miércoles, 29 de mayo de 2024

Poesía con notas


Luis Alberto de Cuenca
El reino blanco
Edición de Pablo Núñez Díaz
Reino de Cordelia. Madrid, 2024.

La evolución de la poesía de Luis Alberto de Cuenca no deja de resultar paradójica. Desde unos inicios herméticos y culturalistas, en la línea poética de los años setenta, ha pasado a convertirse en un poeta popular, con una difusión más propia de los que él mismo ha denominado “parapoetas”, y a la vez en uno de los más atendidos por la crítica universitaria. Tal hecho se corresponde con el carácter bifronte de su poesía, por un lado, llena de referencias cultas (acordes con la formación académica de su autor) y por otro próxima al lenguaje de la calle y a la cultura popular.

            Pocos autores han contado en vida con tal abundancia de reediciones y antologías. En la literatura española, quizá solo el hoy desprestigiado Campoamor pueda comparársele. Contra lo que pudiera pensarse, no es esa la única semejanza con el autor de las Doloras y Humoradas. Ambos bajaron el diapasón de la poesía, le quitaron los coturnos para ponerle zapatillas de paseo o de andar por casa.

En cuanto al prosaísmo y a la distensión poética, Luis Alberto de Cuenca llega a veces más lejos de Campoamor y comienza algunos poemas como si se tratara de un artículo periodístico o un apunte autobiográfico. En El reino blanco, encontramos abundantes ejemplos de ello. Así comienza uno de los poemas: “Y pensar que, después que yo me muera, / Foxá, que lleva muerto tantos años, / seguirá vivo en Cui-Ping-Sing, su obra / maestra, que escribió en el 38 / y dio a la luz un par de años después”. Difícilmente encontramos versos como esos en cualquier otro poeta, aunque no escaseen en Luis Alberto de Cuenca.

            La crítica académica, que suele ser acrítica, no acostumbra a entrar en estas cuestiones: el valor se les supone a los textos que estudia y todos están al mismo nivel. Hasta mediados del siglo pasado, los estudios universitarios solían dejar de lado la literatura contemporánea. En la universidad española, la primera tesis sobre un autor vivo, hasta donde llegan mis noticias, fue la que Carlos Bousoño dedica a la poesía de Aleixandre. Por esos años, otro doctorando, José María Martínez Cachero, tuvo que renunciar a ocuparse de las novelas de Azorín y sustituirlo por un poeta muy menor, pero del XIX. La situación ha cambiado, pero ahora casi estamos en el extremo opuesto. Y se aplican a obras contemporáneas herramientas filológicas más apropiadas para la literatura de otro tiempo.

            Una edición crítica resulta imprescindible cuando se trata de una obra que nos ha llegado en diversas versiones, manuscritas o impresas, ninguna de las cuales cuenta con el refrendo del autor. ¿Resulta necesaria en el caso de un autor vivo que cuida las ediciones de sus obras? Parece algo dudoso.

            Pablo Núñez Díaz, en su edición crítica de El reino blanco, ha tenido el buen criterio, de ofrecernos el texto limpio, sin llamadas a pie de página ni interrupciones aclaratorias, dejando las notas para el final. Si no una edición crítica, la reedición de obras contemporáneas necesita siempre un editor responsable: el autor no suele ser buen editor de sí mismo y con frecuencia deja pasar erratas y lapsus de una edición a otra. Un buen ejemplo de ello es este mismo libro, del que se había suprimido (al parecer por un error informático) el poema final en dos ediciones de la poesía completa del autor.

            Además de la minuciosa y precisa anotación de ediciones y variantes (como si se tratara de un clásico del Siglo de Oro), Pablo Núñez Díaz incluye algunas notas de otro tipo, que son las que mayor interés pueden tener para el lector común. La poesía de Luis Alberto de Cuenca, llena de explícitas e implícitas referencias culturalistas, se presta mucho a anotaciones enciclopédicas de este tipo, lo que explica en parte su éxito en el mundo académico.

            Las ediciones profusamente anotadas (dos o tres líneas de texto en la página y el resto ocupado por la nota) han perdido gran parte de su prestigio, hoy quedan como muestra de usos eruditos de otro tiempo (Francisco Rico hizo mucho por desterrarlos). A veces se confunde una edición crítica con una edición escolar, en la que se señala al estudiante la presencia de una hipálage o se le aclara quién fue Góngora. Al lector adulto, le sobran todas las aclaraciones que pueda encontrar con una simple consulta a Google o a cualquier otro buscador.

