Cantar del
destierro
(Antología
1969-2019)
Jon Juaristi
Edición de Rodrigo
Olay
Renacimiento.
Sevilla, 2021.
Hay prólogos prescindibles; el de esta antología de Jon Juaristi, Cantar del destierro, no lo es.
Escrito con garbo estilístico, con buen conocimiento del autor estudiado y de
su entorno generacional, entremezclando sabiamente biografismo y formalismo,sin
perderse en las habituales vaguedades teóricas, constituye un modelo de lo que
deberían ser --y raramente son—los estudios académicos dedicados a la poesía
contemporánea.
Vayan por
delante estos elogios porque también convendría hacer algunas precisiones. Rodrigo
Olay, poeta y filólogo de excepción, se libra de muchas rutinas de los trabajos
curriculares, por lo general tan horros de ideas como grávidos de citas, pero
no de todas. Hablando, por ejemplo, de poetas que han influido en Jon Juaristi,
cita a Campoamor y a Borges. “Nada añadiré de Campoamor” nos dice del primero y
a continuación pone la referencia bibliográfica a un trabajo suyo sobre el
tema. Lo que convendría hacer es resumir lo que en ese artículo ha dicho y
remitir a él a quien quiera saber más. Otro error consiste en poner los textos rescatados
´--las aportaciones del editor-- al mismo nivel que el resto de la obra. Es lo
que hace Olay con dos curiosidades, el primer poema que publicó Juaristi (fue
en 1969 y en la revista Poesía española) y “Euskadi, 1989”, un poema que
Juaristi publicó en una antología mexicana de 1991 y que con buen criterio no
incluyó luego en ninguno de sus libros. Ambos textos deberían ir en un apéndice
sin interrumpir, como ahora hacen, la lectura cronológica.
Jon
Juaristi ha escrito un puñado de poemas memorables que no deberían faltar en
ninguna exigente selección de la poesía española contemporánea, pero no todo lo
que ha escrito es igualmente memorable. Junto al poeta, hay en él un versolari,
un virtuoso versificador, un erudito que juega a hacer versos, un ingenioso
improvisador de sobremesa. Y ese Juaristi menor parece ser el que más admira a
Rodrigo Olay, también él poeta, también él fascinado por los recursos retóricos
y las minucias métricas de la “vieja escuela”, que así titula su último libro
de poemas (Olay es poeta y filólogo a la manera de algunos grandes nombres de
la filología española). Eso explica que considere el romance “Adiós, muchachos”
–que tiene mucho de chiste alargado--
uno de los poemas “más creativos y brillantes” de Juaristi. O que se
pregunte retóricamente cuántos poetas serían capaces de escribir un romance de
cien versos con rima consonante “nada menos que en –ina”, como si eso fuera un
mérito.
Jon
Juaristi comenzó a publicar en los años ochenta, tras un pasado de poeta en
eusquera que quiso dejar oculto y del que ahora Rodrigo Olay nos informa.
Parece que los poemas iniciales de Diario de un poeta recién cansado fueron
escritos originalmente en esa lengua. Por cierto, el antólogo afirma que el
título correcto es Diario del poeta recién cansado y así lo cita
siempre, salvo curiosamente en la bibliografía del poeta. Contra lo que pudiera
pensarse, el eusquera no fue nunca para Juaristi sino una segunda lengua
esforzada y amorosamente aprendida y luego a menudo denigrada. Tuvo entonces un
momento vanguardista (formó parte de la Pott Banda con, entre otros, Bernardo
Atxaga y Joseba Sarrionandía), pero encontró su voz en la vuelta al realismo, a
las tradiciones y al lenguaje de la calle que caracterizó a la generación de
los ochenta –Luis García Montero Javier Egea, Vicente Gallego-- y al segundo
momento de la generación anterior, representado por poemas como Luis Alberto de
cuenca o Miguel d’Ors.
La poesía
de Juaristi, su gran poesía, la que no es afeada por los dudosos juegos de
palabras (el título del primer libro da la pauta), tiene varios tonos. Uno de
ellos recrea la lírica tradicional española sin que en ningún momento nos suene
a pastiche: “Río del tiempo / que cruza el alma / fluyendo siempre / desde el
mañana, / orillas mustias / por donde pasa / lánguida y lenta / su lengua el
agua…”
En otros
poemas se atreve a llevar al verso ideas que suelen tener habitualmente cabida
en la prosa. Ejemplar resulta, en este sentido, el poema “Comentario de texto”,
que vale por un estudio sobre cómo debe enseñarse la literatura sin dejar por
ellos de ser un comentario de texto a un poema de Guillén y una elíptica
evocación de uno de sus más queridos maestros. También a un maestro,
José-Carlos Mainer, se homenaje en “An Old Master” y lo que podría haberse
quedado en un poema de circunstancia se convierte en una lúcida reflexión sobre
la historicidad de la literatura.
Los poemas
familiares, a los hijos, a la abuela, al padre, a las viejas tías, tan ajenos
al ternurismo fácil, son otro de los logros de Jon Juaristi, que unas veces, a
la manera de Ángel González, utiliza el humor como una forma del pudor, y otras
no tiene inconveniente en mostrarnos su corazón al desnudo (y no “de cintura
para abajo”, que diría Gil de Biedma).
Los
autorretratos impiadosos son otra de las habilidades de Jon Juaristi. Pocos
poetas han expresado con tanta intensidad y con tanta verdad el sentimiento de
fracaso, de pérdida, de inutilidad que va unido a cualquier vida.
Nada más
contrario a la poesía pura que la poesía de Jon Juaristi. Sus versos están
llenos de nombres propios, de referencias históricas y literarias, de anécdotas,
de erudición, de pasión política.
Esta
última, que tiene que ver con su relación de amor-odio con Euskadi, y en la que
hay algo de la furia del converso, es la que más nos disuena, la que más hace envejecer
los versos, la que más discutible nos resulta. Como documentos para entender al
complejo personaje que es Jon Juaristi pueden resultar muy útiles poemas como
“Entre canes entrecanos” o ese virulento
desahogo que es “A degüello”, pero no parece que tengan lugar en una antología
de su obra, aunque se titule Cantar del destierro (un destierro, por
cierto, pródigo en cargos oficiales, que nada tuvo que ver con el de Ovidio).
Retórico y
poeta –y otras cosas—es Jon Juaristi. El retórico, amigo de los retruécanos
astracanescos (a veces parece heredero del Muñoz Seca de La venganza de don
Mendo), a menudo resulta un peso muerto en el poeta, pero cuando lo deja
volar libre le permite llegar más alto y más hondo que nadie.