¡Haz reir, haz reir!
Vida y obra de Enrique
Jardiel Poncela
Víctor Olmos
Renacimiento. Sevilla, 2015.
El teatro es el
género literario más perecedero y el de Enrique Jardiel Poncela no parece haber
resistido demasiado bien el paso del tiempo, al contrario de lo que ocurre con
su chispeante obra menor --la recogida, por ejemplo, en El libro del convaleciente y Exceso
de equipaje-- y con sus libérrimas novelas, especialmente con La tournée de Dios, que no ha perdido
nada de su pungencia provocadora.
De la mayoría de las obras teatrales
de Jardiel Poncela estrenadas durante la posguerra nos queda el ingenioso o
llamativo título --Los ladrones somos
gente honrada, Cómo mejor están las rubias es con patatas-- y poco más.
Difícilmente resisten la representación y apenas si alguna réplica salva el
interés de la lectura.
Hizo todo lo posible Jardiel por
acomodar su irreverente talento a la pacata sociedad franquista, pero fue en
vano: sus estrenos acabaron siendo una estrepitosa sucesión de fracasos.
Pero era todo un personaje, y ese personaje
no ha perdido capacidad de seducción. Tras varios ensayos biográficos, firmados
por su hija Evangelina o por los que fueron sus más cercanos discípulos, Víctor
Olmos nos ofrece la que pretende ser la primera biografía completa y no
limitada por la cercanía afectiva.
¡Haz
reír, haz reír! (el título, no sé si muy afortunado, procede de una canción
de Donald O'Connor en la película Cantando
bajo la lluvia), bien documentada y muy generosamente ilustrada, resume la
trayectoria literaria de Jardiel Poncela, de la que él mismo fue un eficaz
analista en los extensos prólogos que gustaba poner a la recopilación de sus
obras, y nos desvela algunos enigmas de su complicada vida sentimental.
Jardiel Poncela siempre presumió de
su éxito con las mujeres, un éxito que paradójicamente constituyó la gran
tragedia de su vida. Al menos eso cuenta en “Misterio femenino”, peculiar
ensayo de autobiografía erótica que escribió en 1945 y que no se publicaría
hasta después de su muerte, de acuerdo con sus indicaciones: “Mi vida amorosa
no ha sido hasta hoy mismo más que una sucesión de renuncias voluntarias. De renuncias
a mujeres espléndidas; de renuncias a
mujeres capaces de haber esclavizado a todo hombre; de renuncias a mujeres que en todo caso hubieran sido espléndidas para
cualquiera; pero de mujeres que no satisfacían mi deseo y mi ansia: de mujeres
que no reunían los tres 100 x 100
anhelados y buscados por mí”. Lo que buscaba era la que él denominaba mujer cúbica, esto es, la que reunía “un
100 por 100 de belleza, un 100 x 100 de inteligencia y un 100 x 100 de
sexualidad”.
Después de muchas aproximaciones –en
el poema “La lista” hace el recuento de sus amantes-- creyó encontrarla por fin
una tarde de septiembre de 1943 en Barcelona: “No la vi más que un instante y
ya comprendí su decisiva influencia en mi vida. Pasó por la calle, delante de
mí, que estaba sentado en la terraza de un café, y no ha habido electrocutado
que haya recibido la descarga eléctrica que recibí yo al verla. Levantarme como
un rayo, detenerla, cogiéndola por un brazo sin considerar nada y decirle allí
mismo, en la acera, desatinado y febril, cuanto pasaba por mí, fue simultáneo.
Y amarla, instantáneo; y hacerla mía, lo que se tarda en alquilar una
habitación”.
Ningún don Juan más seguro de sí
mismo que Jardiel si hemos de creer su palabras (escritas para publicarse
póstumas, no lo olvidemos): “En cuando a preguntarla si yo le gustaba, y si
ella aceptaba, ni pensé en hacerlo, ni recuerdo haberlo hecho casi nunca, pues
de siempre sé que sí, como sé que mis pulmones funcionan y como sé que todo
primer acto va a aplaudirse. Y en efecto, yo le gustaba, y ella aceptaba, y
pronto me amaba cuanto era capaz de amor...”
Juntos se fueron a América, en una
gira que él pensaba triunfal y que resultó un fracaso (en parte por la
animadversión de los exiliados republicanos), y con ella vivió los mejores días
de su vida hasta que se dio cuenta de que no era la mujer cúbica que él buscaba y decidió separarse de ella: “Esta renuncia ha sido la peor de todas; ha
sido horrenda, porque física y sexualmente aquella mujer estaba –y sigue
estando— metida dentro de mi propia piel; porque era mi agua y mi pan; porque
aquella maravillosa criatura era toda la luz de mis sentidos, y porque sin ella
el mundo estaba para mí a oscuras. Y siento todo así, yo renuncié y provoqué un rompimiento”.
Por la biografía de Víctor Olmos
sabemos que las cosas no fueron tan inverosímiles como nos la cuenta Jardiel,
como quizá se las contaba a sí mismo. La mujer que le deslumbró una tarde en
Barcelona y a la que dio trabajo como actriz en su compañía, tras el fracaso de
aquella avantura teatral, le abandonó en Buenos Aires por un exitoso boxeador.
Evangelina Jardiel, hija de otra mujer que también le abandonó, se ha referido
a “su angustia el día de embarcar hacia España, esperando hasta el último
momento que ella apareciera, y su desolación cuando el barco le iba alejando de
Buenos Aires y de ella”.
Jardiel Poncela, el más brillante de
los discípulos de Ramón Gómez de la Serna, quien supo aprovechar como ningún
otro, en su vida y en su obra, los nuevos aires que había traído la vanguardia,
las libertades republicanas, en la guerra civil se puso decididamente del lado
de los sublevados. Más de una vez declaró su admiración por Franco y el nuevo
régimen, que sin embargó prohibió sus novelas y solo toleró una obras de teatro
escritas ya con una vigilante autocensura. “Yo he escrito siempre el teatro de
una manera y la novela de otra diferente”, declaró en “Misterio femenino”,
mostrándose y ocultándose como hace siempre en esas páginas. “En las novelas he
dejado correr mi rabia. En las comedias no la he dejado aparecer, porque le hubiera sido antipática a la sensibilidad
sui generis del público teatral”. Olvida añadir que las novelas --y lo más vivo
de su obra-- fueron escritas en una época de libertad mientras que la mayor
parte de su teatro en tiempos en que le habían puesto plomo en las alas.
La vida de Jardiel está llena de
paradojas, como sus aforismos –él los llamó “máximas mínimas”--, en muchos
casos no menos memorables que los de Oscar Wilde. Víctor Olmos nos cuenta esa
peripecia biográfica en una prosa clara, que procura atenerse a la documentación,
sin recurrir a la imaginación para llenar los huecos, lo que es muy de
agradecer, y a la vez hace un análisis de sus principales obras con abundantes
citas. ¿Haz reír, haz reír! es
también una excelente antología, la mejor introducción a un escritor, que se
quiso ante todo autor teatral, y que por diversas razones quizá no diera en el
teatro lo mejor de su talento.
A mí me parece buenísimo en "Eloísa..." o en "Cuatro corazones..." No solo el ingenio, sino también los temas como la identidad y el tiempo. Me fascinan algunas metáforas escénicas de Jardiel, como el personaje que vive en la cama y al que hay que llegar a través de un laberinto de muebles; o el salvaje que cruza el escenario en cualquier momento, ajeno a la trama y al lenguaje.
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