El querido hermano
Joaquín
Pérez Azaústre
Galaxia Gutenberg.
Barcelona, 2023.
Para
contar la vida de Manuel Machado durante la guerra civil, que pasó en Burgos,
Joaquín Pérez Azaústre, premiado poeta, podía haber escrito una crónica, un
relato de los hechos a partir de los diversos testimonios conocidos, y sobre
todo de la minuciosa investigación llevada a cabo por Miguel d’Ors, o una
novela basada en hechos reales. Ha mezclado ambas opciones y al resultado se le
notan demasiado las costuras, es una mayonesa que no acaba de cuajar. Comienza
cuando Manuel Machado se entera casualmente de la muerte de su hermano en
Francia, termina con los dos días que pasó en Colliure. En medio, están los
principales acontecimientos de la estancia en Burgos –la denuncia de un
periodista, la detención, el ingreso en la Academia de la Lengua--,
entremezclados con evocaciones de su vida anterior, sobre todo la estancia juvenil
en París, y los encuentros familiares con Antonio.
El autobiográfico discurso de
entrada en la Academia, que tuvo lugar en 1938, le sirve de guion a Pérez
Azaústre para varios capítulos. Comienza con un tono reivindicativo afirmando
que “si una parte de quienes han condenado a Manuel Machado se hubieran
molestado en leerlo con agudeza, quizá sus juicios serían otros”. Critica que
se disculpe en Antonio lo que se reprocha a Manuel, “el conocimiento de los
crímenes de su propio bando en la retaguardia o la escritura de poemas bélicos,
en una exaltación de la violencia y la sangre”. Continúa preguntándose “qué
tipo de superioridad íntima convierte a ciertos estudiosos y escritores en
valerosos guardianes de la moral pública cuando ha pasado el peligro”. Ignora
que el reproche por su comportamiento durante la guerra ha afectado tanto a
Manuel como a Antonio, y ahí está la última biografía que a este último le ha
dedicado Enrique Baltanás para demostrarlo.
Disuena el tono de articulista de
opinión que asoma acá y allá en El querido hermano. No se corresponde la
paráfrasis que hace Manuel Machado del discurso con afirmaciones
reivindicativas. Nada hay de especial valentía en leer sus autorretratos, bien
conocidos, ni en mencionar a Antonio, por muy destacado militante del otro
bando que fuera (recordemos que en fecha tan temprana como 1940 se reeditan sus
Poesía completas en la España nacional). Nada descubre de nuevo, a pesar
de que insiste en ello, Pérez Azaústre, pero comete algún error. Afirma
Machado, tras referirse a que en un principio pensó en hacer un discurso en
verso como Zorrilla, que en seguida se dio cuenta de que “la tarea de enfilar
al pie de siete u ocho cientos de versos de una vez –quizá no he escrito otros
tantos en mi vida—no era para mí”. Pérez Azaústre lo reduce a “siete u ocho
versos de una vez” y por eso cree que se trata de una excusa, ya que “podría
escribir su vida en copla casi sin despeinarse, con un pitillo en la mano,
mientras se bebe seis cañas de manzanilla”.
Afirma también, ante la excusa del
poeta de que no tenía consigo sus libros, que, “como director de la Biblioteca
y Museo de Madrid, aunque lleve dos años sin poder ejercer, es evidente que
Manuel Machado está al tanto de la existencia de la Biblioteca Pública del
Estado, en Burgos, que tiene su sede en la Casa del Consulado del Mar, en el
Paseo del Espolón”. ¿Pero hace falta ser director de una biblioteca en Madrid
para saber que hay otra biblioteca pública en Burgos, como en todas las
capitales de provincia?