            En las notas a esta edición que no se refieren a variantes, nos parece que sobran unas y quizá falten otras. Si en el poema “La maleta perdida” encontramos el verso “tantas como los besos de los que habla Catulo”, no parece necesaria una nota que nos indique que se refiere al poema “Los besos” de Catulo (un poema, por cierto, sin título en el original). Ninguna nota lleva, en cambio, “Buscando el yo perdido”, que en los seis primeros versos parafrasea o cita (sin mencionarlos) a Quevedo, Cervantes, San Juan de la Cruz e incluso alude a una película de Garci. Tampoco se aclara en “Cuanto sé de mí” que ese es el título de un libro de José Hierro, publicado en el 58, y luego de sus poesías completas y que la cita que incluye Luis Alberto de Cuenca (“Tuve amor y tengo honor, / esto es cuando sé de mí”) coincide con la que Hierro toma de Calderón.

            Pero estas son precisiones de erudito que el lector, en la mayor parte de los casos, no necesita: el poema se sostiene sin ellas, aunque se enriquece cuando nos vienen a la memoria. Lo que conviene es ponerle en guardia contra cualquier intento de mitificación. No todo lo que publica Luis Alberto de Cuenca está al mismo nivel, no ya entre un libro y otro o entre una etapa y otra, sino en el mismo libro.

“Caprichos” se titula una de las secciones de El libro blanco. Como caprichos, ocurrencias, humoradas, a la manera de Campoamor, podemos considerar muchos de sus poemas, prescindibles unas veces, graciosos otras y no exentos otras de burbujeante frivolidad como de opereta: “¿De qué armario de diosa / mesopotámica / sale tu lencería / de seda grana? / --De un millonario, / que es quien ha renovado / mi vestuario”.

            No es posible ser sublime sin interrupción, como pretendía Baudelaire, ni poeta de verdad a todas horas. De los noventa poemas de El reino blanco pueden sobrar unos cuantos (el autor se muestra algo complaciente consigo mismo), pero a un puñado de ellos –yo me quedo, entre otros, con los epitafios a Joker y a Soseki, un perro y un gato, con la “Carta a los Reyes Magos” o con el becqueriano, y cernudiano, “Suspiro”, cada lector tendrá sus preferencias-- pueden aplicárseles las palabras de Horacio: “exegi monumentum aere perennius”, levanté un monumento más duradero que el bronce.

 

2 comentarios:


  1. "No es posible ser sublime sin interrupción, decía Baudelaire, ni poeta de verdad a todas horas."

    El problema con L.A .de Cuenca no es que escriba muchas chorradas pseudolíricas (eso le sucede a mucha gente), sino que las publique. Nadie, evidentemente, es poeta de verdad a todas horas, pero nadie está obligado de ridiculizarse públicamente publicando tonterías antipoéticas (muy inferiores a las peores de Campoamor) como ésta:

    Ya no quiero sudar rodeado de pingüinos.

    O ésta:

    me muero por tus proteínas,
    por tus aminoácidos

    O ésta:

    Llevabas un tatuaje en la barriga

    O ésta:

    Me dio un abrazo corto, pero intenso,
    [... ] un abrazo que podría
    darse sin brazos, porque pertenece
    a la categoría del conjuro
    y no a la escala de los achuchones.

    O ésta:

    Sé buena, dime cosas incorrectas
    desde el punto de vista político.

    O ésta:

    Sabes como la crema, como el azúcar
    como un desayuno de Sherlock Holmes.

    O ésta:

    No es el amor, como decía Dante,
    lo que hace que se muevan las estrellas,
    sino el calor de las mujeres. Basta
    con recoger el fuego que desprenden
    las nalgas de esa chica, alimentarlo
    con las llamas que surgen de la vulva
    de esa otra y tendremos una hoguera
    que, transformada convenientemente,
    pasará a convertirse en la central
    termoginética de nuestro barrio.

    ¿Y quién podría pensar leyendo este texto

    Cualquier lugar es bueno para el odio, hasta el supermercado. «¿Por qué compras esto en lugar de aquello? ¿Estás de oferta o qué? ¿Crees que estoy sordo y que no oigo las cosas que te dice el pescadero? Me aburro. No te aguanto. No te olvides de la botella de ginebra. ¡Ah, no, déjate de comida preparada! Aprende a cocinar como mi madre». «Cuando tú aprendas a comerme el coño».

    que se trata de un poema entero puesto en prosa? ¿Alguien puede decirme dónde se esconde la poesía en esas líneas? ¿En su vulgaridad final acaso?

    En cuanto a Baudelaire, nunca ha escrito lo que JLGM cita de él en el artículo, sino: "Le dandy doit aspirer à être sublime sans interruption. Il doit vivre et dormir devant un miroir."

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    1. Cualquier lugar es bueno para el odio y la envidia, Morales, incluso el blog de JLGM. Para chorradas, sus opiniones.

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