jueves, 5 de mayo de 2016

Vicente Luis Mora contra la poesía de la normalidad


La cuarta persona del plural
Vicente Luis Mora (ed.)
Vaso Roto. Madrid, 2016.

Vicente Luis Mora, poeta, novelista, teórico de la literatura y analista de la nueva realidad que ha creado Internet, selecciona en La cuarta persona del plural a veintidós poetas españoles que, de acuerdo con su criterio, son de “máxima excelencia”, no solo buenos (buenos hay muchos más), sino óptimos. No habría nada que objetar si se limitara a eso. Él cree que la “máxima excelencia” en la poesía española contemporánea la representan Mariano Peyrou o Juan Andrés García Román, Melcion Mateu o Julieta Valero. Nada que objetar. Cada antólogo tiene derecho a hacer su propuesta, que luego será aceptada mayoritariamente por lectores y críticos (y entonces la antología se convertirá en “canónica”) o recordada solo en las más exhaustivas bibliografías.
            Pero Vicente Luis Mora no se limita a indicarnos cuáles son sus preferencias en el campo de la poesía española, pretende justificarlas teóricamente en un extenso prólogo. Y ahí sí que hay mucho que decir. El autor de El lectoespetador. Deslizamientos textovisuales entre literatura e imagen da la impresión de encubrir, tras una apariencia retórica de gran modernidad y profundidad teórica, una cierta despreocupación por los datos concretos y una notable carencia de rigor conceptual.
            El subtítulo del libro, “Antología de poesía española contemporánea (1978-2015)”, induce a pensar que selecciona la mejor poesía escrita entre esos años, en los que publicaron José Ángel Valente, Ángel González, María Victoria Atencia, Guillermo Carnero, Eloy Sánchez Rosillo, Aurora Luque, Elena Medel y los jovencísimos poetas que Miguel Floriano incluye en Nacidos en otro tiempo, la antología recién publicada por Renacimiento. Pero no, la contraportada nos indica que se limita a los poetas nacidos entre 1960 y 1980 (en el prólogo habla de seleccionar “solo poetas nacidos con posterioridad a 1960” y terminar con los nacidos “a principios de los ochenta”, aunque la realidad es que selecciona poetas nacidos entre 1958 y 1979). ¿Por qué esas fechas? Justifica la primera, no la segunda. Se trata de poetas cuya mayoría de edad coincidió con la proclamación de la Constitución. Una “barrera digital” separaría “la Weltanschauung de los poetas nacidos con anterioridad a 1960 de los que crecieron con un formateo audiovisual y tecnológico que ha operado cambios sobre su percepción, amén de otros psicológicos, culturales, biológicos y neuronales”. Renuncio a comentar semejante afirmación, que escapa a cualquier consideración racional (¿la Constitución supuso cambios neuronales y en el formateo audiovisual?), aunque ese es el estilo que más crédito teórico ha dado en ciertos departamentos universitarios y en los suplementos culturales a Vicente Luis Mora.
            Insiste mucho en que la suya no es una antología generacional, pero aplica todos los esquematismos generacionales: incluye solo a poetas nacidos entre unas determinadas fechas, se refiere a un hecho histórico determinante, habla de una formación distinta a la de los poetas anteriores. Lo que hace, en realidad, Vicente Luis Mora es una relectura de la llamada “generación de los ochenta”, destacando a los poetas que fueron oscurecidos por la dominante “poesía de la experiencia”.
            En buena parte de su prólogo arremete contra la “poesía de la normalidad”, contra unos poetas a los que nunca nombra y que habrían logrado el éxito gracias a diversas artimañas que él se encarga de puntualizar: “apoyo de ciertos catedráticos”, “buenos contactos políticos”, “colecciones enteras de poesía consagradas a su entronización”, “incesantes subvenciones públicas”, “ejemplares comprados para bibliotecas”, domesticación de los críticos mediante “invitaciones a encuentros” (como vemos, Vicente Luis Mora domina el arte de pasar de las más abstrusas vaguedades teóricas a la más inane simplificación periodística). Esa “poesía de la normalidad” estaría condenada a desaparecer “porque los desarrollos simples que interesan al público han pasado –y algunos aún no lo han advertido–- a los medios audiovisuales, que hacen mejor el trabajo de enunciar lo mínimo e intrascendente”. Por eso, profetiza, “dentro de no demasiados años los discursos literarios simples, que nada añaden a la miríada de películas, series de televisión o vídeos de gatos compartidos en las redes sociales, serán condenados a un olvido todavía mayor que el que ahora sufren”.
