miércoles, 22 de octubre de 2025

Sin perdón

 

José Luis Piquero
Todo va a salir bien
(Antología poética 1989-2024)
Edición de Rodrigo Olay
Renacimiento. Sevilla, 2025.

En la poesía española actual, pocos poetas tan inconfundibles como José Luis Piquero. Desde sus primeros poemas, los de Las ruinas , le gustó adentrarse por terrenos poco frecuentados y, a pesar de los muy evidentes primeros maestros (Cernuda, Gil de Biedma entre los más reconocibles), pronto encontró una manera de decir, a la vez conversacional y enigmática, hiriente y lúcida, absolutamente inconfundible.

            Con el título, llamativo por inesperado, de Todo va a salir bien y la colaboración de Rodrigo Olay, autor del prólogo, reúne una amplia selección de su obra. Aquí están algunos de los poemas más impactantes. Es difícil salir indemne de esta antología.

            El título, según se nos explica en una breve nota, procede de “telefilms norteamericanos de los domingos por la tarde” donde, en los momentos más dramáticos, siempre habría un optimista que anunciaba “todo va a salir bien”. Siguiendo con el mismo campo de referencias, podríamos decir que una de las más llamativas características de la poesía de Piquero es que en ella nos habla “el malo de la película”. Un niño maltratado (recordamos el espléndido “Apunte biográfico”) que se convierte en un adulto maltratador, sobre todo de sí mismo. Caín y Judas son sus personajes bíblicos favoritos, especialmente el primero, que parece convertirse en su alter ego. “Gracias, odio; gracias, resentimiento; / gracias, envidia: / os debo cuando soy. / Lo peor de nosotros mantiene el mundo en marcha / y la ira es un don: estamos vivos”. Desde el humor, Fernández Flórez expresó una tesis semejante en su novela Las siete columnas.

            José Luis Piquero es un poeta que no gusta de engañarse ni de engañarnos sobre la condición humana. Las mentiras piadosas no son lo suyo. Desdeña la mentirosa moralina para adolescentes (véase su “Mensaje a los adolescentes”, escrito con la falsilla del “Discurso a los jóvenes” de Ángel González) o su “Intervalo de la Rosa”, diatriba contra el tópico símbolo de la belleza poética convencional, que para él está en las antípodas de la verdadera poesía.

            Pero junto a ese poeta “oscuro, atormentado” hay otro, el autor de un puñado de poemas memorables que hablan de los amores, las melancolías y los apasionamientos de la adolescencia. Es el caso de “Romeo en el internado” o “En el camping”, tan cinematográficos, tan Erick Rohmer. O de mi preferido, “Iván y Arancha en Praga”, que canta una fascinación por la andrógina belleza adolescente, por la inalcanzable felicidad que promete.

            No es el José Luis Piquero hímnico y jubiloso el más habitual. En los poemas inéditos que añaden a la antología, hay uno, “Luna de miel”, que parece querer resucitar ese tono. Pero ahora el poema muestra todos sus descosidos, incluso para el lector más desatento: quiere narrar un feliz viaje de novios, pero se pierde en detalles de un viaje anterior (incluso se narra un encuentro con el poeta Nuno Júdice); añade precisiones redundantes: “Yo quiero / ver pasar a los curas ya los novios / guapos como nosotros (sobre todo los novios)”; termina afirmando que en el poema no aparece “ni un solo monumento” porque siempre estuvo en los hombros, las piernas, las caderas de la mujer amada, siempre dentro de ella, sin ojos para otra cosa. Pero termina –un final anticlimático convertido en tic-- señalando que el hotel “no era muy allá”. O sea que el amor no le permitía fijarse en el Panteón ni en el Foro, pero sí en que el hotel no era precisamente un cinco estrellas.

            A la poesía le sienta bien una cierta oscuridad. Por eso José Luis Piquero tiende cada vez más al poema-enigma, aquel que parte de una situación concreta (sigue siendo un poeta realista) a la que ocultan audaces elipsis. Algunos poemas son así como adivinanzas de las que no acertamos a encontrar la solución. ¿De qué nos habla “Amenazando con hacerlo”? El título parece aludir a quienes practican el chantaje de la amenaza de suicidio. Los versos insinúan sin aclarar demasiado y eso –en algunos casos, no en todos-- les vuelve más eficaces: “Tú, pequeña hijaputa, debes ser muy feliz / compartiendo tu muerte con nosotros. / Gracias por tu regalo, recoger los pedazos y comer de tu cuerpo y beber de tu sangre, en una alianza nueva y eterna. Para redimir / el gran pecado de sobrevivirte no basta una vida”.

            Aviso para lectores sensibles: la poesía de José Luis Piquero a menudo hace daño. Tras los primeros poemas, que cantan la promiscuidad sexual a veces sin eliminar precisiones innecesarias (llamativas entonces) y otras de muy gozosa manera (“Cuatro” me parece uno de los más hermosos poemas eróticos que se hayan escrito en lengua española), se centra en las experiencias de pareja. Imposible leer “Historia de G.”, en la que toma la palabra la víctima, sin sentirse acongojado. En “Quemaduras” el poema, sin dejar de ser poema, se aproxima al análisis psiquiátrico: pocas veces se han elucidado mejor los gozos y las sombras del masoquismo.

            El prólogo de Rodrigo Olay –un poeta cuyo mundo está en las antípodas del de José Luis Piquero (si uno es “el malo de la película”, el otro es “el primero de la clase”), está escrito desde un entusiasmo crítico que no impide aciertos parciales, pero que le lleva a incluir textos menores y aceptar elogiosamente reflexiones más que discutibles sobre métrica. No hay que fiarse demasiado de lo que afirman los escritores acerca de su obra. El poeta, si lo es de verdad, no sabe lo que hace, aunque sepa hacerlo muy bien. Y el crítico está para explicárnoslo, no para parafrasear las buenas ideas del poeta sobre sí mismo. 





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