jueves, 23 de diciembre de 2010

Isabel Escudero: De todos y de nadie


Isabel Escudero
Nunca se sabe
Pre-Textos, Valencia, 2010


La poesía popular ha inspirado mucha gran poesía: recordemos, por citar solo un ejemplo, a los hermanos Machado, hijos de uno de los primeros folcloristas españoles, Antonio Machado y Álvarez. Los poemas de Isabel Escudero –los de su último libro, los de todos sus libros—s indica la nota preliminar, “en los juegos de sabias polimetrías, asonancias y otros trucos que de la poesía anónima nos han quedado”. Siguiendo a su maestro y mentor, Agustín García Calvo, considera que el pueblo, “al no ser nadie, es el solo dueño de la lengua viva”.
Lo que Isabel Escudero considera “el pueblo” –término ambiguo y confuso donde los haya— es la sociedad rural extremeña en que vivió su infancia. Las coplas, los cantes y los dichos que oyó entonces resuenan continuamente en sus versos. El uso y abuso del diminutivo remite quizá a lo que de infancia recuperada hay en estos poemas: “Niñez lejana: / de chiquita que era / hoy me llena la casa”.
Pero no solo hay neopopularismo (a ratos un tanto artificioso) en Nunca se sabe. Una de las secciones del libro se titula “Farolillos y candiles” y la breve nota que lo explica sirve para aclarar tres de las cuatro direcciones en que se mueve el libro: “Los farolillos son coplas breves con cierto carácter oriental que recuerdan en tono y tema a los haikus, pero en variantes acopladas de rimas generalmente asonante y las medidas de nuestras coplas tradicionales. Los candiles, coplas breves de corte andaluz que recuerdan a las de los varios palos del flamenco; y otras veces a coplas y sentencias castellanas al estilo de Dom Sem Tob”.
Ejemplos de “farolillos”: “Pradera blanca: / la vaca con su aliento / deslíe la escarcha”, “Calentura del ocaso ardiendo / entre las ramas / del saúco enfermo”. Ejemplares resultan las versiones propias de haikus clásicos, como los de Issa Kobayasi: “Viejo y soltero: / por el roto de mi manta / se cuela febrero”, “Con el deshielo / un río de niños / inundó un pueblo”. Isabel Escudero, como antes hicieron los poetas de los años veinte, adapta el haiku a la tradición española, sin tratar de mimetizar unas fórmulas métricas y expresivas. No es extraño por eso que algún presunto haiku de Issa remita más bien a García Lorca. “El jilguerillo / para herir al sol / trina amarillo”, escribe Isabel Escudero; y Lorca: “Escucha el débil trino / amarillo / del canario”.
No faltan las adivinanzas en esta, a veces solo presunta, recreación de la poesía popular: “Dos cosas tengo yo / que no costaron un céntimo: / una es negra y va por fuera, / otra blanca y está dentro: / una la perderé un día / y con ella yo me pierdo, / y entonces será la otra / la sola cosa que os dejo”. La solución viene indicada al final: se trata de la sombra y el esqueleto. Algunas de estas adivinanzas, concisamente memorables, merecían hacerse populares: “Ni sale / ni entra; / se mueve / y está quieta”, “¿Cómo se llama este juego / que solo por jugar / ya pierdo?”.
Dos secciones del libro interrumpen esta sucesión, a ratos un tanto monótona, de formas breves: “Flor de vejez” y “De las mujeres”. La primera comienza con una recreación de “Anímula vágula, blándula…”, el famoso poema atribuido al emperador Adriano: “Seas tú, almita mía, / como flor del azafrán, / tan poca cosa, que apenas / a ras de tierra naces, / en manos de mujeres / te deshaces. / No sepas tú cuánto sabor / deja tu huella / donde quiera que desmenuzándote / te me mueras”. No es el único caso en que se recrea un poema ajeno. “Los ojos de las rosas” ofrece una versión, menos afortunada que el original, del cernudiano “Los espinos”: “Verdor nuevo los espinos / tienen ya por la colina, / toda de púrpura y nieve / en el aire estremecida. / Cuántos ciclos florecidos / les has visto; aunque a la cita / ellos serán siempre fieles, / tú no lo serás un día”. El poema de Isabel Escudero, deliberadamente menos rotundo, como deshilachado, dice así: “Mira otra vez el rosal florido, / abiertos ya los ojos de las rosas / que te miran ahí pasmada. / Habrá un día en que faltes a la cita, / y ellos ahí seguirán abriéndose / sin ti, los ojos de las rosas”. Al Antonio Machado de Soledades se remite –a veces con la explicita inclusión de algún verso: “¿Y ha de morir conmigo…?”— en otros casos. De fantasmas y de muertos familiares y de la muerte que acecha hablan estos poemas doloridos y en voz bajan que en ocasiones no dudan en bordear la falacia patética ni desdeñan el toque costumbrista.
“De las mujeres” comienza con un homenaje a Safo (“Safó” escribe ella siguiendo la pedantería de su maestro) y, aparte de bien humoradas muestras de poesía erótica (“Le alzó las faldas / para tocar el misterio, / pero el misterio / dejó unas plumitas / y alzó el vuelo”), incluye una “Guirnalda de flores y frutas” que no habría desdeñado firmar alguno de los poetas de la Antología palatina.
Como un centón inagotable este Nunca se sabe de Isabel Escudero, que no escasea en trivialidades, excesivas familiaridades y algún ternurismo prescindible, pero que casi en cada página nos ofrece un hallazgo memorable, una punzante, dolorida maravilla. ¿Habría sido mejor que la autora filtrara críticamente las “coplas, versos, proverbios, acertijos o canciones que se le escapan a rachas al menor tropiezo”? Tal vez sí. Pero corríamos el riesgo de dejar fuera, entre las piedrecillas, algún diamante. Nunca se sabe.

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