jueves, 4 de noviembre de 2010

Philipp Blom: Tiempos de confusión



Philipp Blom
Años de vértigo.

Cultura y cambio en Occidente, 1900-1914
Anagrama, Barcelona, 2010



La nostalgia mitifica y falsifica. Tras la catástrofe de la Gran Guerra, de la Primera Guerra Mundial que aún no se sabía que era la primera, los años iniciales del siglo XX fueron vistos como una época feliz, como una continua danza al borde del abismo. Pere Gimferrer, en uno de los poemas de Arde el mar, expresó hermosamente esa idea generalizada: “Eran sin duda tiempos / —belle époque— más festivos, con la vivacidad burbujeante / de quien se sabe efímero”.
En Años de vértigo, fascinante máquina de viajar en el tiempo, Philipp Blom nos presenta un mundo bien distinto, más parecido al nuestro –a pesar del siglo que nos separa— que a las caricaturas que tenemos de él: “Entonces como ahora, en las conversaciones y en los artículos periodísticos se hablaba sobre todo del veloz avance de la técnica, de globalización, de los progresos en el ámbito de la comunicación y de los cambios que afectaban al entramado social; entonces como ahora, dejaba su sello la cultura del consumo de masas; entonces como ahora, la sensación de vivir en un mundo en imparable aceleración, de estar lanzándose a lo desconocido, era arrolladora”.
El pasado, antes de ser pasado, fue presente, esto es, confusión y cambio, desconocimiento de lo que había de venir. Para analizar los años que transcurren entre la inauguración de la Exposición Universal de París, en 1900, y el verano de 1914, Philipp Blom prescinde de todo lo que ocurriría después, trata de contárnoslo como lo vivieron quienes no podían ni imaginarse la locura asesina que muy pronto arrasaría las naciones más civilizadas de Europa.
En la fastuosa exposición con la que Francia quiso asombrar al mundo entramos de la mano de un profesor alemán que dejó constancia de la visita en el anuario de su instituto. Es la Francia que se enorgullece de su imperio colonial y que todavía vive las tensiones nacionalistas y antisemitas del affaire Dreyfus. Tras las fachadas historicistas, con sus cariátides y sus alegorías paganas, se esconden, como avergonzados de su fealdad, los nuevos dioses: máquinas poderosas, dínamos de doce metros de altura.
El recorrido, año a año, termina con el capítulo “1914: Un asesinato político”. Pero el asesinato político que llenó los periódicos, que apasionó a todo el mundo, no fue el del archiduque Francisco Fernando en la remota Sarajevo, sino otro ocurrido en París el mismo año: Henriette Caillaux, la mujer de Joseph Caillaux, ministro de Finanzas, entró en la redacción de Le Figaro y solicitó ver al director. Como no estaba, le esperó cerca de una hora. Cuando llegó, intercambió unas pocas palabras con él, luego sacó un revólver que llevaba oculto en su manguito de piel y le disparó cuatro tiros. Unos meses después, en julio, se celebró el juicio. Aquel asesinato tenía todos los ingredientes para que los periódicos aumentaran su tirada y la gente no hablara de otra cosa: adulterio, escándalos políticos, una posible traición a la patria. ¿Quién se iba a preocupar demasiado por el desgraciado asunto de la muerte del archiduque a manos de un exaltado nacionalista serbio?
Años de vértigo es un libro de historia que está lleno de historias, que nos lleva de la revuelta rusa de 1905 al adormecido, y sin embargo en ebullición, imperio austro-húngaro. Por sus páginas cruza Leopoldo II, el rey belga que aspira, con muchas posibilidades, al puesto de mayor genocida de la historia, y quienes desvelaron el siniestro engranaje del Estado Libre del Congo, especialmente Roger Casement (que acabaría ahorcado) y Edward Morel. El emperador de Alemania, el káiser Guillermo II, protagoniza muchas páginas. Ilustrativa resulta su relación con Philipp Eulenburg, abogado y diplomático de carrera, a quien nombró príncipe. Lo había conocido en una cacería y muy pronto su casa de campo en Liebenberg acabaría convirtiéndose en el lugar de retiro favorito del emperador, “encantado de tener compañía sencilla, largas conversaciones y noches con amigos apiñados alrededor del piano mientras el anfitrión tocaba sus propias composiciones y él pasaba con entusiasmo las páginas de las partituras”. Guillermo II consideraba a Eulenburg su “único amigo del alma” y este calificó esa amistad como “un resplandor en mi vida”. Serguéi Witte, ex primer ministro ruso, tras visitar al emperador en la casa de campo de Rominten escribió: “Me sorprendió especialmente la actitud del emperador para con Eulenburg. Se sentó en el brazo del sillón del príncipe, con la mano derecha apoyada en su hombro, como si lo abrazara”. El final de aquella hermosa amistad resultaría tan trágico como involuntariamente cómico.
PhilippBlom se ocupa lo mismo de la gran historia que de la pequeña historia, y no deja de lado la historia de la cultura: domina el arte de la síntesis sin incurrir en la simplificación. Hace también psicoanálisis de la época: “Cuando las mujeres se volvieron más enérgicas y parecieron asumir nuevos papeles, los hombres se pusieron inmediatamente a la defensiva”. Y de ahí el culto a la virilidad y a la fuerza: “Entre 1900 y 1914 hubo más duelos y más uniformes en las calles que en los treinta años anteriores; los bigotes eran más grandes; los culturistas tenían más músculos, y los acorazados, cañones impotentes. Había coches de carrera y se batían récords de velocidad; nacieron los héroes de los deportes y se publicaba un sin fin de anuncios de cinturones eléctricos y otros remedios para la pérdida de ‘vigor masculino’”.
Un culto a la virilidad que a veces da la vuelta de forma esperpéntica, como cuando los enemigos políticos de Eulenburg (celosos de su influencia sobre el emperador) filtran a la prensa lo que era un secreto a voces. Y el aguerrido y militarista Guillermo II se entera entonces de que el lugar donde se encontraba más a gusto era un círculo de homosexuales.
Tras leer a Philipp Blom comprendemos que cualquier época pasada, antes de su simplificación en la memoria y en los manuales, fue tan compleja y tan contradictoria y tan indescifrable como el presente, “ese extraño país / donde todo sucede de manera distinta”.

2 comentarios:

  1. La entrada, tan sugestiva, inteligente e informada como de costumbre. Gracias.

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  2. (Entre paréntesis: no serían los "culturalistas" los que tenían más músculos; serían los culturistas.)

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