José García-Vela
Hogares humildes (Obra poética)
Renacimiento, Sevilla, 2010
Edición y prólogo de Manuel Neila
El poeta asturiano José García-Vela era, hasta la fecha, poco más que un nombre en el índice de algunas antologías, una minúscula nota a pie de página en la historia del modernismo. Había publicado un único libro en 1909; el reconocimiento comienza a llegarle cuando la revista Mundial Magazine, que dirigía Rubén Darío en París premia un relato suyo, pero él no pudo conocer la noticia porque había muerto unos días antes, el 9 de junio de 1913. Tenía veintisiete años.
Solo ahora, gracias a la labor ejemplar de Manuel Neila, podemos conocer su poesía completa: Hogares humildes, aquel inencontrable libro de 1909, y Las huellas de los muertos, una obra inédita de la que se tenía noticia, pero que hasta el momento nadie –salvo quizá José María Martínez Cachero, que más de una vez se refirió a ella— había tenido ocasión de leer.
Manuel Neila resume en el prólogo las escasas noticias biográficas que de José García-Vela (hermano de Fernando Vela, el secretario de la Revista de Occidente) podemos disponer; sitúa su obra en el tiempo (reacción contra el exotismo y el decorativismo modernistas); compendia sus características, y nos ofrece limpiamente los poemas, sin notas a pie de páginas, sin pretender una edición crítica, que a menudo es la peor de las ediciones: la que continuamente nos interrumpe la lectura del texto para señalarnos antiguas erratas y torpes borradores.
Cumplido su trabajo, el editor se retira y nos deja ante los versos de García-Vela, elegantemente dispuestos en la página. La primera impresión –conviene reconocerlo para no engañar a los lectores— es que no han envejecido bien, que valen para el estudioso de la literatura pero no para el borgiano lector hedónico. Las flores del bien tituló José María Pemán uno de sus libros y podía titularse la obra completa de García-Vela. Pero las flores del bien suelen funcionar peor que baudelaireanas flores del mal.
El mismo año que García-Vela publica sus Hogares humildes aparece la primera edición de El mal poema, de Manuel Machado. En ambos casos hay una incursión en el prosaísmo, un volver la espalda a las princesas y los cisnes del primer Darío. Pero la reacción es totalmente distinta: Machado habla de prostitutas y de madrugadas etílicas, de bohemia y marginalidad; García-Vela comienza su libro con estos versos: “Esposa, dulce esposa, amante y buena, / Dios te bendiga como te bendigo: / eres casera y santa como el trigo, / como el casero aroma de la cena”.
En una primera impresión podríamos pensar que a García-Vela, como poeta, le sobró humildad (el adjetivo “humilde” lo repite hasta la saciedad: “en la blancura de la humilde mesa”, “como la sombra de la humilde estancia”) y le faltó audacia imaginativa y expresiva. Simpatizamos de inmediato con el personaje, pero los versos resultan en exceso bien intencionados y grises.
Ciertamente, la bondad no es un fácil condimento literario. Una buena persona, honesta y trabajadora, puede ser un excelente vecino, pero un aburrido protagonista de novela.
Pero si seguimos leyendo, si no nos echan atrás los adjetivos gastados, el constante recurso al patetismo, pronto nos ganará el encanto de estos versos que nos hablan de la felicidad del hogar, del regreso a la casa de la infancia tras la aventura americana (García-Vela emigró a Chile, donde había nacido su madre, en 1905), de su ciudad provinciana (a la que llama Vetusta, como homenaje a Clarín): “Surgió la luna en el azul del cielo. / Hubo luces de lago y de cristal. / Un ave negra dirigió su vuelo / hacia la torre de la Catedral. / Era el misterio en la ciudad. Caía / desde la blanca luna, gota a gota, / un hilo blanco de melancolía…”
José García-Vela era un poeta de verdad, no un versificador epigonal, ciertamente, pero no tuvo tiempo de ser un gran poeta. Incluso el precoz Juan Ramón Jiménez no pasaría de figura secundaria del modernismo si hubiera muerto a su edad (y Pedro Salinas o Jorge Guillén ni siquiera habrían publicado libro).
¿Significa eso que ha sido un trabajo benemérito e inútil rescatarlo del olvido? En absoluto. No solo las figuras mayores hacen una literatura; son necesarios además los buenos secundarios, que le den fondo y consistencia.
Abundan los versos de heridora melancolía en la obra de García-Vela: “¿No habéis sentido nunca la tristeza infinita / de estas humildes casas donde no suena un ruido?”. Uno de los poemas suyos que yo prefiero se titula “Azul”, como el libro de Darío, y nos habla de un viaje y de un puerto desconocido: “Amanece un azul, un extranjero día. / Acaba de llegar el barco a esta bahía / dormida, y silenciosa, y muda, que parece / un lago muerto, un lago ignorado. Amanece”. Entre gastados ecos neorrománticos, se atisba el poeta distinto y nuevo que pudo llegar a ser: “Estoy sintiendo un alma que no es mía”. Pero no pudo ser.
Hogares humildes (Obra poética)
Renacimiento, Sevilla, 2010
Edición y prólogo de Manuel Neila
El poeta asturiano José García-Vela era, hasta la fecha, poco más que un nombre en el índice de algunas antologías, una minúscula nota a pie de página en la historia del modernismo. Había publicado un único libro en 1909; el reconocimiento comienza a llegarle cuando la revista Mundial Magazine, que dirigía Rubén Darío en París premia un relato suyo, pero él no pudo conocer la noticia porque había muerto unos días antes, el 9 de junio de 1913. Tenía veintisiete años.
