas en traje regional.

            En León había iniciado Francisco Umbral su fulgurante carrera periodística entre 1958 y 1961. Allí tuvo sus primeros éxitos —desde la emisora y el periódico del Movimiento, en el club cultural de la Sección Femenina— y sus primeros escándalos, uno de los cuáles aprovechó para cortar amarras —León se le había quedado pequeño—  y partir a la conquista de Madrid, cuyos difíciles comienzos rememoraría en uno de sus más atractivos libros, La noche que llegué al café Gijón.

            Los días leoneses que nos cuenta en Días sin escuela no son estrictamente autobiográficos, o sí lo son, porque su versión del mito de la infancia trasciende cualquier escenario.

            En el terreno del mito nos sitúa la primera frase: “Lo que deseo decir es que yo tenía una espada de madera y quizá aquella fue la última espada del Reino de León”. La espada y el yelmo dorado, atributos del héroe, no aparecerán hasta bastantes páginas después. Memoria y costumbrismo se entremezclan en un texto que abunda en las reiteraciones y las anáforas características del poema en prosa. Comienza con la llegada a la ciudad: “De madrugada, la luna anda saltando de rama en rama, como una lechuza blanca, a medida que el tren avanza, da vueltas y revueltas, y en cuanto uno sale de la estación, ya serán los pájaros, si es verano, en todos los árboles, haciendo una fiesta en cada copa verde”.

            “Hablo de la posguerra” nos dice el narrador que evoca sus días de infancia. No acentúa, sin embargo, la sordidez y el tenebrismo. Lo que le interesa contar es el eterno combate de la casa y la calle: “La casa retiene al niño con dedos maternales, con dulces y tediosos abrazos, pero la calle tira de él, lo hace suyo, le toma y le deja, lo endurece”.

            Como con Cela, con Umbral la posteridad, no está siendo demasiado benévola. Cuando desaparece un escritor que parece llenarlo todo con su presencia continua y sus estridencias, lo primero que sienten los lectores es una sensación de alivio. La escritura de Umbral, la que le dio más fama, la de las negritas y el halago y el denuesto que no se detenían ante el servilismo o la calumnia, según conviniera, está muy ligada a una época. Y el personaje —léase su biografía, El frío de una vida, escrita por Anna Caballé— tiene mucho de impresentable figurón de otro tiempo. Pero era un escritor que supo darle un temblor distinto a la lengua, que mezclaba intuición poética y sorpresa verbal, lo popular y lo culto, como pocos antes o después que él, aunque a menudo —muy a menudo a partir de los años ochenta— malbaratara su talento, puesto al servicio del capricho y del mejor postor.

            Estos breves Días sin escuela pueden servir para que comencemos a reconciliarnos con quien, quizá a pesar de sí mismo, escribió algunas de las páginas más conmovedoramente perdurables de la literatura española.

           

5 comentarios:

  1. «... Pero era un escritor que supo darle un temblor distinto a la lengua, que mezclaba intuición poética y sorpresa verbal, lo popular y lo culto, como pocos antes o después que él...». Me quedo con eso. Nada más, y nada menos.

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  2. Umbral pasará a la posteridad por haber escrito uno de los libros más bellos del siglo XX: "Mortal y rosa" (como Alejandro Lérida será recordado durante siglos por sus imperecederos versos "Está lloviendo. Es lunes./Pero da gusto ver salir su pelo del zaguán/—olor rojo Ferrari—, y sus durísimas/ piernas o anacondas" de su poema inmortal "Los días putas").

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    1. Gracias por la publicidad, Pablo. Eres encantador, de veras. Así, infinitamente y sin descanso. Un beso, cómo no, también imperecedero.

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  3. Ripios van.
    ripios vienen.
    el que gana
    siempre pierde.
    Alejandro
    sus frutales
    y don Pablo
    anacondas,
    don Víctor
    en su onda,
    y Martín
    asombrado.
    Mas contento
    está Umbral,
    sin escuela
    no hay hogar.
    Y ahora aquí
    se acaba el ripio.
    Perdón, Martín,
    por el suplicio.

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  4. Totalmente de acuerdo. A pesar de sí mismo, un escritor con voz propia

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