            Pasemos por alto el desprecio a lo medios audiovisuales que supone esa afirmación: servirían solo para expresar lo más simple, como si no pudiera haber experimentación y complejidad en una película o en un documental. Esos “poetas de la normalidad”, cuyos nombres Vicente Luis Mora ni siquiera se rebaja a citar y cuyos poemas banales compiten con los vídeos de gatos serían Luis García Montero, Vicente Gallego, Felipe Benítez Reyes, Aurora Luque, Carlos Marzal, Lorenzo Oliván, José Luis Piquero, González Iglesias… Poetas que solo tienen en común el aprecio de la crítica más exigente y de buena parte de los lectores.
            Bastantes páginas de su dilatado prólogo, las que no dedica a arremeter contra los “poetas de la normalidad”, las dedica Vicente Luis Mora a la crítica de la enseñanza de la literatura en la universidad y en la enseñanza media. No vale la pena que entremos a rebatirle. Cree que todavía los profesores de universidad siguen las tesis de Dámaso Alonso y se limitan a aplicar el manual Cómo se comenta un texto literario, de Lázaro Carreter y Evaristo Correa (él se lo atribuye a Dámaso Alonso). Cuenta incluso una enternecedora anécdota: ayuda a su hermano menor a hacer los deberes, esto es, a “contar los tropos” de un poema de Lorca, que es todo lo que piden los profesores en España. E incluye un email de un amigo que estuvo en un tribunal de oposiciones en el que se burla de la ignorancia de los opositores.
            El aparente gran vuelo teórico alterna con generalizaciones de tertuliero desinformado y con continuas inexactitudes de detalle. Un ejemplo entre mil: “A principios de los 80 el impacto novísimo era tal que muchos poetas, sobre todo los por entonces más jóvenes, comenzaron a moverse con rapidez. Se produjeron dos alineaciones. Una se mostraba algo escéptica ante la estética novísima, pero se dejaba querer, quizá con la voluntad de ser incluida como epígona de ese exitoso movimiento. Esta línea incluía poetas como Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena”, que conformarían “el kitsch del kitsch”. Pero esos dos autores ya fueron incluidos en Espejo del amor y de la muerte, una antología de 1971.
            Vicente Luis Mora se inventa que para los que él llama “poetas de la normalidad” todos los poetas tienen idéntico valor y se dedica a explicarnos que hay poetas mejores y peores, lo mismo que no es igual un Rothko que “una pintura de mi tía Paqui”. Otras muchas obviedades nos explica este teórico, como la razón de que en una antología de poesía española se incluya a un poeta español que resida en el extranjero.
            Se escandaliza de que, en una antología de 1998, La nueva poesía de Miguel García-Posada, entre veinte poetas seleccionados solo haya tres mujeres. Él cita por su nombre a sesenta y añade un “inmenso y sólido etcétera”, pero luego, entre los veintidós poetas seleccionados, solo incluye a cinco mujeres: no parece que predique con el ejemplo.
            La “excelencia” de los poetas seleccionados trata de explicarla con rigor científico y para ello apela a conceptos como el de “tensión superficial” (la terminología científica le gusta tanto como a uno de los autores antologados, Agustín Fernández Mallo: en ambos casos no pasa de adorno retórico): “No apelaremos a sesudos trabajos científicos, la Wikipedia servirá para apuntalar la metáfora: en física se entiende por tensión superficial la manifestación de fuerzas intermoleculares en líquidos, que general una resistencia para aumentar su superficie”. Como explica ese concepto que los versos de Rikardo Arregi (“Puesto que no me es posible follarte, / pueda escribir al menos un poema. / Tanto el sexo como los libros, ambos, / me producen placer, goce, deleite”) tengan un nivel de excelencia al que no llegan nunca ni Montero ni Marzal, ni Benjamín Prado ni Aurora Luque es algo que no acabamos de entender.
            A la hora de seleccionar, afortunadamente, Vicente Luis Mora no se atiene siempre a los principios borrosamente enunciados en el prólogo y el lector, entre tanta indigesta confusión de poesía y teoría, se encuentra con la grata sorpresa de algún poeta, como Eduardo García, que podría estar incluido en la más exigente selección de los “poetas de la normalidad”. Notables resultan también la inquieta poesía comprometida de Jorge Riechmann, el distanciamiento hopperiano de José Ángel Cilleruelo, las incursiones de Álvaro García en el poema extenso y en el soneto. Hay otros nombres, pocos; el resto está a la altura de lo que nos tememos tras el extenso estudio preliminar. 

