Las cosas que me gustan
Xuan Bello
Traducción de José Luis
Piquero
Xordica. Zaragoza, 2015.
¿Cuál es el secreto de la literatura de Xuan Bello? ¿Por qué un
puñado de artículos escritos en un dialecto minoritario, el asturiano
occidental, reunidos en libro con el título de Unas poucas cousas guapas (2009) y traducidos ahora al castellano (Las cosas que me gustan) y al catalán (Unes cuantes coses boniques) sigue
conservando intacta su capacidad de fascinación?
En primer
lugar, porque esos artículos, publicados semanalmente en el desaparecido Les Noticies, eran periodismo y eran
literatura, no se limitaban a glosar la perecedera actualidad, estaban ya
concebidos como partes de un todo, como evocación de momentos felices –de ahí
el título-- y estaban escritos con voluntad de estilo.
Y en segundo
lugar porque Xuan Bello tuvo muy claro desde el principio que el carácter
universal de una literatura no tiene nada que ver con el número de hablantes de
la lengua en que se escribe. En inglés, en español, en chino se publican textos
que no interesan más allá de los límites de una región o de cuatro amigos,
mientras que en la lengua más minoritaria –en la que solo hablan unos pocos
miles de personas– se pueden escribir obras que trasciendan las fronteras y los
siglos. La traducción es parte, y una parte esencial, de la historia de la
literatura.
A la manera de
los tesoros enterrados en la infancia --"una llave oxidada, un cromo de
Gento, dos huesos de melocotón, un martillo con el mango podrido y una piedra
muy rara, de color verde"-- y del mapa que lleva a ellos, Unas pocas cosas guapas (mejor esa
versión literal que el título que le han puesto en español) pretende ser un
recuento de momentos felices, de lugares, de lecturas y fantasmagorías. El
maestro más evidente de esta prosa lírica y divagatoria, que gusta de
entremezclar el detalle exacto con la ficticia erudición, se encuenta en Álvaro
Cunqueiro, a quien se homenajea en uno de los capítulos. Pero Xuan Bello tiene
personalidad propia, no es un epígono más del maestro de Mondoñedo.
Entremezclan las
páginas de Unas pocas cosas guapas lo
vivido y lo soñado, lo leído y lo fantaseado en las tardes ociosas, ante un
vaso de buen vino, mientras asciende, el humo del cigarrillo. En ellas están
Coimbra y Lisboa y Roma y Nueva York, pero también las tierras del occidente
asturiano, recorridas a pie o a caballo: "Allí el mundo se llama
Villapedre, Tox, Vigo, Veiga, Santiago, Barañu: si vienes de El Chanu de Luarca
pronto de das cuenta de la fuerza de la idea, de la sutilidad de la
frontera".
Xuan Bello
cuenta cuentos, y lo hace como nadie, pero no todo lo que parece cuento en su
prosa hipnótica lo es. En algún caso, yo mismo puedo ser notario de la
fidelidad de su memoria: formaba parte del grupo de amigos que en el Nueva York
insólitamente rural de Staten Island buscaron un templo tibetano y lo
encontraron escondido entre colinas, en un rincón secreto que parecía lejos del
mundo y estaba a dos pasos de Manhattan; y le acompañé, junto a José María
Micó, por las calles de Lisboa, en aquella mañana que se vuelve mágica en su
prosa, hasta la Praça do Príncipe Real, con su árbol inmenso bajo el que parece
que podría resguardarse entero el rebaño del homérico cíclope.
Leer a Xuan
Bello es como ponerse a escuchar el piano, la flauta o la gaita de un genial improvisador: unos temas llevan a
otros, las variaciones parecen inagotables, se suceden la exaltación y la
melancolía, y tras conseguir que la emoción nos nuble la vista inicia un saltarín
paso de baile. ¿Importa algo que lo que nos cuenta ya nos lo haya contado antes,
que esa cíta de Andrade ya la haya repetido más de una vez? La alacridad de
estas melodías no fatiga nunca.
Hay pasajes de
este libro (el recuento de puentes y de fuentes, aquel atardecer en Terracina)
que valen por un poema en prosa, pero el autor sabe escapar a tiempo de los
riesgos del lirismo, que solo resulta aceptable en pequeñas dosis.
Se agradece que
ponga a menudo los pies en la tierra, que hable de amigos y de libros
concretos, que entremezcle recuerdos de infancia con anécdotas de su vida de
escritor que frecuenta congresos y vanidades y que no olvida los esfuerzos por
imponer el asturiano como lengua literaria; también, los escasos momentos que
anclan estas divagaciones a la actualidad periodística del momento en que
fueron escritas.
Siempre el
mismo y siempre diferente, nunca nos cansamos de leer a Xuan Bello --el más
local y el más universal de los escritores asturianos-- como nunca nos cansamos
de escuchar a Mozart.
Lo de que "la emoción nos nuble la visa" puede ocurrir a veces, efectivamente; pero creo que no aquí. Gracias por la reseña, tan disfrutable.
ResponderEliminarMucho cuidado si la VISA se llena de nubarrones.
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