martes, 16 de octubre de 2012

Del nacionalismo vasco al nacionalismo español: Unamuno y Juaristi


Jon Juaristi
Miguel de Unamuno
Taurus / Fundación Juan March
Madrid, 2012


Ningún personaje es de una pieza, y Unamuno no resulta una excepción. De las muchas piezas que conforman su figura, las que menos le interesan a su más reciente biógrafo son precisamente las literarias. Jon Juaristi, poeta, despacha la poesía de Unamuno en unas pocas desangeladas líneas y solo cita íntegro un soneto, pero no por sus valores poéticos, sino porque puede considerarse “como una breve ejecutoria de hidalguía que actualiza, de modo no completamente irónico, el tema original de la nobleza originaria de los vizcaínos, ilustrándolo con el ejemplo de la familia Jugo”.
            Claro que si el vasco Unamuno es un personaje complejo no lo es menos su biógrafo, el también bilbaíno Jon Juaristi, que comenzó militando en la juventud nacionalista fundadora de ETA (y fue encarcelado por ello), que ocupó cargos durante el gobierno socialista de Euskadi y que luego se convirtió en el más eficaz ariete de la derecha contra el nacionalismo vasco hasta acabar en Madrid a las órdenes de Esperanza Aguirre. Y en medio queda una conversión al judaísmo que lo convierte en caso único entre los intelectuales españoles.
            A Jon Juaristi la obra literaria de Unamuno parece interesarse tan poco que comete errores de bulto: “Durante los primeros años del siglo. Miguel consolidó su prestigio como hombre de letras, no tanto en la novela, como en la poesía y, sobre todo, en el teatro”. ¿El prestigio de Unamuno en los primeros años del siglo se debía a su teatro? Qué disparate. Pero si no estrenó su primera obra hasta 1909, sin mayor éxito, y apenas le interesaba el teatro sino como un medio de conseguir dinero… según explica muy bien el propio Juaristi unas líneas más adelante.
            La más original de las peculiares opiniones de Juaristi (el estilo de Borges es deudor del de Menéndez Pelayo, por ejemplo) es la que considera El resentimiento trágico de la vida, la obra póstuma e inacabada de Unamuno, como “un gran poema modernista (en el sentido europeo), comparable a los mejores poemas del modernismo de entreguerras. Poemas como The Waste Land, de Eliot, donde, para decirlo con palabras de Feal Deibe, las ideas no hacen más que abocetarse y se salta sin transición de unas a otras”. Una opinión sugerente, sin duda, pero que no se acierta a desarrollar. Tras señalar que “lo que el autor cree escribir no determina el género de lo escrito” (“Notas sobre la revolución y guerra civil españolas” subtitula Unamuno su texto, y eso es lo que es), añade: “Fernando de Rojas creía escribir una tragicomedia y escribió una novela, Cervantes creía escribir un libro de caballería para acabar con los libros de caballerías y escribió una novela, James Mcpherson creía escribir una poema épico y escribió una novela, como advierte Hegel”.  Pues diga lo que diga Hegel el Fingal y los otros poemas gaélicos que Mcpherson atribuyó a Ossian no son más novela que la Ilíada o la Eneida y los libros de caballería son novelas (¿qué si no?) y si Fernando de Rojas creía escribir una tragicomedia eso fue lo que escribió.
            Pero estos detalles no disminuyen la importancia del volumen. Tampoco otros, muestras del no siempre fino humor de Juaristi (familiar a los lectores de sus poemas) o de la aproximación que a veces establece entre su biografía y la del biografiado. La famosa crisis que Unamuno padeció la noche del 21 al 22 de marzo de 1897 y que tan trascendental resultaría en su obra, según la mayoría de los estudiosos, la reduce a algo que conoce bien, “un vulgar ataque nocturno de pánico precedido de insomnio, con sudoración, disnea por hiperventilación y ligeras molestias en el pecho que el sujeto percibe como anuncio de inmediato infarto. Frecuentemente tiene secuelas fóbicas engorrosas que desaparecen al cesar la situación de estrés que lo causó. Como el número de los que lo padecen alguna vez en su vida se va acercando a la suma total de la población del planeta, los servicios hospitalarios de urgencia disponen hoy de ingentes cantidades de benzodiacepinas para despejar los pasillos y permitir el tránsito de heridos en accidentes de moto y peleas de discoteca, pero este tipo de recursos no existía a finales del siglo XIX”.
            ¿En dónde reside la importancia de este libro a pesar de sus salidas de tono? A Jon Juaristi, más que la literatura, le interesan la filosofía y la historia, especialmente la historia del nacionalismo. El surgimiento del nacionalismo vasco lo conoce mejor nadie, pero también ha estudiado con igual finura de análisis el nacionalismo español. La toma de partido en contra de uno y a favor del otro (la misma de Unamuno) casi nunca le resta valor y objetividad a sus análisis. Ni siquiera a Sabino Arana se le caricaturiza demasiado (y apenas tiene importancia el que, en la bibliografía, aluda a Alfonso Guerra como “político desaprensivo”). Parafraseando sus anteriores afirmaciones, podríamos decir que ha creído escribir una biografía y ha escrito una apasionante novela de ideas. El personaje de Unamuno a veces parece convertirse en solo un pretexto, y no siempre sale bien parado: ninguna de sus pequeñas miserias se atenúa. Es un ejemplo de intelectual que cree dirigir la historia y que en realidad es zarandeado por ella. Vivió de niño, como unas largas y apasionantes vacaciones, el cerco de Bilbao por los carlistas y la nostalgia de aquellos años le llevó a desear otra guerra civil, metafórica o no, que regenerara la vida española. La tuvo al final, como es bien sabido. Pero no fue precisamente la que él había soñado y con tanto fervor apoyó en un principio. Le salvó al final el discurso del Paraninfo, valeroso o temerario gesto al que Juaristi añade nuevos matices deducidos de la fotografía en que se ve a Unamuno abandonando la universidad. “Un bel morir tutta una vita onora”, como dice el conocido verso de Petrarca. 

2 comentarios:

  1. Permíteme, José Luis, una precisión que no quiere distraer del valor de tu entrada: se trata de mi propia conversión al judaísmo en 1979, algo que se registra en mis diarios "Los que cruzan el mar" y se trasvasa en una "nouvelle", "De tu boca a los cielos". Para alguna corriente del judaísmo la cuestión de si se es (o no) converso es en realidad irrelevante, hasta el punto que se le considera más judío que al que lo es de nacimiento. Acabo de empezar el libro del amigo Juaristi y ya puedo apreciar que la erudición y la ironía hacen inaplazable su lectura.

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  2. El caso de Juaristi no es tan singular como yo creía. Gracias por tu testimonio, amigo José Carlos, mi compañero de viajes a Jerusalén.
    "Todos los poetas son judíos, / todos nacen con una estrella en la frente", escribió Marina Svietaieva. O sea, que no estamos tan distantes.

    JLGM

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