            

9 comentarios:

  1. Me descojono vivo. Yo no sé como pinta doña Francisca, la tía de Vicente Luis, me imagino que le pega al abstracto figurativo, por lo que dice, pero mantengo, que, a poco pericia que despliegue, si la firma de uno de sus cuadros fuera la de Rothko, sería considerado un Rothko ("el artista persigue una nueva deriva") y alabado como un Rothko. Sí el establishment culturetas suele ser de por sí bastante papanatas, el de los "plásticos" ¡ya ni te cuenta!.

    Gracias, José Luis, por emplearte (y ni mucho menos ha sido a fondo) por intentar clarificar la cuestión. Como siempre. ;-)

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    1. No me extraña nada que VLM esté en contra de la "poesía de la normalidad". Es lógico, si se piensa que lo suyo, efectivamente, ni es poesía ni es normal.

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  2. Me ha gustado su entrada. Hay que tener mucho cuidado con las antologías, tener muy claro lo que se quiere seleccionar y, desde luego, no creerse tanto la importancia (o la calidad supuesta) de lo que está fuera de lo normal.

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  3. Los dos sois, tanto Mora como tú, eso que Gil de Biedma llamaba "memos laboriosos".

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  4. En cuanto a Mora no sé, pero en lo que se refiere a mí, estimado anónimo a la antigua (de los que esconden su nombre para decir cosas que cree que pueden molestar), te diré que aciertas solo en el cincuenta por ciento (me callo en qué cincuenta por ciento).

    JLGM

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  5. Algún día debería publicar en papel (sólo anda por las redes) mis comentarios a la labor crítica de VLM, el crítico más indigente (intelectualmente hablando) del momento. En algún libro señalaba VLM entre las características de lo que él consideraba "un poema de la normalidad" el número exacto de versos que solía tener (lo que incluía la mitad de la obra de Lorca, de Cernuda y de todo el mundo). Cositas así. Y no sigo. En este hombre todo es involuntario: la estupidez y el efecto cómico. (Pero un día comí con él y me cayó muy bien).

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    1. Vicente Luis Mora es una persona muy agradable. Y si le lees sin prestarle demasiada atención (como suelen hacer los críticos), parece que dice cosas muy profundas y llenas de modernidad.

      JLGM

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  6. VLM es poeta. Ha publicado en Pre-Textos. Hay en el libro un poema sobre el grillo. Es bueno saber de grillos y de wikipedias. Así comienza.

    Apenas en agosto cantaba,
    rodeado por los suyos,
    en crepitante polifonía
    simétrica, de pies binarios,
    el arco arcaico
    de su complexión sonora.

    Ahora está ahí abajo,
    en el jardín común,
    solo. (...)

    Sin duda, como crítico es muy bueno.


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