miércoles, 24 de enero de 2024

Chispazos de inteligencia

 

De Lichtenberg a Kafka
Aforismos y apuntes alemanes
Edición e introducción de Fruela Fernández
Akal. Madrid, 2023.

Siglo y medio de aforismos y textos breves alemanes, los que van de finales del siglo XVIII a las primeras décadas del XX, de Lichtenberg a Kafka, dan para mucho. Hay nombres bien conocidos, como los que inician y concluyen la selección, o Goethe, Novalis, Nietzsche, de los que contamos con abundantes versiones al español, pero otros solo están al alcance del especialista y es en ellos donde se encuentran las mayores sorpresas.

Como no podía ser de otra manera, en una antología preparada hoy, se presta especial atención a las mujeres, y aquí aparecen Marianne Ehrmann, Rahel Varnhagen, Marie von Ebner-Eschenbach o Rosa Mayreder, que nos demuestran, por si hiciera alguna falta, que el feminismo no es cosa de ayer, aunque tardara en hacerse oír: “Cuando una mujer aprendió a leer, apareció en el mundo la cuestión femenina”, escribió Marie von Ebner-Eschenbach.

            Fruela Fernández, autor de la selección y la traducción, hace preceder a cada autor de una breve semblanza, en la que a unas pocas líneas biográficas añade una descripción del aforista que tiene mucho de aforística. Jean Paul, por ejemplo, comparte con Lichtenberg “la maravillosa capacidad del instante: el chiste revelador, el perfil que define, el ojo atento a lo imprevisto”. Alguna rara vez, sin embargo, resulta difícil compartir sus afirmaciones: “Kafka concluye la literatura e inicia lo incierto, donde aún seguimos”. ¿Desde cuándo lo incierto es lo contrario de la literatura? Y continúa: “Los aforismos de Kafka borran el género: deja de importar si estamos ante una reflexión, un apunte moral, un relato o una nota biográfica. El sentido queda abierto, de manera definitiva. La libertad puede resultar insoportable, pero ya no se irá”.

            Fruela Fernández es algo más que un estudioso y un espléndido traductor del alemán y de otras varias lenguas, es también un poeta y un observador reflexivo del mundo contemporáneo. Eso hace que De Lichtenberg a Kafka sea algo más que un libro de divulgación, con ser eso mucho; puede además considerarse obra propia del recopilador. Él lo explica en el prólogo: “El proceso de selección y el de traducción han ido aquí de la mano: antes de dar por elegido un texto, es necesario haberlo tanteado, haber comprendido cuánto en él se amolda a la nueva lengua y cuánto se queda en la corteza. Igual que ocurre con los poemas, la relación entre forma y sentido es tan estrecha en un aforismo que cualquier escisión es mortal: un aforismo alargado o parafraseado se convierte de inmediato en una frase más, tan irrelevante como las otras”.

            No siempre parece haber aplicado correctamente esas buenas intenciones, y así en ocasiones sentimos la tentación de convertirnos en colaboradores. Algunos de los aforismos de Goethe van entre comillas, no se nos explica por qué, y uno de ellos dice así: “Soplar no es tocar la flauta: también hay que mover los dedos”. No parece más que un torpe borrador de lo que podría ser un aforismo: “Para tocar la flauta no basta con soplar, también hay que saber mover los dedos”.

            Los textos breves –se aproximen al pensamiento, a la poesía, a la ocurrencia chistosa o al relato-- plantean un problema: requieren la colaboración del lector más que los textos de mayor extensión. La obviedad (en los clásicos) y el sinsentido (en los contemporáneos) son su Escila y Caribdis. A menudo no nos dicen nada, o nada significativo, en una primera lectura (ni en lecturas sucesivas, y no siempre es por culpa nuestra).

            Los buenos aforismos se nos quedan en la memoria para siempre, como el clásico de Lichtenberg: “Un libro es un espejo: si un mono se mira en él, no verá reflejado un apóstol”. O nos sorprenden con una obviedad en la que no habíamos caído: “Nadie sigue mirando un arcoíris que dura un cuarto de hora” (Goethe). O con una paradoja: “Cualquier libro que no se contradiga está incompleto” (Schlegel).

            Carl Gustav Jochmann (1789-1830) –una de las sorpresas de la antología--publicó de manera anónima la mayoría de sus textos, de carácter político. Olvidados cuando pasó su tiempo, fueron rescatados a principios del siglo XX por Walter Benjamin. Fruela Fernández describe la suya como una escritura de opuestos, “tensa y a la vez jocosa; espiritual, pero tocada siempre por la conciencia de lo material”. Sus reflexiones sigue siendo válidas: “Soportar ciertas cosas no exige una paciencia sobrehumana, sino más bien infrahumana: la del ganado”.

            Algunos aforismos parecen tan de ahora mismo que nos dejan la sospecha de si serán apócrifos: “Esta literatura moderna, con su olor a suplemento literario…” (Wilhelm Raabe).

            Muchas sorpresas hay en esta antología, y más de un viejo conocido al que siempre resulta grato reencontrar, como Heine o Karl Kraus, pero el primer lugar sigue siendo para Nietzsche, que no ha perdido nada de su actualidad ni de su capacidad de seducción. Uno de sus aforismos podría servir de lema a De Lichtenberg a Kafka: “Un libro como este no es para leerlo de seguido ni en voz alta, sino para abrirlo de golpe, sobre todo cuando se pasea o se está de viaje: uno ha de ser capaz de sumergir en él la cabeza y volver a sacarla y no encontrar nada familiar a su alrededor”.



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