Aquilino Duque
Jardines y
paisajes
Renacimiento.
Sevilla, 2023.
El azar ha querido que la plural y polémica obra
literaria de Aquilino Duque, iniciada en los años cincuenta, concluya, ya bien
avanzado el siglo XXI, como cronista de la Asociación Sevillana de Amigos de
los Jardines y del Paisaje en sus visitas a los más hermosos jardines de
Europa.
Aquilino
Duque comenzó como un poeta de su tiempo, de la generación del medio siglo, culto
y popular, muy fiel a la tradición de la poesía andaluza y muy abierto a las
corrientes del mundo. Cantó, como tantos en aquellos años, a Miguel Hernández y
a Antonio Machado, e incluso recibió con alborozo la Revolución cubana en su
“Canción de rueda”: “Con las barbas de Fidel / tienes que hacer una escoba /
para barrer a los yanquis / de la América española”. Pronto cambiaría de rumbo y sería una voz cada vez
más discordante en el consenso progresista que caracterizó a la cultura
española durante el final del franquismo y las primeras décadas del
posfranquismo. “Hay quien proclama paz, perdón, olvido, / únicamente cuando cae
debajo, / pero --¡vae victis!—como caiga encima… / Que Dios coja al
vencido confesado”.
En
poesía, Aquilino Duque raras veces condesciende con el sermón tradicionalista y
la sátira del mundo contemporáneo. Prefiere la gracia de los ritmos populares –en
los que es un maestro--, el empaque retórico del modernismo –un poco en la
línea de Agustín de Foxá-- y un emocionado temblor ante el misterio que viene
de Bécquer. “Yo soy el invisible / anillo que sujeta / el mundo de la forma /
al mundo de la idea”, escribió el autor de las Rimas, y El invisible
anillo –como explícito homenaje—tituló Aquilino Duque uno de sus mejores
libros.
Jardines
y paisajes no es un libro mayor en su obra y Aquilino Duque no tiene
inconveniente en de vez en cuando dejar su pluma a otros. Sally Crane,
presidenta de la Asociación, escribe la crónica de la visita a varios pazos
gallegos y en el epílogo se incluye una charla, impartida por supuesto en un
jardín, de Víctor Carrasco, profesor de proyectos arquitectónicos en San
Francisco. No es un libro mayor, ya digo, pero está lleno de encanto, a pesar
de ciertos prescindibles añadidos, encanto acrecentado por las acuarelas del
poeta José Manuel Benítez Ariza.
Aquilino
Duque sabe entremezclar con agilidad y gracia las precisas descripciones
botánicas con la historia de los lugares y la filosofía que inspira los
distintos jardines, hijos siempre de su tiempo, arte y naturaleza, esfuerzo y
magia. “Si quieres que tu jardín sea un vergel, no pongas en él las plantas que
a ti te gustan, pon las plantas a las que les gusta tu jardín”, escribió un
jardinero persa.
El
lector agradece que, enamorado de tan hermosos lugares, Aquilino Duque se
olvide casi por completo de su cruzada antiprogresista y contra lo políticamente
correcto. Casi, no por completo. Hablando del lisboeta palacio de Paillhavan,
sede de la embajada de España, alude a que en 1975 “la Revolución de los
Claveles hizo la heroicidad de allanarlo destruyéndolo todo, entre otras cosas,
los cuadros en depósito del Museo del Prado”.
No fue exactamente la Revolución de los Claveles, sino consecuencia de
las violentas protestas contra los últimos fusilamientos del franquismo que,
ciertamente, el gobierno de entonces en Portugal no fue capaz de contener. No es la única referencia, poco favorable, a
la “dichosa Revolución de los Claveles”, que expropiaría a una familia de
banqueros la Quinta del General para devolvérsela al “pueblo soberano”, que la
dejó “hecha un erial”. ¿Para no convertirse en un erial necesitan los parques y
jardines ser de propiedad privada?
No
todos los jardines que visita Aquilino Duque con la asociación sevillana son de
acceso público. En bastantes casos se trata de residencias particulares a las
que solo se accede por invitación. Abundan los títulos nobiliarios entre los
socios –casi todos socias, como se cuida de subrayar el escritor—de la asociación
sevillana. Una vez organizan un intercambio de especies o de plantones en
Viñamarina, la residencia de Aquilino Duque y Sally Crane, y esta afirmó luego:
“He tenido a todas las marquesas de Sevilla haciendo hoyos en el jardín de mi
casa”.
“Viaje
a los jardines de Normandía” y “Jardines ingleses” son quizá los más hermosos
capítulos del libro. ¡Cuántos lugares fascinantes –públicos o privados—que nos
gustaría visitar! De las páginas italianas, destacan las dedicadas al Orto
Botánico de Nápoles, feliz creación de José Bonaparte, quien, como Carlos III,
antes de ser rey de España lo fue de Nápoles.
Aquilino
Duque tiene palabras de elogio para todos los jardines, incluso para el jardín
surrealista de Eduardo Mencos “en un selvático monte de encinas de la
Alcarria”, pero no soporta la Quinta da Regaleira o el Castelo da Pena, en
Cintra, donde “unas mentes inflamadas por escenografías de ópera no perdieron
la ocasión de aprovechar unos fantásticos escenarios naturales para edificar
sus châteaux en Espagne”, inspirados
en “la masonería, el esoterismo, los cuentos góticos, los símbolos cabalísticos
y el mal gusto”.
El
libro comienza con un poema de Benítez Ariza dedicado a una flor silvestre y
podía terminar con otro de Aquilino Duque: “La luz de la mañana llega con vuelo
leve, / con ella la oropéndola. Se mueve / con la brisa en la rama cada hoja /
del fresno enorme, y la pechuga roja / del ave se hincha al sol. De la cañada /
donde abrevan los ciervos, / por la zarza tupida y la enramada / sube un abeto
colosal y oscuro. / Alondras, mirlos, rabilargos, cuervos…”
No es necesaria mucha pasta sino un poco de gusto y bastante trabajo. Yo también tengo un jardín. O uno y medio (Uno propio y otro compartido) Y de lo que más orgulloso estoy es de lo que no me ha costado ni un euro: los rosales. Los comprados son mediocres; los que proceden de esquejes robados en jardines públicos o regalados por los amigos, espléndidos.
ResponderEliminar¡Y qué gran verdad lo del jardinero persa!
Imagino que muchos lo sabrán, pero Duque también tiene un libro sobre Doñana y una “Guía natural de Andalucía “.
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