Napátrida
Erri de Luca
Traducción de
Carlos Gumpert Melgosa
Periférica.
Cáceres, 2023.
Hay
ciudades que constituyen por sí mismas un género literario. Venecia, París,
Nueva York son quizá los ejemplos más característicos. Nápoles, “paraíso
habitado por demonios”, según tituló Benedetto Croce uno de sus libros, se
puede añadir a esa serie. Y la primera parte de Napátrida –un neologismo
poco afortunado que no reproduce el acierto del Napolide original--, que
da título al conjunto, es una de las piezas más singulares de la literatura
napolitana. Se trata de un texto breve –solo abarca unas cuarenta páginas--,
pero está escrito con una intensidad y una verdad que lo vuelve inagotable.
“Me fui de casa en 1968, a mis
dieciocho años, tras una infancia soportada como una cuarentena”. Erri de Luca marchó
de Nápoles con la intención de no volver, pero a Nápoles lo llevaba dentro. No
conoció el famoso mayo del 68 francés, pero sí los poco posteriores disturbios
romanos: “En los parques, el otoño del sesenta y ocho era pródigo en paz, en
tibiezas, en muchachas de paseo. En las plazas, el otoño estaba teñido del gris
de las unidades antidisturbios. Yo venía de una ciudad que me había enseñado la
densidad de las multitudes, la destreza para deslizarme en medio de ellas a
fuerza de regateos y salto. Me adaptaba fácilmente a otra que incitaba a
correr, a cargar, a huir hacia un espacio vacío. Se abría de par en par la
nada, el abismo entre las tropas irregulares y las oficiales”.
Los avatares de una vida escasamente
convencional, que lleva al autor de la militancia izquierdista a trabajar como
albañil o camionero, de conductor de vehículos humanitarios durante la guerra
de los Balcanes a los estudios bíblicos, se entremezclan en estas páginas con
la descripción de una ciudad amada y odiada, que le ha moldeado para siempre. A
Nápoles, a pesar de sus intenciones, volvería en 1980, para ayudar a la
reconstrucción tras un terremoto.
Como en el poema de Cavafis, la
ciudad iba con él donde quiera que fuera: “He leído a Nápoles a la luz de
Jerusalén y la he visto en Mostar entre las casas acribilladas, en las
magníficas y miserables caras de los musulmanes eslavos de la orilla este,
señores de otra época en medio de irreparables escombros y de muertos
enterrados en los jardines. En los enjambres de chiquillos he vuelto a ver a
los de mi infancia. Durante la incierta tregua de mayo de 1994, los niños de
Mostar oriental salían a las calles a buscar nuestras furgonetas. Correteaban
al sol de una guerra que, a lo largo de los meses, los había obligado a estar a
oscuras en gélidos sótanos”.
Como variaciones sobre temas
napolitanos pueden considerarse las páginas que completan el volumen, que no
siempre tienen la fuerza y la intimidad de la pieza inicial.
“Nervios” es un relato costumbrista
que vuelve del revés las anécdotas escolares de Corazón, el libro famoso
de Edmondo de Amicis; “Comedias”, al igual que “Totò” y “Eduardo,” nos remite
al teatro napolitanos; “Muelle de Mergellina” nos habla del aprendizaje de la soledad frente
al mar y el viento: “Es preciso haber vivido el ábrego para poder arrancarse de
allí sin dejar nada atrás. Había que llegar a la punta del muelle de Mergellina
con la sal en la garganta, de espaldas a la ciudad, con los brazos abiertos y
vacíos en forma de cometa, .pero sin cordel. A un muchacho le hace falta estar
empapado, no tener nada seco encima. Pocos jóvenes tienen la suerte de poder
contar con el extremo de un muelle para que los instruya en el arte de
desnortarse”.
No podía faltar el capítulo dedicado
al fútbol ni, por supuesto, a Maradona, recibido “como un regalo de América del
Sur, cual contrapartida de los millones de emigrantes que zarparon desde el
muelle de Beverello hacia el Río de la Plata”. Tampoco podía faltar el homenaje
a un periodista asesinado por la camorra, Giancarlo Siani. Ni el capítulo
dedicado al Vesubio: “El volcán es para nosotros más cierto que la estrella
polar. Estando dentro de sus casas, no todos los napolitanos saben indicar a
través del techo dónde está el carro de la Osa Mayor. Pero todos, en cualquier
habitación en la que se encuentren, saben con certeza dónde está el Vesubio. El
resto de la orientación desciende de ahí, pues el volcán es un faro plantado en
el sistema nervioso”.
“Habladurías” remite a la literatura
sobre Nápoles, ejemplificada con un relato de Conrad y unas páginas de Jünger,
escritas cuando se alojaba como huésped del Acuario en la Villa Comunale, que
representan los dos extremos de la visión de la ciudad: violencia y
deslumbramiento, suciedad y barroca maravilla.
Algunas de estas páginas descuidan
la intensidad expresiva para convertirse en simples artículos periodísticos. El
tono se recupera en el capítulo final, “Pasta”, que contiene una receta para
preparar la pasta, como no podía ser de otra manera,,y un escueto autorretrato
de hombre solo, y es a la vez un nada convencional cuento de Navidad.
Si amas Nápoles, no puedes perderte
este libro; si lo detestas, tampoco.
Felicidades por su último volumen, "Elogio de la cordura". Es usted un diarista, a la vez, ameno y de fuste. Observemos: "En literatura, el asentimiento intelectual no es lo mismo que estar de acuerdo. La literatura puede producirnos placer sin necesidad de que estemos de acuerdo con su contenido, debido a que reaccionamos favorablemente ante la fuerza o la gracia de una mente, sin reconocer la bondad de sus intenciones o conclusiones. Podemos sentir placer ante la fuerza de convicción de una mente, sin necesidad de juzgar la corrección o adaptabilidad de lo que dice" L.Trilling. Trilling define cómo yo reacciono a muchas -o algunas- de sus ideas. (Nota bene: Si no lo cree conveniente, no publique este comentario).
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Yo no estoy de acuerdo en todo con ningún escritor, por mucho que le admire. Y con alguno --Borges, por ejemplo-- en completo desacuerdo con sus ideas políticas.
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