El hundimiento
Manuel Vilas
Visor. Madrid, 2015
No sé si alguien ha
caído en la cuenta de lo mucho que tienen en común los programas televisivos de
máxima audiencia, los reality, con el
género literario de la autoficción, que
tan de moda se puso a la par que ellos. En ambos casos se juega con los
límites entre la realidad y la ficción, entre lo espontáneo y lo guionizado.
Mucho de reality show tiene la segunda etapa de la poesía de Manuel Vilas,
la que le ha convertido en uno de los poetas más reconocidos y premiados del
momento. Antes de la publicación de El
cielo (2000), era un autor cuya discreta poesía neocernudiana pasaba sin
pena ni gloria. A partir de ese libro, sustituyó el educado tono menor por el
grito, la sutileza por la brocha gorda y los índices de audiencia crecieron de
inmediato. Cito un fragmento de un poema en que nos cuenta su visita a Lourdes:
"Cené en Mc Donald's, porque en Lourdes hay Mc Donald's, / una buena
hamburguesa con patatas fritas, y un vaso / de coca cola con hielo, treinta y
cinco / francos, comí al lado de monjas, postulantes, novicias y creyentes. /
Yo, un hombre solo, una mano en la hamburguesa, / en la otra una patata, larga
y amarilla, fina y quemada, / un turista absurdo, un tipo que viaja / a los
confines morales de este mundo blanco; la mano se corona / con un rosario o con
una navaja, tal vez con las dos cosas juntas".
El autor se convierte en personaje
--Gran Vilas se titula su anterior
libro de versos--, un personaje que llora, grita, filosofa, se desnuda, se
desespera, se emborracha ante el lector. No es nada nuevo, por cierto, este
tipo de poesía: Walt Whitman no dudó en titular "Canto a mí mismo"
una de las secciones de sus Hojas de
hierba. Lo novedoso es la estridencia, la falta de matices, la voluntaria o
involuntaria comicidad.
Abundan en El hundimiento, como en toda la poesía de Vilas (también exitoso
novelista), los poemas que cuentan una historia, siempre tremebunda. En
"Orange", la protagonista quiere abandonar a su familia y queda con
el amante en una cafetería (lleva en el coche "dos maletas y el
portátil"), pero este no aparece: "Volviste a casa y tu marido te
rompió la cara. / Te dio una bofetada salvaje que te dañó el oído / y no oías
los insultos, / eso te ahorraste". Sigue luego la sucesión de desgracias
(que yo copio sin marcar la diferencia entre los versos): "Aquella noche
dormiste en un hotel barato del centro. Pero no podías dormir. Bebías más. Te
quedaste dormida por efecto del alcohol y a las tres horas te despertaste con
un ataque de pánico. Tu marido dijo que no volverías a ver a tu hijo. Llamaste
a una amiga, que no ayudó. Al día siguiente acudiste a tu trabajo, y a los tres
días tu jefe te despidió. Dijo que no quería mujeres desesperadas en su
empresa". Despido improcedente se llama esa figura.
Otras historias son quizá
alegóricas. En "Los nadadores nocturnos", todos los días va a nadar
al gimnasio un grupo del que el hablante del poema forma parte. Están allí
hasta que cierra. Luego van emborracharse a un bar "regentado por chinos
casi muertos, / después de haber nadado hasta el agotamiento". No se
hablan. Los versos finales dicen así: "Siempre estamos esperando / que
alguno no venga nunca más, / pero resistimos como hijos de perra, / todo un
misterio de los nadadores nocturnos". Todo un misterio ciertamente.
Pero la mayoría de los poemas de El hundimiento tienen un tono de
desgarrada confesión personal. No parece haber mucha literatura en el titulado
"974310439" --un número de teléfono--, dedicado a la muerte de la
madre: "Quien me trajo al mundo se ha ido hoy del mundo. / Ella, que me
llamaba a todas horas, para saber de mí".
Los poemas de El hundimiento están llenos de pequeños detalles que pretenden dar
verosimilitud y realismo al poema. A menudo son precisamente esos detalles, que
se pretenden exactos, los que nos hacer ver que estamos solo ante una fórmula
aplicada un tanto mecánicamente. Un ejemplo. En el poema "1980"
compara su vida, a los cincuenta y un años, con la del padre cuando tenía la
misma edad: "Salimos los dos al mismo tiempo y montamos / en sendos
automóviles, / el mío tiene música y el tuyo solo radio, / tu Seat 1430, y tal
vez sea esa la única diferencia". ¿Qué radio es esa en la que no se emite
música?
Es fácil caricaturizar la poesía de
Manuel Vilas. Qué inverosímiles los neonazis de “El IV Reich”, qué ridículo su
lamento porque Azorín, Baroja, Machado, Lorca, Unamuno no hubieran sino unos
borrachos (“Red, red wine”).
Y sin embargo, a pesar de todo, es
difícil escapar a la fuerza de algunos de estos poemas –“Spiritual”, por
ejemplo--, hechos quizá más para ser declamados que para la lectura silenciosa
y atenta. Emocionarse con estos versos, y emocionantes son muchos de ellos,
requiere poner a un lado el espíritu crítico, lo mismo que cualquier reality. “Sangra la ficción por todo mi
cuerpo”, nos dice en “Spanish dream”, y a veces es sangre verdadera. Pero
leemos, en el mismo acumulativo poema, “España, pensé en pasar de ti, pero no
puedo, eres mi esposa”. ¿No se puede “pasar” de una esposa, no existe el
divorcio? Quienes disfrutan, se emocionan y conmueven con programas como “Hay
una cosa que te quiero decir” no deben perderse El hundimiento, real como la vida misma cuando está adecuadamente
guionizada.
Don José Luis, la reseña me parece una extraña crítica a la vez despiadada y contenida. Parece que pida disculpas porque el libro no le gusta. ¿Me equivoco? ¿Le gusta Manuel Vilas? Personalmente, sus poemas (si es que son poemas, que ésa es otra) me resultan fallidos, y también advierto la impostura, una insinceridad que no apreciaba en los poemas tremendistas de Roger Wolfe -que tampoco me gustan.
ResponderEliminarLa poesía tremendista de Manuel Vilas me parece una impostura, pero hay buenos lectores --como mi amigo José Luis Piquero-- que la aprecian. Puedo ser yo el que está equivocado. Trato de ser objetivo y que los lectores formen su propia opinión.
EliminarJLGM
Me parece una crítica muy buena, con una ironía a la altura de Oscar Wilde. Leí "Amor", de Manuel Vilas, y aunque a veces haya emoción no veo ningún trabajo poético sino prosa bukowskiana en la que se han introducido forzadamente pausas versales.
ResponderEliminarQue libro tan horriblo (aunque el de la madre me ha conmovido).
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