Solo ahora, gracias a la labor ejemplar de Manuel Neila, podemos conocer su poesía completa: Hogares humildes, aquel inencontrable libro de 1909, y Las huellas de los muertos, una obra inédita de la que se tenía noticia, pero que hasta el momento nadie –salvo quizá José María Martínez Cachero, que más de una vez se refirió a ella— había tenido ocasión de leer.
Manuel Neila resume en el prólogo las escasas noticias biográficas que de José García-Vela (hermano de Fernando Vela, el secretario de la Revista de Occidente) podemos disponer; sitúa su obra en el tiempo (reacción contra el exotismo y el decorativismo modernistas); compendia sus características, y nos ofrece limpiamente los poemas, sin notas a pie de páginas, sin pretender una edición crítica, que a menudo es la peor de las ediciones: la que continuamente nos interrumpe la lectura del texto para señalarnos antiguas erratas y torpes borradores.
Cumplido su trabajo, el editor se retira y nos deja ante los versos de García-Vela, elegantemente dispuestos en la página. La primera impresión –conviene reconocerlo para no engañar a los lectores— es que no han envejecido bien, que valen para el estudioso de la literatura pero no para el borgiano lector hedónico. Las flores del bien tituló José María Pemán uno de sus libros y podía titularse la obra completa de García-Vela. Pero las flores del bien suelen funcionar peor que baudelaireanas flores del mal.
El mismo año que García-Vela publica sus Hogares humildes aparece la primera edición de El mal poema, de Manuel Machado. En ambos casos hay una incursión en el prosaísmo, un volver la espalda a las princesas y los cisnes del primer Darío. Pero la reacción es totalmente distinta: Machado habla de prostitutas y de madrugadas etílicas, de bohemia y marginalidad; García-Vela comienza su libro con estos versos: “Esposa, dulce esposa, amante y buena, / Dios te bendiga como te bendigo: / eres casera y santa como el trigo, / como el casero aroma de la cena”.
En una primera impresión podríamos pensar que a García-Vela, como poeta, le sobró humildad (el adjetivo “humilde” lo repite hasta la saciedad: “en la blancura de la humilde mesa”, “como la sombra de la humilde estancia”) y le faltó audacia imaginativa y expresiva. Simpatizamos de inmediato con el personaje, pero los versos resultan en exceso bien intencionados y grises.
Ciertamente, la bondad no es un fácil condimento literario. Una buena persona, honesta y trabajadora, puede ser un excelente vecino, pero un aburrido protagonista de novela.
Pero si seguimos leyendo, si no nos echan atrás los adjetivos gastados, el constante recurso al patetismo, pronto nos ganará el encanto de estos versos que nos hablan de la felicidad del hogar, del regreso a la casa de la infancia tras la aventura americana (García-Vela emigró a Chile, donde había nacido su madre, en 1905), de su ciudad provinciana (a la que llama Vetusta, como homenaje a Clarín): “Surgió la luna en el azul del cielo. / Hubo luces de lago y de cristal. / Un ave negra dirigió su vuelo / hacia la torre de la Catedral. / Era el misterio en la ciudad. Caía / desde la blanca luna, gota a gota, / un hilo blanco de melancolía…”
José García-Vela era un poeta de verdad, no un versificador epigonal, ciertamente, pero no tuvo tiempo de ser un gran poeta. Incluso el precoz Juan Ramón Jiménez no pasaría de figura secundaria del modernismo si hubiera muerto a su edad (y Pedro Salinas o Jorge Guillén ni siquiera habrían publicado libro).
¿Significa eso que ha sido un trabajo benemérito e inútil rescatarlo del olvido? En absoluto. No solo las figuras mayores hacen una literatura; son necesarios además los buenos secundarios, que le den fondo y consistencia.
Abundan los versos de heridora melancolía en la obra de García-Vela: “¿No habéis sentido nunca la tristeza infinita / de estas humildes casas donde no suena un ruido?”. Uno de los poemas suyos que yo prefiero se titula “Azul”, como el libro de Darío, y nos habla de un viaje y de un puerto desconocido: “Amanece un azul, un extranjero día. / Acaba de llegar el barco a esta bahía / dormida, y silenciosa, y muda, que parece / un lago muerto, un lago ignorado. Amanece”. Entre gastados ecos neorrománticos, se atisba el poeta distinto y nuevo que pudo llegar a ser: “Estoy sintiendo un alma que no es mía”. Pero no pudo ser.
además muy bien ilustrado con la foto
ResponderEliminarOtro fantástico autor rescatado, como en su día el padre de Gamoneda (mucho mejor que el hijo). Quiero un ejemplar. ¿Cuál sería la mejor manera de obtenerlo desde Estocolmo?
ResponderEliminarLo mejor es solicitarlo a la editorial Renacimiento. Me alegra volver a entrar en contacto contigo después de los viejos y añorados tiempos de "Nada Nuevo".
ResponderEliminarJLGM
Soy sobrino nieto de José Garcia-Vela, y estoy emocionado al leer cosas de el.Un saludo.Alfredo.
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