sábado, 23 de enero de 2016

La poesía de Rafael Fombellida


Dominio (Poesía 1989-2014)
Rafael Fombellida
Sevilla. Renacimiento, 2015.

Los poetas se pueden clasificar de muchas maneras. Una de ellas es la de aquellos que dan lo mejor de su obra en los primeros libros –y luego, si no mueren jóvenes, se dedican a retirar una retórica– frente a quienes tardan en encontrar su voz, pero luego van enriqueciéndola y madurándola progresivamente.
            Rafael Fombellida, nacido en Torrelavega en 1959, pertenece al segundo grupo. Muy activo en la vida literaria de Cantabria durante las últimas décadas, junto a Carlos Alcorta y Lorenzo Oliván, al reunir y organizar su poesía completa en Dominio ha prescindido de sus publicaciones iniciales, “entre el hermetismo y el impresionismo”, para centrarse en la línea que culmina con  Di, realidad (2015), que le acredita como uno de los nombres imprescindibles en el panorama de la poesía española contemporánea.
            Rafael Fombellida escribe, como todos los poetas verdaderos, desde la experiencia y la cultura. Al contrario que a buena parte de los poetas surgidos en los años ochenta, no le ha interesado acercarse al lenguaje coloquial. Nunca ha pretendido escribir como se habla, dar voz al hombre de la calle. Lo suyo es el lenguaje literario, a veces incluso convencionalmente literario, lo que puede provocar el rechazo de algunos lectores impacientes. Los primeros versos del poema que inicia Dominio dicen así: “Blanco del cazador es el caído / en la celada inmóvil de la nieve. /  Una quietud profunda desampara / su indefensa pisada ante el abismo”. Y más adelante, en el mismo libro, Deudas de juego, nos encontramos con otros que en ocasiones suenan a ejercicios de estilo, como los poemas viajeros o los retratos y monólogos dramáticos (Antonio Machado, Umberto Saba. José Luis Hidalgo) de “Hombres solos”. Las continuas citas en diversos idiomas nos indican, quizá demasiado explícitamente, la voluntad del autor de trascender el provincialismo, de insertarse en la tradición mejor de la poesía occidental.
            Tantea, indaga, explora Rafael Fombellida y por fin encuentra un mundo propio y una voz inconfundible para expresarlo. Sus mejores poemas tienen un aire entre onírico y cinematográfico, narran una anécdota, muy visual, a la vez cotidiana y apocaliptica. Son poemas que hablan de insomnios, deformes cuerpos desnudos, inconcretas amenazas, un mundo hostil que está fuera y a la vez dentro de nosotros. Poemas expresionistas, de impactante trazo grueso, entre “El grito”, de Munch y la pintura de Lucian Freud (a quien se cita expresamente) o de Francis Bacon.
            La poesía más directamente confesional (la que habla, por ejemplo, de la muerte de los padres), la más propicia a la falacia patética, está resuelta de una manera ejemplar. En “Quiet song” el tono se vuelve sorprendentemente coloquial, próximo al que los poetas del realismo sucio: “Estoy sentado solo, bajo la marquesina / transparente de una estación de tren. / Una estación del extrarradio / con grafitos, orines y paneles / de polímero blanco. / Se ha levantado un viento del demonio”.
            Sorprende este lenguaje en un poeta que al que parece gusta hablar, más que de lo que pasa en la calle, de “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” (sin llegar, claro, a los extremos de un Caballero Bonald). Los versos finales nos aclaran por qué quien ha amado siempre las estaciones (“las del cine, / la de Valencia, la de mi ciudad, / Madrid-Príncipe Pío, aquella en donde muere / el guardavías de Ana Karenina”) convierte esa estación del extrarradio en una antesala del infierno.
            No son frecuentes estos poemas en que el lenguaje directo y sobrio contrasta con el descarnado contenido emocional. Rafael Fombellida prefiere los que nos cuentan minuciosamente una historia entre apocalíptica y absurda, pero siempre desasosegante, siempre una parábola del sinsentido de vivir.
            Los poemas viajeros de los primeros libros, aquellas gratas melancolías en Lisboa o Coimbra, reaparecen ahora metamorfoseados, convertidos en eficaces parábolas de su visión del mundo. En “Odiseo en el Báltico”, es un Ulises contemporáneo el que sabe que su sitio no está en la isla de Circe ni en ninguna Ítaca: “Bajo la neutra luz del aeropuerto / era yo quien rogaba una salida a la amplitud vacía / que se abría delante. Era quien imploraba la huida a un infinito / cruzado por coágulos sigilosos de nieve, / indefinido y blanco / en el cual nunca habría más allá, / nada para los pasos, nadie para un regreso”.
            Partiendo de donde tantos contemporáneos suyos, los poetas del ochenta, extraviándose a veces en los recodos del camino, Rafael Fombellida ha llegado hasta un dominio propio, hasta un territorio exclusivamente suyo. Di, realidad, el último libro publicado hasta la fecha, lo acredita cumplidamente. Áspero y confortador, desasosegante y lúcido, no salimos indemnes de sus páginas. Bastan los poemas de ese libro –pero hay muchos más en estas poesías completas voluntariamente incompletas– para que podamos considerarle como uno de los pocos autores imprescindibles de la poesía de hoy.

7 comentarios:

  1. Todo el mundo desea que vuelva Zapatero.

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    1. No sé por qué el de arriba se presenta como anónimo, cuando en su frase deja claro que se llama "Todo el mundo". ¿No es un poco contradictorio? Digo.

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  2. ¿hay algo más anónimo que ocultarse bajo "todo el mundo"

    Anónimo III

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  3. Lo encuentro muy filosófico. Sería interesante conocer otros escritos teóricos suyos.

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    1. La voz poética parece la de un personaje del Infierno de Dante, como Ciudad del Hombre (New York) de Fonollosa, pero de léxico más enlodado.

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    2. Quería decir El Bosco, vaya error.

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    3. Pienso también que es muy confesional.

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