Hablando de Oscar Wilde, a quien
conocieron los hermanos Machado en París, nos aclara que, por esas fechas, “aún
no sabe, porque es imposible, que su hijo mayor, Cyril –de apellido Holand
desde que la condena a su padre por ultraje a la moral pública se cernió sobre
su nombre-- morirá bajo el recuerdo de ese oprobio, y que también lo hará, como
él, sobre suelo francés, en la Gran Guerra”. La Gran Guerra comenzó en el 14 y
Wilde murió en 1900. “Aún no sabe” escribe Pérez Azaústre, dando a entender que
lo sabría más tarde porque en ese momento “es imposible”. No escasean esas
ingenuidades o torpezas expresivas en el libro, que habría necesitado una
rigurosa revisión.
Pero más discutible que la parte de
crónica es lo que en el libro hay de ficción. Un periodista quiere entrevistar
a Manuel Machado, este se niega, y como el periodista insiste, Raúl, el
falangista que acompaña al poeta, le pide que se aparte. El periodista no lo
hace. Y entonces, “en un movimiento velocísimo, Raúl mete la mano por la
apertura de la gabardina hasta agarrarle los testículos”, luego se acerca más y
le dice al oído. “O te arranco los huevos, hijo de puta”. ¿Era un
exhibicionista que no llevaba pantalones?, nos preguntamos. ¿No podía
simplemente haberle dado un empujón?
Pero más sorprendentes son las
palabras que pone en boca del poeta a propósito de Pilar de Valderrama:
“siempre me pareció una calientabraguetas”, “ni siquiera se dejaba meter mano”.
Y a continuación le cuenta al joven falangista las confidencias que le hizo Antonio:
“como esta Pilar era una estrecha, él no había dejado de frecuentar los
burdeles. Imagina su sorpresa cuando un día se encuentra con una muchacha que
es el vivo retrato de su esposa muerta”. Y aventura la hipótesis de que muchos
de los poemas aparentemente dedicados a Guiomar está dedicados a esa joven
prostituta que se parecía a Leonor. Esa más que discutible anécdota la cuenta
Alfredo Marqueríe en sus memorias. Pérez Azaústre, caso de utilizarla, podía
ponerla en boca de cualquier personaje, pero nunca en la de Manuel Machado.
Para que nos creamos una historia tenemos que
confiar en el narrador. En Pérez Azaústre confiamos poco, tanto cuando se pone
rebuscadamente poético como cuando incurre en el toque realista: un falangista
(el falangista “malo”, Raúl es el bueno) se abalanza sobre Manuel Machado,
“completamente borracho” tras el discurso de ingreso en la Academia, para darle
una paliza.
En el capítulo penúltimo, titulado
“El aviador francés”, asistimos a un cameo de Antoine de Saint-Exupéry. Pregunta
a Manuel Machado y su acompañante cómo van las cosas en España y se sorprende
–es febrero de 1939-- cuando le dicen que la República tiene perdida la guerra.
¿Pero es que no había periódicos en Francia o el autor de El principito no
tenía la costumbre de leerlos? Cosas así nos impiden tomar del todo en serio
este bien intencionado homenaje al mayor de los Machado.
Bronco parece el asunto y el libro reseñado.
ResponderEliminarLos lectores vulgares, como yo, teníamos desde el colegio una visión idealizada de los Machado, sobre todo de Antonio, que algunos estudiosos se han empeñado en borrar.
La afición de Manuel por el alcohol no me extraña, sí me sorprendió más la de Antonio por la cerveza y el vino. En un docente está muy mal visto, ahora al menos.
"Joaquín Pérez Azaústre, premiado poeta".
ResponderEliminarY poeta peor aún que Felipe Benítez, que ya es decir...(es increíble cuánto gusta a los jurados de los premios poéticos españoles la verborrea pseudopoética más vacua).
Cuando se conoce la "poesía" de Pérez Azaústre, no se extraña uno de que sea capaz de publicar un libro como el descrito en el artículo. Lo sorprendente es la ausencia de editores o correctores en Galaxia Gutenberg y que un escritor de 47 años sea capaz de escribir con tanta ingenuidad - por no decir que sea tan literariamente inmaduro.
No tengo demasiada experiencia al respecto, la verdad, María.
ResponderEliminarEl libro es un bodrio en tapa dura para mayor afrenta al comprador-lector.
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